Él tenía un pasado trágico, ella una familia protectora, y tuvieron un amor efímero pero intenso; 41 años después se volvieron a ver para entender los caminos que habían tomado sus vidas.
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Este relato comienza con un evento inesperado y una tragedia. El protagonista de esta historia nació en Huerta Grande, en el marco de una circunstancia fortuita en la cual su madre, embarazada, había acompañado a sus patrones de vacaciones para cuidar a sus niñas. El parto se adelantó y, con un bebé en brazos al que su progenitora llamó Luis, regresaron a Tucumán, donde vivían.
Cuando el pequeño cumplió los tres años, un suceso trágico marcó su vida para siempre: su mamá murió en medio de una revuelta de estudiantes y trabajadores. Huérfano, Luis fue trasladado a Río Hondo, donde se crio en la familia del medio hermano de su madre, sin conocer la verdad de su historia, que se reveló ante él a sus 14 años. Víctima de maltratos extremos y mentiras, huyó de aquella casa en la que siempre se sintió desgraciado. ¿Cómo seguir solo en este mundo a tan corta edad? En su afán por sobrevivir, en el camino fue amparado por un hombre que le dio trabajo en el campo y, al finalizar la temporada, lo llevó consigo al pueblo donde vivía, Huerta Grande, precisamente el lugar donde este protagonista errático había nacido en circunstancias fortuitas.
Un noviazgo efímero, intenso y censurado: “A mis padres no les gustaba que fuera huérfano”
Graciela, una joven alegre y romántica, nació en Huerta Grande, en el seno de una familia protectora. Hacía años que Luis había llegado al pueblo, pero ella no lo vio hasta que él cumplió 19 y ella 17 años. El patrón de Luis, que para entonces ya era casi como su familia, había puesto un negocio justo frente a la parada del colectivo donde ella descendía cuando regresaba de estudiar.
Él la miraba con una sonrisa, la piropeaba, y ella se hacía la desentendida, hasta que un día también le sonrió y aceptó su invitación: “No teníamos teléfonos y nos veíamos a escondidas comunicándonos por mensajes de conocidos, ya que mi madre no me dejaba tener novio”, rememora Graciela.
“Nuestro noviazgo fue efímero, duró solo un verano pero fue muy intenso en sentimientos. A mis padres no les gustaba que fuera huérfano, que desconocieran su procedencia, cosa que para mí papá era importante”, continúa. “Por otro lado, el temperamento de mi pretendiente era volátil, su historia de vida lo llevaba a reaccionar ante cualquier provocación de los otros muchachos del barrio, cosa que no le simpatizaba a mi mamá”.
Los jóvenes, sin embargo, estaban muy enamorados, y se dejaron llevar por la intensidad de sus sentimientos a tal punto, que estos quedaron grabados a fuego para siempre, a pesar de que el destino parecía querer separarlos.
La separación, el alejamiento y las relaciones infructuosas: “Recordé a mi novio de la adolescencia, que fue lo único bonito que había vivido”
Graciela quería continuar con sus estudios y sus padres alentaron su deseo de comenzar la facultad, e insistieron que abandone la idea de aquel noviazgo. Con dolor, pero entusiasmada ante la nueva aventura en la capital de Córdoba, la joven siguió la imposición.
La decisión rompió el corazón del muchacho, que se contuvo en confesarle que con ella quería todo: casarse, tener hijos, formar una familia. Para no sufrir, Luis aprovechó una oportunidad y se mudó al pueblo de al lado, algo que Graciela nunca supo. Cuatro años más tarde, el joven cambió de rumbo y se fue a probar suerte en Capital Federal, se casó, tres años más tarde se separó y, a partir de entonces, tuvo otros romances fallidos.
“Yo me uní a un hombre separado, casualmente en el año que él se casó; me mudé a Córdoba y me casé siete años después”, cuenta Graciela. “Me separé después de estar trece años con esa persona. Al separarme de mi marido recordé a mi novio de la adolescencia, que fue lo único bonito que había vivido y comencé a buscarlo, pero solo para saber si a él le había ido mejor en la vida y había formado la añorada familia que nunca tuvo”.
Mientras los años pasaban, la búsqueda de Graciela no rendía frutos. En el camino, intentó volver a amar, aunque sin éxito, y siempre con Luis en sus pensamientos. Para hallarlo se contactó con conocidos, pero nadie sabía nada, solo que se había ido a la capital.
Tal vez era mejor olvidar, Graciela volvió a formar pareja y dejó que la vida siga su curso, aunque, en el fondo, nunca abandonó la búsqueda.
41 años después: “Ni bien lo vi supe que ahí era donde quería estar”
Internet llegó para darle una nueva oportunidad a Graciela, pero, una vez más, sus intentos por hallar a Luis fueron infructuosos. Luis se llamaba Luis Ramón, un segundo nombre que rechazaba con todo su ser, y que lo había llevado a presentarse ante los demás bajo otro segundo nombre. Aquel detalle dificultó la búsqueda de la mujer, que continuaba una relación sin poder apartar a su amor de antaño de sus pensamientos.
Llevaba diecisiete años de relación, cuando una amiga en común de aquellos tiempos cambió el curso de la historia para siempre: “Nos conectó y fue así que se produjo nuestro primer encuentro, vía Messenger, 41 años después”, se emociona ella. “Fue comunicarnos todos los días y recordar esa época efímera, pero bonita para los dos”.
La conexión mágica fue agridulce: en ellos emergió la alegría por la reconexión, pero la tristeza por aquellas cuatro décadas perdidas, los 800 kilómetros que los separaban y la situación sentimental de Graciela, todos factores que dificultaban la relación.
“En mí nació la necesidad de verlo”, continúa Graciela. “Necesitaba definir mi futuro, ya que mi pareja me pedía matrimonio. Un mes después del reencuentro organicé un viaje relámpago a Buenos Aires solo a verlo y clarificar mis sentimientos, al encontrarnos en Aeroparque, ni bien lo vi supe que ahí era donde quería estar”.
Juntos hasta el último suspiro: “Conocimos el verdadero amor, el amor bonito que da felicidad”
Cuando Graciela vio a Luis, un sinfín de emociones dormidas recorrieron todo su ser hasta devolverla por completo a la vida. Se miraron a los ojos, se reconocieron como aquellos jóvenes que solían ser, colmados de ilusiones, se contaron los 41 años de vida que habían transcurrido, entre sonrisas y lágrimas.
Y así, en apenas unos instantes, supieron que debían estar el uno con el otro, y que rehacer una vida juntos valía la pena: “Fue un año en que viajamos cada uno al encuentro del otro cada quince días y lo vivimos intensamente”, relata Graciela.
Dos días antes de que se cumpliera el año de su reencuentro, Luis y Graciela se casaron. El día del aniversario del reencuentro, a la misma hora en que ella había abordado el avión de Córdoba a Buenos Aires para verlo, el matrimonio arribó a Bariloche para vivir su inolvidable luna de miel.
“El próximo 18 de junio se cumplirán siete años desde que nos volvimos a comunicar y hoy seguimos más juntos que nunca y agradecidos a la vida por esta segunda oportunidad que nos dio, y como siempre nos decimos, seguiremos juntos hasta el último suspiro, porque después de mucho sufrimiento vivido por parte de ambos en las cuatro décadas separados, conocimos el verdadero amor, el amor bonito que da felicidad”.
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