Stephen Frears y sus retratos del poder
Una mujer del público pide el micrófono. Temblorosa y emocionada se anima a pronunciar una larga introducción sin ninguna espontaneidad, con la dicción de quien recita algo de memoria. Destaca algunos hitos de la carrera del director, es amable, elogiosa, y después de dar sinónimos y de reformular el mismo interrogante varias veces aguarda la respuesta de su ídolo. Él utiliza su mano como visera, como si así pudiera ver mejor en lontananza el final de ese claustro del siglo XII, uno de los salones imponentes donde se celebra el Festival Hay. "No", responde. Rotundo. Seco. Cortante. No amaga a explayarse. Mira al moderador como pidiendo permiso para dar por terminada la conferencia. Stephen Frears no piensa en palabras, piensa en imágenes. Le abruma la cantidad de personas que asistieron una tarde de sábado a escucharlo. Está despeinado como quien se levanta de la siesta. Conoce la fama y la popularidad, pero él se siente ajeno al star system. Judi Dench, Helen Mirren, Glenn Close, Meryl Streep, Julia Roberts, Anjelica Huston, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman, Annette Benning, John Malkovich y Daniel Day-Lewis son algunos de los intérpretes que dirigió. Él solo se dedica a observar y desde ese ángulo organiza los rincones y el universo que quiere mostrar. "Simple". Invoca este adjetivo para explicar su actividad, pero los universos que él retrata no lo son.
Un miembro del partido laborista pronuncia su discurso en el Palacio de Westminster. Clama la necesidad de que el Reino Unido ingrese en un mercado común con la región. "Es una enorme oportunidad. Europa representa un nuevo y audaz horizonte", pronuncia este personaje en 1965, interpretado por Hugh Grant. Frears pincela la escena con cine de autor y este férreo detractor del Brexit incorpora su reclamo a su última producción: A Very English Scandal (Amazon). La miniserie está basada en la novela de John Preston sobre el líder del partido laborista Jeremy Thorpe, un carismático político de carrera asintótica destinado a convertirse en Primer Ministro, pero cuya carrera naufraga tras un juicio iniciado por su examante. En una era donde la homosexualidad comenzaba a ser despenalizada, Norman Scott, un modelo masculino interpretado por Whishaw, confiesa haber mantenido una relación con Thorpe y lo acusa de haber conspirado para asesinarlo. Cartas de amor escritas en papel de la Casa de los Comunes, chantaje, Scotland Yard y la cúpula del poder inglés integran las hebras de este té que despabiló a Inglaterra en el llamado juicio del siglo.
"Para mí, esta es una historia de amor. Simple. Me preguntan qué dice este escándalo sobre el poder y no sé qué responder", admite Frears en el lobby del hotel una mañana fría, recién amanecido, con sandalias y la misma camisa arrugada con la que se presentará ante un auditorio ocho horas después. Durante quince años el espectador sigue el devenir de una pasión que se convierte luego en un vínculo tumultuoso a la distancia, imposible de borrar de la memoria. ¿Por qué nos enamoramos de quien nos enamoramos? ¿En qué monstruo puede convertirse aquello que alguna vez fue amor?
–¿Por qué eligió a Hugh Grant para interpretar a este hombre tan popular?
–Jeremy es Hugh Grant. Inmediatamente quería que él fuese Jeremy. Hugh se reunió con cientos de colegas de Jeremy, aprendió a tocar el violín. Era él. Tantos actores querían interpretar ese papel, algunos hoy no me hablan más. Dudaban de que él pudiera hacerlo, como si yo fuese el único en el mundo que supiera que es un muy buen actor.
–¿Se reunió con alguna de las partes de esta historia?
–No. Prefiero no hacerlo cuando trabajo con personajes reales. Creo que los productores se reunieron en un almuerzo con el hijo de Thorpe. Y también se reunieron con Norman varias veces. No hubo ningún problema.
–¿Por qué eligió adaptarla para TV?
–Porque la BBC quería participar. En una película hay que explicarlo todo, pero en la TV no hay que hacerlo porque el público es muy amplio, y la gente ya sabe quién es Jeremy.
–¿Cómo elige sus guiones?
–Instinto. Cuanto más inconsciente sea a la hora de elegirlos, mejor. Los leo y me gustan. Simple.
–¿Busca historias para adaptar?
–No busco proyectos. Leo porque me gusta.
–¿Y en este caso?
–Un señor escribió un libro excelente sobre el tema. Tenía que ver sobre la clase social, el sexo, la represión y el pudor. Es muy inglés. Mucha gente en la que confío me dijo que no podía haber una historia más inglesa que esta.
–¿Le ofrecen muchos guiones?
–Quizá. No tantos. En este caso vinieron los productores. Había leído el libro, así que acepté.
–Una vez que elige un guion, ¿cuánto se implica en él o qué busca destacar o eliminar?
–A la mayoría de las historias podés contarlas en noventa minutos. No sé por qué hay gente que tarda más que ese tiempo para hacerlo.
–¿Qué película le costó terminar o cuál fue la experiencia más compleja que experimentó durante la producción o el rodaje?
–Creo que lo tuve bastante fácil. No sé cómo responder a tu pregunta. Hacés películas buenas y otras que no están tan bien. Hay algunas películas que encuentran sus audiencias y otras que no. Y en este último caso, cuando ocurre, es mi culpa porque cometí un error.
–¿Vuelve a ver sus películas?
–No.
–Usted distingue sus películas inglesas de sus películas americanas. ¿Cuál es la diferencia además de la producción? ¿Hay algún punto en común dentro de cada categoría?
–Las películas americanas tienen menos contexto que las inglesas. Quiero decir, la clase social y el sexo es lo que involucra y lo que despierta el interés de toda la sociedad británica. Esto es lo que está presente en mis películas inglesas.
–¿Se animaría a dirigir películas de acción en Hollywood?
–Solo puedo hacer películas frescas que tengan un modo original de ver el mundo. No puedo competir con los que hacen películas de grandes presupuestos, esas que se gastan 200 millones de libras, como Star Wars o las de Marvel. Eso de gastar dinero me da miedo, cuando más dinero tengo, más miedo me da. No sé cómo pueden dormir por la noche.
–Luego del estreno de La reina [2006], ¿recibió algún contacto de la monarquía para hacerle algún comentario o crítica?
–No.
–¿La reina Isabel II no le hizo llegar su opinión de algún modo?
–Me dijeron que le gustó. No hablé con ella. No hice nada para conocerla. También me negué a conocer a Tony Blair. Creo que es mejor no conocer a las personas. La reina está ahí, en todas partes.
–Helen Mirren, quien la interpretó, sí conoció a la reina.
–Creo que sí. Bueno, ella es una dama condecorada por el Imperio Británico y se tornó cada vez más monárquica a medida que la película tuvo más éxito. Es tan curioso.
–Hay una escena de La reina donde ella queda varada en un páramo, sola frente a un ciervo. ¿Cómo trabajó esta escena?
–Bueno, le dije a Helen que lo haríamos y simplemente pasó. El auto de la reina tenía que romperse en el río. Fue bastante directo y el ciervo era un pedazo de madera y ella reaccionó ante él. Luego pusimos al ciervo en posproducción. Por cierta razón, funcionó muy bien. Pero eso estuvo siempre escrito. No podés mostrar a la reina llorando, sería irrespetuoso.
Hanif Kureishi ingresa en el lobby del hotel mientras Frears realiza la entrevista. Ambos son invitados al Festival. "Preguntale por el Brexit, que seguro lo vas a hacer hablar", bromea el novelista sobre el rechazo que le tiene el director a las entrevistas. Juntos realizaron en 1985 Ropa limpia negocios sucios, un éxito que los unió en una amistad que pervive y que puso a Daniel Day-Lewis en el candelero. "Me acaban de preguntar si soy feminista", le dice Frears a Kureishi y el autor se va por el pasillo repitiendo que sí, que lo es, como si fuese un mantra. Frears trabajó en varias ocasiones con Harvey Weinstein, la última de ellas, en Philomena (2013), con Judi Dench, donde aparentemente ya para el estreno, en el Festival de Venecia, los rumores sobre el "depredador de Hollywood" habían pasado de versiones a pruebas físicas que algunos periodistas poseían (grabaciones, mensajes, etcétera). Frears nunca defendió al productor, pero antes de que el escándalo estallara, destacó los esfuerzos de Weinstein por la industria del cine inglés. Ya no quiere hablar del empresario este hombre a quien sus actrices adoran. Helen Mirren (la reina Isabel II), Judi Dench (la reina de Victoria y Abdul), Meryl Streep (Florence Foster Jenkins, en Florence), Michelle Pfeiffer (Chéri, sobre una cortesana) son algunas de sus musas. Y Glenn Close, claro, quien poco después de que diera a su luz a su hija, comenzó el rodaje de Relaciones peligrosas (1988, donde también estuvo Pfeiffer). El director insistió en que Close era la única actriz capaz de interpretar a la estratega marquesa. "Cuando me presentaron en sociedad, a los 15, ya por entonces sabía el rol al que estaba condenada, obligada a mantener silencio y a hacer todo lo que me dijeran que debía hacer. Eso me dio la oportunidad perfecta de escuchar y observar. No lo que las personas me decían, que no me interesaba, sino lo que me querían ocultar. Practiqué el desapego. Aprendí a mostrarme alegre mientras bajo la mesa me clavaba un tenedor en la mano. Me convertí en una virtuosa del engaño", pronuncia Close mirando a la cámara.
–En sus películas hay poderosos personajes femeninos, mujeres que rompen los moldes de distintas sociedades en épocas diferentes. ¿Se considera feminista?
–No. Si dijese que lo soy, muchas mujeres no estarían de acuerdo.
–Usted se sumerge en esos universos femeninos donde las mujeres buscan lograr su libertad, se imponen en mundos machistas.
–Sí. Porque creo en la inteligencia de las mujeres y porque estoy rodeado de mujeres muy fuertes. La mujer con la que estoy casado [la artista plástica Anne Rothenstein], mi madre y mi hija lo son.
–Tuvo una educación de elite en la Universidad de Cambridge. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?
–Estudié leyes, lo cual era algo estúpido de hacer, algo convencional. Leía sobre leyes y era algo que no me interesaba. Fui allí, pero no era muy inteligente. Lo único que hice fue aprobar exámenes. Conocés a personas muy inteligentes de tu misma edad. Cambridge es una cosa terrible y maravillosa a la vez. La gente lo pone en un altar. Es un mundo snob y prejuicioso.
–Usted supo ya siendo adulto que su mamá era judía.
–Sí. Mi madre resultó ser judía.
–¿Cómo?
–No sé por qué odiaba su judaísmo. Su hermana dice que estaba harta de ser judía. Nunca escuché historias de antisemitismo. Creo que mucha gente odiaba ser judía durante la guerra y se crio en la Iglesia de Inglaterra, así que no decían cuál era o había sido su religión. Después me casé con una mujer judía [su primer matrimonio con la editora Mary-Kay Wilmers] y descubrí que yo era hijo de una judía. Iba todos los domingos por la noche a misa.
–¿Practica el judaísmo?
–No. Hace algunos años asistí en Nueva York a un séder de Pésaj.
–¿Pudo su madre ver algo de su trabajo?
–Casi no vio nada. Murió antes de que estrenara el primer film.
–¿Hace audiciones para elegir a los actores de sus películas?
–Sí, sí. Y eso me genera muchos problemas.
–¿Elegir a los actores?
–Sí, porque estás inventado un mundo y necesitás de esos actores. Luego hay que convencer a los productores. Como dice John Huston: "Si hacés bien el casting, la película ya está hecha".
–¿Ensaya mucho antes de cada escena?
–No. Si hacés bien las audiciones, no lo necesitás. Creo que los actores son personas muy inteligentes. No entiendo eso de los ensayos.
–Pero sus actores se lucen. ¿No se considera un director de actores?
–No. Eso no es por mí. No les digo qué hacer, sino todo lo contrario. Despacito emerge.
–¿Usted no les da ninguna herramienta ni marcación?
–No. Es simple. Les das un buen personaje y hacés que confíen en vos.
–Ha trabajado muchas veces con Judi Dench. ¿Cómo la definiría?
–Ella es una actriz brillante. A ella le gusta trabajar conmigo porque se siente segura conmigo. Es una mujer muy graciosa y sabe que nunca haría nada que la ridiculizara. Simple.
–Destaca todo el tiempo que las cosas son simples.
–Es que no me gusta lo complicado. Cuando hacés una película y se te hace difícil es porque hay algo que no está bien. Las cosas deberían ser simples.
–Entonces, ¿qué es difícil o complejo?
–En general, las cosas son muy sencillas porque quizá yo sea una persona fácil. O quizá hago que las cosas lo sean. Solo me interesa contar una historia, entonces elijo buenas actrices y me callo. A un director de fotografía le pregunté una vez por qué trabajaba conmigo él me respondió: "Porque me dejás hacer lo que quiero".
–¿Cómo vive el presente de su país?
–El Brexit es una tragedia. Un escándalo. Una de las historias que más me intrigan hoy es la de la psicología extraordinaria de esta mujer [Theresa May]. Ella está como desnuda y ves cómo en los últimos dos años logró sus objetivos. Esta mujer no debería ser Primera Ministra, y parece por momentos que fuese o se comporta como una niña.
–Quizá alguna vez filme una película sobre Theresa May y el Brexit.
–Sí, pero no ahora. Dentro de diez años, puede ser. Hay que dejar que el tiempo pase para contar la historia.
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