Esta Navidad, llega a los cines el octavo episodio de Star Wars, la saga que hace exactamente cuatro décadas inició la era de la ciencia ficción moderna.
El próximo 25 de diciembre se estrenará en Argentina –y en una enorme parte del planeta Tierra– Los últimos Jedi, el octavo episodio de Star Wars. Es un poco extraño escribir esa frase porque yo vi Star Wars (que era Episodio Nada, que no tenía un subtítulo) el 25 de diciembre de 1977, hace exactos 40 años. Para que el lector se dé una idea de cómo esa película y las siguientes cambiaron nuestra vida, no hay manera de olvidar, cada vez que se estrena algo de la serie/saga o lo que fuere que uno no recuerde de ese primer estremecimiento, el cartel subiendo, la fanfarria inicial de John Williams. Es raro, también, pensar que fuimos la única generación que sintió ese estremecimiento, que la película cambió tanto el cine que quienes vinieron después consideraron totalmente natural el vuelo en plena batalla de cientos de naves espaciales, las espadas láser, los poderes Jedi, los planetas desaforados.Star Wars, La guerra de las galaxias, fue la película que comenzó con la era del todo es posible gracias a la tecnología. Lo que pasó en estos 40 años fue que el cine se convirtió en otra cosa. Paradójicamente, dado que todo es posible y todo es plausible y todo es creíble gracias a computadoras de enorme potencia, lo único que nos engancha en todo este circo pop de neones y láseres y criaturas extrañas es una buena historia.
George Lucas, más productor que director, nunca se terminó de dar cuenta de eso. Si vieron el documental Spielberg, por estos días en HBO, cuando le mostró La guerra... a sus amigos Scorsese, Coppola y etcétera, saltó un malhumorado Brian De Palma a decir que la película era un desastre, que no se entendía dónde o por qué pasaba lo que pasaba, que mejor era poner un cartel explicativo al principio para que la gente pudiera disfrutarla. De donde surge que quizás ese invento, de la mente de De Palma, sea lo que salvó la película y creó un mito. Lo que nos llevó de la nariz fue que podíamos creer, finalmente, en ese mundo rarísimo. Pero la torpeza de Lucas aparece en la segunda trilogía, íntegramente dirigida por él. Entre solemnidades, sobresaturación digital y “metáforas” sobre el mundo moderno y los poderes económicos (zzz…), solo el Episodio II (totalmente gratuito) y el Episodio III (el único con una buena historia) pueden considerarse algo interesantes.
Pero en 2015, como saben, y después de que esa corporación que es, a la vez, la Mejor Narradora de Historias del Mundo y La Mayor Usina de Negocios del Mundo, Disney, se hiciera cargo del asunto, se estrenó el Episodio VII, dirigido por un gran realizador que se crió con Star Wars y con las películas fantásticas producidas por Spielberg en los 80, J. J. Abrams (de hecho Spielberg le produjo, lo saben, ese homenaje a los 80 que es Super 8, 10 millones de veces mejor que Stranger Things), e hizo lo que había que hacer: una remake del original que incluía la mirada personal de un director que nos decía en el uso de las imágenes por qué ese universo fue tan importante para él. La película –es la tercera que logró, después de Avatar y Titanic, quebrar la barrera de los US$ 2.000 millones de recaudación global– es excelente, una demostración de que lo que en realidad siempre fue el núcleo del asunto fueron los personajes y lo que les tocaba vivir.
Pues bien, Episodio VIII. El realizador es bueno, se llama Rian Johnson y fue el responsable de Looper-Asesinos del futuro, una fábula sobre la redención y la culpa que incorporaba –pero no mezclaba irresponsablemente– elementos del noir, el western y el melodrama en un entorno de ciencia ficción. Johnson mostró una enorme creatividad para las secuencias de acción, así como un tempo narrativo exacto con un guión complejo. Dicho de otro modo: contó una historia muy difícil de viajes en el tiempo y gente que se mata a sí misma de modo fácil, lo que ya es una hazaña. Cuando nos enteramos de que iba a ser el realizador de la segunda parte de esta tercera trilogía, que es, en realidad, la segunda después de la primera original, que es la segunda respecto de la segunda trilogía, que es el origen de todo (sí, tal cual, vuelva a leer si no está al tanto de Star Wars, lo que no deja de ser raro también), nos puso contentos. Cuando supimos que Luke Skywalker vuelve al Halcón Milenario, más. Cuando pensamos que es el último trabajo de Carrie Fisher, nos dan más y menos ganas de ver lo que ya es definitivo (un niño le dijo a Paul Éluard que el cine se hace con los muertos). Pero lo más interesante del asunto es que los nuevos personajes nos interesan, que ahí está Rey, la chica que será Jedi, y ahí está Kylo Ren enfrentado a lo que queda de su familia, y Dameron Poe, y Finn, y el guión de ese genio llamado Lawrence Kasdan. O sea, lo que tanto nos marcó: un cuento que nos trae amigos de una galaxia muy muy lejana. Cuarenta años después y otra vez chicos.
Lo que viene, lo que viene
La estrategia de crear películas “laterales” a la trama central continúa en 2018 con el estreno de Solo, la historia de la juventud de Han Solo, que será una comedia de acción y que terminó con Tim Miller y Peter Lord (los creadores de Comando especial y La gran aventura Lego) fuera de la producción casi terminada (la “cierra” Ron Howard). Y, en 2019, viene el Episodio IX, que debería –la franquicia impide saberlo, el negocio manda– ser el final de la trilogía actual, otra vez dirigida por J. J. Abrams.
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