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En 1998 no existían las redes sociales. Todavía era común usar teléfono de línea en los hogares y las plataformas audiovisuales estaban más cerca de la ciencia ficción que de la realidad. La gente alquilaba películas en el videoclub y la tele de aire era un planazo para los domingos por la noche. Aún más en Río Grande, Tierra del Fuego, donde solo había un cine y nadie se perdía Sorpresa y ½, con Julián Weich y Maby Wells. El programa le cumplía sueños a las personas, para eso se necesitaban cómplices dispuestos a mantener el secreto hasta revelarlo al final.
Así se le ocurrió a Daniela sorprender a su amigo Javier, que estudiaba piano en la misma orquesta que ella. Los dos habían quedado impactados por la película Titanic y por su tema principal, cantado por una joven Céline Dion. Que Daniela escribiera una carta a Canal 13, que esa carta fuera seleccionada entre miles, para que Javier viajara a Canadá y conociera a la artista era algo inimaginable para un pibe de la Patagonia.
El cierre de los Juegos Olímpicos, 25 años después, con la artista canadiense en la Torre Eiffel fue la oportunidad ideal para revivir lo que pasó en aquel sueño. Por primera vez el medio digitalizó su contenido en alta definición. Así llegó a los memoriosos y a las nuevas generaciones, que se encontraron con una joya de la televisión argentina. Las redes del canal se llenaron de comentarios. Javier Fernández Arroyo, revivió la intensidad de las emociones y se la pudo mostrar a sus hijos. “Nunca me vi de joven con tanta nitidez, solo en fotos. Hasta parecía hecho con Inteligencia Artificial. Fue tremendo”.
En el primer piso de un café de la zona de Belgrano, Javier sonríe con la mirada. Acusa un perfil bajo, una timidez que pronto se diluye con la charla. Hace años que dejó el sur para vivir en Buenos Aires y está acostumbrado a la vibración de la ciudad. Las preguntas son evidentes: ¿Qué nos perdimos del detrás de cámara? ¿Qué pasó después de cumplir aquel sueño tan increíble? ¿Cambió de alguna manera su vida Céline Dion?
Los tiempos de paisajes blancos
“Yo me crie más en Río Grande que en Ushuaia”, recuerda Javier. Su padre, como militar de la Marina, había formado parte de las campañas oceanográficas que iban a la Antártida, así conoció Ushuaia y se enamoró del lugar. Más tarde, con cinco hijos y la oportunidad de abrir una empresa, no dudaron en mudarse al sur.
Desde chico, Javier demostró su facilidad para la música. Ya tocaba piano de oído cuando a su mamá le recomendaron un profesor que enseñaba de una forma didáctica y novedosa. Así empezó a viajar todos los fines de semana a Ushuaia para formar parte de la orquesta. Después del ensayo de los sábados, algunos alumnos se quedaban a practicar, a Daniela le gustaba cantar los temas del momento. Y ahí, en el éter, siempre estaba Céline Dion. Ella quiso ser generosa con su amigo, desde marzo —que envió la carta—, hasta que le contestaron y se activó el complot, nada le hizo sospechar a Javier que había un plan oculto.
Un viaje de Río Grande a Montreal, más de 11 mil km lejos de casa. Lo que sucedió durante esos días inolvidables, acompañado por su profesor de piano, fue una de las experiencias más alucinantes de su vida. Todavía se siente la felicidad en su voz cuando relata cómo el pianista Claude Lemay, lo llamó por su nombre y lo invitó a subir al escenario hasta que ella emergió como un ángel y cantó “My heart will go on” frente al adolescente en shock.
En el programa se puede comprobar que la sorpresa solo funciona si no hay dudas de que todo lo previo es real. En ese punto cobra importancia la producción. Javier sigue en contacto con Bárbara Cudich, que le generó la confianza necesaria para soltarse frente a cámara. Y lo animó a escribir un poema en la puerta de la casa natal de Céline en Charlemagne. Una foto tomada durante el encuentro, los muestra a ellos al lado del piano, él sostiene un papel entre sus manos.
—Me contaron que escribiste un poema.
Javier murió de vergüenza. Lo había hecho en español y su inglés era de supervivencia, pero ella tampoco entendía una palabra del idioma, así que él se encomendó “al dios del universo” y se lo leyó. “Le hago una traducción medio literal de estrofa por estrofa y ella, súper encantada, agradecida. Yo creo que la mitad del poema no me lo entendió. Ella me decía que lo entendía porque es amorosa”.
Durante el ensayo ella se acercaba. “Venía a cantar, me abrazaba, y cantaba al lado mío”. La estrella no había perdido su humanidad, también estaba conmovida. No solo presenciaron la prueba de sonido, sino que salieron por el mismo túnel que usaba la banda para dirigirse al escenario. Asistieron al show completo en una ubicación más que preferencial, dentro de un estadio circular de hockey con capacidad para más de 25 mil personas. En un momento, el hermano de ella le hizo señas para que se acercara. Todas las pantallas del estadio mostraron al pibe de Ushuaia subir al escenario durante el tema Immortality. “Me acerco, levanto la rosa gigante, ella está cantando, la toma, me agarra fuerte de la mano y me da un beso”.
Desde las 4 de la tarde, en que los pasaron a buscar por el hotel, hasta que se fueron del estadio, el tiempo quedó suspendido, transcurrió diferente.
Javier recuerda en especial al bajista, un mexicano que le contó, luego del show, que alguna vez había intentado quitarse la vida pero la música lo había salvado. “Nunca pierdas la esperanza, vos siempre pelea por tus sueños”. Cuando el tecladista supo que no se había despedido de Céline Dion, intervino. “Me arrastra casi por el medio de los dos matones que tenían de seguridad, golpea la puerta del camarín de Céline, abre con un sándwich en la mano y la otra a mitad dentro de la boca, masticándolo”.
Y si ya la había visto tan humana, ese fue el cierre perfecto, la frutilla del postre. Lo que sucedió durante esos cinco minutos, no quedó grabado más que en la memoria de Javier. Si faltaba algo, era ese instante único, sin cámaras; decirle cuánto la amaba, repetirle que la admiraba un montón.
—Ojalá un día vengas a la Argentina. Hasta siempre, o no sé, no te voy a ver nunca en la vida, pero gracias por todo.
—No. —contestó ella—. Nos vemos cuando seas mi pianista.
Céline Dion nunca estuvo en Argentina. Pero si viniera, probablemente recordaría a aquel adolescente que era Javier, como ha recordado la historia al hablar con su marido en esos tiempos.
De los mandatos a la espiritualidad
La repercusión del programa, que salió un 28 de marzo de 1999, fue contundente. Lo que vino después, fue terminar el colegio y seguir los mandatos, cursó Administración de Empresas en Buenos Aires y a los seis meses abandonó la carrera. Cada tanto volvía al teclado, que siempre lo estaba esperando. En 2002, con unos ahorros, estudió en una escuela de música pero el contexto era difícil y se dedicó al trabajo a tiempo completo. Llegó a ser director de operaciones en una empresa química, logró estabilidad, un buen sueldo, beneficios, mucha responsabilidad. Se casó joven, tuvieron tres hijos y así pasaron los años.
Hoy mira aquella época con extrañamiento. Había entrado en un círculo vicioso: trabajaba para sostener lo que había logrado y por tanta presión terminaba descuidando a los seres que amaba. El giro en esta trama tiene nombre: mielitis transversa recurrente, antesala de la esclerosis múltiple. “Fue como una advertencia que me dio la vida, de que por ese lado no era”. Tenía micro convulsiones y el cuerpo le dolía como si la sangre se le hubiera cristalizado. Se movía con dificultad, no podía cargar peso. La familia fue su mayor contención. Su pareja lo tenía que ayudar hasta para cambiarse o comer, su padre lo llevaba a la clínica FLENI para hacer la rehabilitación. Tras meses de enfermedad, decidió abrirse a terapias bioenergéticas. Y si bien es difícil encontrar la explicación científica, un día dejó de doler. Y otro día, con los análisis y las pruebas, acordó con su médica bajar la medicación hasta dejarla, en marzo de 2018.
Salió de la enfermedad fortalecido. Y entendió el mensaje. “El que tenía que cambiar era yo”. Con algún golpe y la separación de su pareja tras 16 años juntos, dejó su trabajo y se inició como independiente para un grupo de la India que necesitaba desarrollar negocios en la región. Hasta tuvo la suerte de viajar al país del Oriente ya que fue invitado al casamiento de su empleador, así que aprovechó para disfrutar de la cultura milenaria. “Te juro que las mejores cosas de mi vida salieron, ¿sabes cuándo? Cuando dejé de querer tener el control”. Se refiere al clásico “vivir el presente”, no obsesionarse por el futuro.
Ayudó, y mucho, en este proceso, recuperar la espiritualidad que había estado dormida. Un amigo le ofreció acercarse a un grupo, con base católica, que se llama “Entretiempo”, para afrontar la crisis de la mitad de la vida. Y si bien piensa que no se trata de religión, sino que tiene un sentido más amplio, algo se iluminó. “El retiro termina con una misa tradicional. Me dan un micrófono para contarle a la comunidad un resumen de lo que había vivido, y lo que pasó fue una bisagra en mi vida. Llegué con la llamita de la espiritualidad ya chispeando, casi se apagaba, y cuando terminó el retiro tenía un incendio forestal”.
Javier Fernández Arroyo reconoce que su evolución está en valorar lo que tiene, en reconocer que siempre el otro es más importante. Haber viajado por ciudades increíbles le abrió la perspectiva a nuevas culturas pero cada vez que se iba se enamoraba más de la Argentina. Entendió que para cuidar su salud, enojarse no era opción, y todos los días elige tomar el camino de la paz.
No se arrepiente de las decisiones, todas algo le enseñaron. “Si hubiese seguido el camino de la música, mi vida habría sido diferente. No digo ni mejor ni peor, diferente. Y yo hoy, que estoy en la famosa crisis de la mitad de la vida, que valoro tanto las amistades, no me imagino la vida sin mis hijos. Es como que no me interesa saber qué podría haber sido de mí con la música. Nunca me pesó, no me arrepentí de no haberlo hecho”.
Pero la música no se fue a ningún lado. Y la creatividad, tampoco. Este año, una de sus mejores adquisiciones fue un piano restaurado de madera de nogal, de 1927. La primera vez que lo tocó, la conexión fue mágica. “Sentí que el alma se me desprendía del cuerpo, fue amor a primera vista”. Empezó a subir a YouTube la grabación de las improvisaciones, dice que el piano traduce las conversaciones con su alma y se siente más que satisfecho por recibir el agradecimiento de la gente que lo escucha. Además, volvió a escribir. En su emprendimiento de cerveza artesanal describe las tradiciones de una comarca imaginaria celta llamada Ölstad. Le divierte pensar en nuevas historias y sueña con viajar a tierras vikingas.
Bárbara, aquella productora de Sorpresa y ½ le propuso enviarle un video a la artista, Javier planea grabarse con su piano y su familia. Quisiera agradecerle a Céline Dion por su ejemplo de vida, por haberle demostrado que los sueños a veces se cumplen y que la música siempre conecta con el amor.
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