Su papá murió y compartió una emotiva carta sobre las frases innecesarias que se dicen en un funeral
La vida cambió completamente para Carly cuando le dio el último adiós a su padre y luego de un pensado análisis decidió hablar sobre aquel día
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El 12 de julio de 2017, la vida de Carly Midgley cambió abruptamente. A los 22 años, la vida como la concebía dejaba de existir, para enfrentarse a un día a día sin la compañía de su padre. Una despedida era una posibilidad que en diversas ocasiones había analizado, desde hace un año antes, cuando recibió el diagnóstico de cáncer de colón. Pero los tratamientos, internaciones e intervenciones fueron su gran esperanza para pensar un futuro con su compañía. Eso no sucedió y tras cinco años desde la última vez que lo vio, puso en palabras los sentimientos que tiene desde entonces, y advirtió sobre el cuidado del uso de las palabras que se dicen en un funeral, ya que en su caso, algunos fueron augurios de todo el dolor que devino tras el último adiós.
“Ese día llovió, una serie de tormentas eléctricas pequeñas y dispersas. Murió en su casa, en el mismo sofá en el que veíamos hockey y HGTV y compartimos nachos con queso. El aire de verano entraba a través de la puerta que daba al patio trasero, que habíamos dejado abierta a petición suya”, escribió Carly en su columna Huffpost, sobre el último día que compartió con su padre.
Ese último año había transcurrido en pasillos de hospitales de Toronto, Canadá, esperando que termine alguna sesión de quimioterapia, rayos o esperando la comunicación de los médicos sobre la intervención realizada. Por momentos, se vislumbraba una mejoría en la salud de su padre, pero la enfermedad avanzó rápidamente y “abruptamente, le quedaron semanas o meses, luego una semana, días”. El diagnóstico de una inminente muerte lo llevó a decidir ser asistido médicamente para que poner fin a su vida.
Cuando ese día llegó, Carly estaba frente a su padre esperando la asistencia profesional y, a pesar de dedicarse al mundo de las palabras con la escritura, ella no encontró qué decirle. “Lo que más recuerdo de los días, semanas y años posteriores fue una necesidad constante de hablar no con él, sino sobre él”, asegura ahora, a la distancia.
Pero es en su reciente escrito en el que recuerda puntualmente el día de la despedida, en un tradicional funeral, donde las personas que conocieron a su padre se reunieron para dar el último adiós. Por supuesto, que todo asistente se acercó a ella, su hermana y su madre para darles el pésame y es en esa situación que se posiciona, al determinar que hay frases que recibió y le gustaría no haberlas escuchado.
“Las personas con las que hablé estaban tan incómodas por la muerte, o con el afán de arreglarla por mí, que los intercambios se volvieron prescriptivos o insoportablemente presuntuosos. ‘Pasarán dos años antes de que vuelvas a sentirte normal’, me dijo un compañero de trabajo con una confianza absurda”, recuerda como una de las que le marcó un camino que no sabía como recorrer.
Colocándose en ese día, cinco años atrás, rememora cómo se sintió al deber escuchar a quienes se acercaban a ella con el fin de decirle algo ante el dolor: “Hubo algunas frases que surgieron una y otra vez: ‘Lo siento mucho’ y ‘Tu pobre madre’ y ‘Si hay algo que yo pueda hacer’… Muchas simplemente pasaron flotando junto a mí, aterrizando sin impacto en la enorme pila de condolencias, pero otras se alojaron debajo de mi piel como ‘Sé exactamente por lo que estás pasando’ fue una”.
Pero fue otra frase la que aún no puede olvidar porque le escuchó de distintas personas aquel día, que si bien creyeron que era confortable, fue todo lo contrario. “Nunca, nunca lo superarás” y “Nunca se supera algo tan grande”, son aquellas palabras que aún no olvida. Una de las personas que se las dijo ni siquiera lo conocía, recuerda.
“Acepté aturdido su abrazo, brazos firmes oliendo a perfume de un extraño. Las palabras se clavaron en mí como una espada. El sentimiento fue bien intencionado, por supuesto. Quería decirme que mi tristeza estaba justificada, la enormidad innegable. Pero, recuerdo haber pensado, no estoy seguro de que sea una buena razón para decirlo. La intención podría haber sido consolarme, pero la frase me condenó”, justifica sobre el por qué aquellas palabras que eligieron diversas personas que asistieron al funeral en realidad no cumplieron con el objetivo de transmitir consuelo.
A la lista de recuerdos de aquel día, suma a aquellos que se mostraron empáticos por cómo había sido el último año de toda la familia, ante el diagnóstico que cambió por completo sus vidas. Sin embargo, lo recibido aquel día lejos era cercano a la empatía. “Más de una persona me sugirió que una muerte diferente, algo rápido e impredecible, violento pero al menos rápido, podría haber sido mejor. ‘Un accidente automovilístico habría terminado en un segundo’, dijo un amigo de un amigo”, recuerda.
Ante lo vivido, y con el transcurrir del tiempo, Carly llegó a una conclusión: las respuestas al duelo no se pueden encontrar en otras personas. En esto, destaca que se trata de un proceso personal en el que no se apoyó en una “intervención” de otras personas. De otra cuestión está segura, y es que la pérdida “es algo de lo que no tenemos idea de cómo hablar, ya sea nuestro o de otra persona. Por esa razón, a veces puede ser tentador no molestarse”.
“No lloré en el funeral, rodeado de decenas de familiares y amigos, pero no puedo contar la cantidad de veces que lloré durante mis largos viajes privados al trabajo. Esos viajes, virtualmente mi único tiempo a solas en esos años, se convirtieron en una especie de comunión con mi dolor, tiempo en el que la pérdida que latía a través de mí podía ejercer sus muchas demandas”, recuerda.
De esto, la joven destacó que si bien algunas personas querían saber detalles de cómo estaba atravesando los duelos, con detalles “sangrientos”, otros tantos sí lo hacían por preocupación. “Trataron de hacer lo que yo estaba luchando por hacer: hablar de ello. Y sean cuales sean los sentimientos complicados que tengo sobre su elección de palabras, estoy agradecido por eso”, destaca sobre estos últimos y asegura que este descargo no es retar ni avergonzar a nadie, sino hablar del dolor ajeno y de aquel propio que llevó a otros a tener palabras, que en un momento así, solo atraviesan ese dolor, sin una pizca de alivio.
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