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Sí: las fotos en las aplicaciones de citas siguen siendo todo, incluso la causa de la decadencia que atraviesan actualmente las plataformas de encuentros románticos. En un entorno digital donde las interacciones son mayormente visuales, la foto de perfil es, en muchos casos, lo primero (y a veces lo único) que consideramos antes de decidir si queremos o no conocer a alguien. Sea porque son falsas, filtradas o hechas con IA, o bien porque tenemos tan distorsionada nuestra propia imagen que compartimos las que menos nos favorecen, lo cierto es que son el factor por el cual seguimos reduciendo nuestras posibilidades de encontrar “amor” en las redes.
Una pequeña pero representativa encuesta realizada por un sitio de fotografías passport-photo entre 1000 usuarios permite inferir la importancia que le damos a la apariencia física y las consecuencias de no aceptar la imagen que nos devuelve el espejo. El estudio (de 2022) revela que el 85% de las mujeres y el 80% de los hombres consultados coinciden en que las fotografías son el aspecto más crítico de un perfil, tanto es así que el 89% de los solteros confiesa haber tenido al menos una cita con alguien que conoció en Internet y que al momento de la presencialidad no tenía nada que ver con sus fotos publicadas, razón por el que el 73% considera que debería prohibirse el retoque de imágenes en las aplicaciones de citas.
¿No asumimos el paso del tiempo?
Aunque es casi imposible que algo así suceda, el problema persistiría de todos modos porque la mayoría de los solteros y solteras disponibles sigue compartiendo en su carrete postales de cuando iban a la escuela primaria, por poner un ejemplo de lo nada o poco actualizadas que están sus imágenes. Según el sondeo, solo siete de cada 10 personas que usa plataformas online mantiene sus fotos al día, mientras que el 31% no las ha cambiado en más de un año: el problema es que, cuando se le preguntó si creían que éstas reflejaban con exactitud su aspecto actual, el 98% respondió que sí. Es decir, no asumimos que el tiempo pasa y la apariencia cambia sea por decisión propia o bien porque el reloj biológico deja huellas más o menos notables.
La dismorfia digital es un fenómeno nuevo: no podemos vernos objetivamente, tal como somos, porque queremos lucir como los demás. Nos retocamos los labios, el contorno de la mandíbula y borramos las imperfecciones de la piel para parecer más tersos y jóvenes, dice el estudio sobre cuáles son los rasgos que más alteramos en las redes sociales, pero si bien al 62% de los hombres y al 68% de las mujeres no les importa que haya un poco de edición, al consultarles si alguna vez habían deslizado hacia la izquierda a alguien porque sus fotos estaban notablemente manipuladas, el 90% respondió afirmativamente.
Fotos perjudiciales con fines románticos: ¿cuáles rechazamos?
Según los participantes, a los fines románticos resultan perjudiciales las fotografías tomadas desde ángulos extraños (la selfie con el brazo levantado, por ejemplo), tampoco califican las editadas o con filtros y aquéllas en las que aparecemos fumando. Las muecas exageradas y la pose del tonto alegre son rechazadas por casi el 40% de los usuarios, y de nada sirven las tipo LinkedIn, serias y formales, rechazadas por casi el 38% de los encuestados. En un país estable podríamos recurrir a un fotógrafo profesional para invertir en un buen material con el que competir en las redes, ya que según el estudio las fotos de calidad aumentan el número de “matches” (49%), de “me gustas” (48%) y de personas dispuestas a mandar un mensaje (43%).
Por último, acerca de ganar puntos sensibilizando a los posibles matches, en los últimos tiempos es frecuente ver usuarios posando con la mascota. Si bien el 63% de las mujeres y el 62% de los hombres encuentran atractivos a quienes tienen un gato o un perro, el 15% de los encuestados masculinos admite que pidió prestada una mascota para sacarse la foto.
Deseados, antes que inteligentes
Tal es la presión por mantenerse deseables en las redes, que la imagen ha pasado a ser el filtro de nuestras oportunidades y experiencias. Según el psicólogo y sociólogo estadounidense Elliot Aronson, la percepción del atractivo está estrechamente relacionada con la teoría de la validación, ya que esta otorga una sensación de éxito y aceptación en un entorno competitivo, es decir que no importa si una buena foto no redunda en una relación real: que nos den un like o hacer un match ya es suficiente para sentir que no somos ningún patito feo sino seres dignos de seguir intentándolo. Las plataformas amplifican este fenómeno al crear espacios en los que nuestro valor se mide en comparación con los demás, un concepto introducido por el psicólogo León Festinger en 1954, quien argumentó que las personas tienen una tendencia natural a compararse con otros para evaluar sus propias opiniones y capacidades. En el planeta virtual esta comparación además está marcada por la visibilidad pública: no solo te evalúan los amigos cercanos, ahora también miles (o millones) de individuos que no conocemos.
Un estudio realizado por Pew Research Center en 2021 encontró que el 64% de los adolescentes en los Estados Unidos es consciente del impacto negativo que tienen las redes en su autoestima, principalmente debido a la exigencia de mostrar una versión idealizada de sí mismos. El uso intensivo de filtros y otras herramientas de imágenes en Instagram y Snapchat también alimenta la “dismorfia corporal digital”, un fenómeno en el que los usuarios desarrollan una visión distorsionada de su propio cuerpo, comparándose con estándares de belleza poco realistas. De ahí, fortunas en psicólogos y farmacología para curar la ansiedad que causa ese círculo tóxico, del que claramente se sale desinstalando aplicaciones.
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