“Siempre visualizaba cómo quería que fuera mi marido”, dice Dolores. ¿Qué le deparó el destino más allá de sus deseos y sueños?
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Siempre se había sentido identificada con el personaje de Susanita, de la famosa historieta Mafalda de Quino. Cuando pensaba qué quería ser cuando creciera, lo que más deseaba era enamorarse y formar una linda familia. Nunca fue a terapia, tampoco a mindfulness u otros espacios para reflexionar y mejorar su calidad de vida pero, sin saber, utilizó muchas de las herramientas de esas disciplinas para lograr lo que tanto soñaba. “Siempre visualizaba cómo quería que fuera mi marido, mi familia, mis hijos. Una vez hasta me escribí una carta a mí misma para cuando fuera grande y otra a mí futuro marido donde contaba con lujo de detalles cómo sería nuestra historia de amor”.
Amor de adolescencia
Dolores había tenido una primera experiencia en el amor con su novio de la adolescencia. Aunque el vínculo finalmente no prosperó, aquellos años la ayudaron a crecer y a estar preparada emocionalmente para lo que vendría. “Costó dejar algo que ya no era, costó reconocer que había terminado. Pero lo logramos y cada uno siguió con su vida. Una vez me llamó y nos encontramos, me dijo que era la mujer de su vida y que más adelante nos podíamos volver a encontrar y planear un futuro juntos, pero que tenía miedo de que Dios le jugara una mala pasada y yo conociera a otra persona”. Quizás, en el fondo, él sabía que el destino de Dolores no estaba escrito junto al suyo.
Una vuelta de página
Pasó una semana de la ruptura formal. Dolores siguió con su vida. Una tarde recibió una invitación para ir a la casa de una amiga. “No me dijo que había un festejo. Aparecí recién bañada pero con ropa cómoda. Para mi sorpresa, estaba lleno de chicos, ¡qué vergüenza! Y ahí lo conocí a Andrés. Me lo presentaron. Era muy buen mozo. ¿Qué podía perder? Nos miramos a los ojos y brindamos, bailamos chamamé, me agarró fuerte, conectamos”.
Más tarde fueron todos al boliche. Andrés invitó con las entradas a Dolores y otros más que no habían llevado dinero esa noche. La invitó a tomar un trago, bailaron de nuevo, charlaron. A las horas, todos comenzaron a despedirse, pero ellos seguían conversando, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante en que sus miradas se encontraron. A la madrugada la acompañó a la casa y se despidieron con un beso. “No suelo jugar con los sentimientos de los que aprecio”, le aclaró. Esa misma noche, ella tomó el cuaderno viejo de anotaciones y escribió todo lo que había vivido en esas maravillosas horas.
Al otro día la llamó y la pasó a buscar para llevarla al trabajo. “Me pellizqué, no lo podía creer. Entré haciendo avioncito al lobby del hotel, me había enamorado. De Andrés primero me gustó que era muy buen mozo, alto y con buen físico, lindo porte, era fuerte, de espalda grande. Fue re generoso cuando nos pagó la entrada a varios que fuimos sin plata (re mal) y cuando me fue a buscar desde San Isidro a Pilar y me llevó al centro me pareció todo un caballero”. En ese entonces, Dolores -que había estudiado la carrera de Turismo y Hotelería- trabajaba en el recientemente inaugurado Hotel Intercontinental, en la calle Moreno al 800 del centro porteño.
Sin rodeos ni complicaciones
Pero Andrés vivía en el campo y la realidad era que se veían poco, aunque hablaban mucho por teléfono de línea. Pasó un mes desde que se habían conocido y Dolores accedió a viajar para visitarlo por su cumpleaños. “Cuando llegué me mostró el lugar donde vivía, me contó cómo trabajaba y acto seguido sin preámbulo alguno me preguntó si me animaba a ir a vivir allí, con él”.
No dudó ni un instante en decirle que sí. Y eso no fue todo: se pusieron de novios con planes serios de casamiento. No se lo contaron a nadie, pero hicieron realidad sus planes. Se casaron en la iglesia Don Bosco en San Isidro, para los dos tenía un significado especial. Ahí daba misa el sacerdote amigo de la familia de Andrés, que resultó ser el mismo que había confirmado años atrás a Dolores. Andrés no le pidió casamiento de rodillas. Fue, en todo caso, una propuesta atípica y descontracturada.
- - Más vale que empecemos a ahorrar nosotros, dijo él.
- - ¿Para qué querés ahorrar?, respondió ella sorprendida
- - ¡Para casarnos!, anunció Andrés
- - Pero si ni siquiera me dijiste si quería ser tú novia...., retrucó ella.
- - Bueno, ¿querés ser mi novia?
- - Sí
- - ¿Te querés casar conmigo?
- - Sí.
Al año siguiente, la vida los llevó a disfrutar su luna del miel en el Caribe. “Fuimos locos, nos la mandamos. Hoy a punto de cumplir 25 felices años de casados y 26 desde el día q nos conocimos, tenemos cuatro hijos espectaculares. De Andrés me sigue gustando que es cariñoso. Es re buen anfitrión en casa y en el campo. Todos los amigos y la familia lo quieren mucho. Nos llevamos bien. Con los chicos ya grandes nos volvimos a encontrar y nos gusta hacer cosas juntos. Tenemos un proyecto en común: viajar en motorhome por el país y el mundo. Sigue trabajando en el campo. En general se va los martes y vuelve los viernes. Este año cumplimos 25 años de casados y puedo decir que todo lo que había anotado en aquel cuaderno para mi vida amorosa, se cumplió”.
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