Había transitado más de 30 gatos rescatados de la calle y en situación de abandono. Tenía los conocimientos y herramientas suficientes para lograr rehabilitar a los que llegaban enfermos, desnutridos y con secuelas de un triste pasado. Y creía saber todo lo que hacía falta para recibir el nuevo caso que había llegado a las manos de Bicho Feliz, la asociación civil de ayuda a animales en situación de vulnerabilidad, esa tarde de noviembre de 2018. Pero Nai Osepyan nunca imaginó que Finn iba a ponerla a prueba.
Lo habían encontrado en una pescadería en el barrio de Palermo, en la Ciudad de Buenos Aires. Por el estado de su pelaje, era evidente que Finn, un gato de unos cinco años, tenía un cuadro avanzado de sarna. "En principio todo gato que venía en tránsito iba directo al baño. Como tenía ante baño también aprovechaba ese espacio para cambiarme de ropa cuando entraba y salía. Pero, siendo la primera vez que transitaba un gato con sarna, no tenía idea lo útil que me iba a ser ese espacio, y lo necesario de tener al animal en un ambiente fácil de limpiar".
El estado de Finn era realmente impresionante a los ojos de cualquiera que se acercara. Cada vez que se rascaba, un puñado de costras caía de su delgado cuerpo y las heridas quedaban en carne viva. "Había llegado a casa un domingo, lo instalé en el baño con agua, comida y piedras sanitarias y recién el lunes, cuando volví del trabajo, lo llevé al veterinario esperando que me aclarara cuáles eran las precauciones que tenía que tomar con mis gatos y cuál era el tratamiento a seguir. Ahí se presentó el primer problema. Mi veterinario de cabecera no estaba y nos atendió otro médico que no solo parecía no saber mucho de sarna, sino que, además, tampoco demostraba mucha empatía con los gatos. Lejos de aclararme el panorama, se limitó a decirme que la sarna era súper contagiosa para los humanos. Le dio un antibiótico y nos mandó a casa".
Esa tarde Nai entró en crisis. Aunque es especialista en comportamiento felino (única certificada en el país) y su experiencia con otros casos no era menos, era la primera vez que se encontraba sin saber hacia dónde ir con el gato. No saber qué recaudos tomar, la llenaba de miedo. Pero no se dejó vencer. Fue al supermercado y compró todo aquello que desinfectara: lavandina y alcohol para empezar, bolsas plásticas y de residuos.
Dentro del baño, todo era cuestión de limpieza. Nai tenía rociadores con lavandina, desinfectante y alcohol. Como Finn no paraba de rascarse, el suelo estaba siempre lleno de costras, así que ella limpiaba, también las paredes hasta a un metro del piso. "Tenía que cambiarme de ropa cada vez que salía del baño donde estaba Finn. Además, usar cosas donde el parásito no se aferrara. Por eso las bolsas de residuo: las usaba en las piernas cuando entraba al baño, y confieso que yo misma me tiraba desinfectante después. Pero, a los pocos días, di con una especialista en parasitología. Resultó que el tratamiento era mucho mas simple de lo que parecía, la sarna que tenía Finn podía combatirse con mucha menos cantidad de desinfectantes".
Finn tenía sarna notoédrica, una enfermedad pruriginosa y contagiosa producida por un ácaro: Notoédres cati. También se denomina enfermedad de la cabeza del gato, ya que ésta es la zona más afectada. Con pipetas antiparasitarias mensuales y el seguimiento correspondiente, el animal se recupera.
Una de cal, una de arena
El cuadro que había que tratar iba a llevar tiempo, pero Finn lo compensaba con su amable carácter. "Decir que era un gordo divino es poco. Desde que llegó se desesperaba por las caricias y me mataba no poder tocarlo sin guantes. Estaba ávido de contacto humano pero era muy miedoso. Le costaba entrar en confianza y quedaba paralizado de miedo pero se esforzaba por acercarse. Amaba estar a upa, que lo besuquearan".
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Con el nuevo tratamiento, la mejoría de Finn se hizo evidente en pocos días. Entonces, Nai pudo pasarlo a un cuarto preparado para transitar gatos. El gato se transformó por completo: había recuperado peso, su pelaje estaba suave y la castración hizo lo suyo para que el animal terminara de adaptarse a su nueva vida. "Ya una vez que estuvo en el dormitorio, el único problema eran los pelos. Cambió todo el que tenía cuando se fue poniendo mejor y creo que podría haber armado otro gato con el pelo que se le caía".
Si bien las novedades sobre la historia era compartida a diario en las redes de la agrupación, todos sabían que su adopción no iba a ser fácil (es que Finn tenía, además, VIF, el virus de inmunodeficiencia felina que afecta a los gatos. Aunque pueden vivir sin problemas casi toda la vida, requiere al humano responsable estar atento).
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"Una chica a quien conocí porque me contrató para una consulta de comportamiento por uno de sus gatos, un día me envió un mensaje. Asumí que era por un tema de conducta. Pero, para mi sorpresa, me decía que su mamá quería adoptar a Finn. Ese día lloré de la emoción". Finn ahora vive en Villa Crespo con Liliana y su hija Carli, en un hogar donde lo aman.
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