STEINBERG, PAPA DE TODOS
Más que humorista, fue un gran artista gráfico que marco a fuego a sus colegas
Se llamaba Saul Steinberg, y murió hace pocos días, a los 85 años. Había nacido el 15 de junio de 1914, en Rumania, pero vivió sus cinco últimas décadas en la avenida Madison, en Nueva York. Pese a que no puede definírselo estrictamente como un humoristas, todos los dibujantes de humor del universo se ponen de pie cuando se menciona su nombre.
En el diario Clarín, el notable Hermenegildo Sábat rindió homenaje al artista desaparecido: "Fue el dibujante que hizo pensar más a los lápices y las plumas desde la desaparición de Paul Klee y Pablo Picasso", escribió.
Martín Kovensky, cuyos trabajos publica habitualmente La Nacion, fue igual de contundente cuando le preguntamos por Steinberg: "El fue para la gráfica lo mismo que Picasso fue para la pintura", sintetizó.
Lo que justifica que Steinberg esté en este número especial es precisamente eso, su consagración a la gráfica. En su país, se graduó como profesor de filosofía. Después se fue a Milán, donde se recibió de arquitecto. En Italia comenzó a ganarse la vida como dibujante humorístico, en la revista Bertoldo, entre 1936 y 1939, y cuando la aventura fascista comenzó a volverse insoportable, emigró otra vez Hizo una antesala de dos años en lo que entonces era Ciudad Trujillo, República Dominicana, y en 1941 llegó a los Estados Unidos. Allí encontró su gran lugar en una revista mitológica, que sigue apareciendo: The New Yorker. Con sus dibujos, Steinberg logró que las tapas de The New Yorker fueran únicas, admiradas y coleccionadas en todo el mundo.
Era demasiado evidente que cuanto él producía se diferenciaba de lo conocido como ilustración en los medios de prensa. Estaba, a veces, el argumento del chiste, y podía llegar a ser muy efectivo. Pero lo sustancial no era eso, sino la línea, la puesta en escena de las imágenes que Steinberg seleccionaba.
En 1943, el joven Saul se nacionalizó norteamericano, y en 1944 se casó con Hedda Lindenberg. Diez años más tarde, sus dibujos dieron el gran salto: de las revistas a las galerías y museos.
Por cierto, el Museo de Arte Moderno y el Metropolitan, de su ciudad adoptiva, pusieron a su disposición reiteradamente sus puertas y paredes. Pero en la década del 50 Steinberg expuso en toda Europa: en Londres, en 1952; en París y en Amsterdam, en 1953, y en Suiza en 1954.
Ya por entonces era considerado el mejor dibujante norteamericano, aunque sólo fuera un norte-americano adoptivo. Lo mismo le ocurría en otras artes a europeos que habían llegado escapando de la guerra y se transformaban en símbolos nacionales, como los directores de cine Fritz Lang y Billy Wilder, autores de películas tenidas hoy como emblemas del cine del gran país del Norte.
Según los especialistas en plástica, Steinberg actuó desde The New Yorker como un gran divulgador de las corrientes de vanguardia del arte con mayúsculas. Es bien posible que al multiplicar por cientos de miles, semana tras semana, imágenes de notable audacia conceptual, Steinberg haya contribuido a educar el ojo del público común, a hacerle entender por dónde corrían los caminos del arte visual en el siglo XX.
Pero también Steinberg recorrió el camino inverso. Antes de él, quienes publicaban sus dibujos en diarios y revistas eran mirados de reojo por los artistas serios. La opinión culta predominante era que los humoristas practicaban una suerte de arte menor, para nada comparable con los grandes nombres, aunque tuvieran una popularidad incom-parablemente mayor. Después de Steinberg, poco a poco, pero cada vez con mayor fuerza, el modo de ver las cosas fue cambiando.
Hoy nadie se atreve a discutir, en la Argentina, el carácter de artistas más allá de toda categoría que tienen, por ejemplo, el ya nombrado Sábat o Carlos Nine. Aun maestros del género decididamente humorístico, en el que lo textual y lo argumental tienen un peso muy fuerte -como Quino, Mordillo o Caloi- son vistos con más respeto por los doctores de frac y galera que el que recibie-ron, décadas atrás, creadores como Divito, Battaglia, Ferro o Calé. En buena medida, este cambio de percepción respecto de la labor de los artistas gráficos se debe a la irrupción de Steinberg.
La diferencia, en su caso, pasa por el hecho de que era un auténtico intelectual. Como dice Sábat, confesaba que se sentía más cerca de James Joyce que de cualquier dibujante. Pensaba muy profundamente en lo que hacía, pero sabía que no trabajaba para elites, sino para un público gigantesco.
"Fue un genio de la línea, con la que jugó como puede jugar un músico con el sonido en el estado más puro", dice Kovensky. Puesto ante el desafío de decir a qué dibujantes locales influyó Steinberg, confiesa que, por cierto, a él mismo, pero también, y sobre todo, a Oski, el gran patriarca del humor dibujado en la Argentina. "Y, en el exterior -añade-, se puede afirmar que ni Basquiat ni Keith Jaring hubieran existido como imagen de no ser por Steinberg."