Entre la oficina, amigos y estudios, parecía tener todo resuelto, hasta que escuchó acerca de un trabajo idílico, y a los 34 decidió que era tiempo de salir al mundo y conquistar sus sueños.
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A veces, cuando Florencia llegaba al escritorio de su oficina, fantaseaba con paisajes exóticos y aventuras en escenarios siempre cambiantes. Soñaba ser aquella eterna viajera que inspirara la pregunta: “¿En qué parte del mundo estás hoy?”
El sueño de viajar lo traía a cuestas desde hacía tiempo, pero lo cierto era que sus ingresos no le permitían costearse las travesías que tanto anhelaba. Así, los años pasaban, las excusas emergían y el miedo la frenaba. Entonces, cada tanto se levantaba con una sensación extraña en el cuerpo, llegaba un tanto desencajada hasta su escritorio laboral ubicado en La Plata y dejaba pasar las horas de trabajo con sensación de tiempo perdido.
Debía admitir que su vida era buena, entre amigos, estudio, trabajo y entrenamiento, ¿por qué cambiar una rutina agradable por una vida llena de incertidumbre? Aun así, Florencia lejos estaba de resignarse, jamás había sido del tipo conformista y decidió que, más que soñar, era tiempo de despertar.
Comenzó a investigar sus opciones en las redes: ¿Qué posibilidades había para una chica ya no tan chica, de clase media, con unos pocos ahorros, una carrera de abogacía aún sin concluir y un trabajo de escritorio aburrido? Ya había pasado los 30, había estudiado inglés, pero jamás lo había puesto en práctica, cierta vez hizo un curso de barista y, sin dudas, a todo le ponía mucho empeño. Tal vez, allá afuera había algo para ella.
La respuesta llegó un día a través de un video de YouTube, en el cual una mujer contaba su vida y, casi al pasar, reveló que durante un tiempo había trabajado a bordo de yates. “¡Eso quiero hacer!”, exclamó Flor para sus adentros. “Quiero recorrer el mundo en un yate y estar en aguas turquesas, rodeada playas hermosas y exóticas”.
La difícil decisión de irse para vivir el sueño de trabajar a bordo de un yate y ver el mundo
Tomar la decisión de irse fue difícil, pero sabía que debía hacerlo. Durante el año siguiente, el objetivo de Florencia fue prepararse de la mejor manera posible. Su sueño sonaba a locura, no tenía idea de cómo iba a lograrlo, pero sabía que el primer paso debía ser conseguir una visa de trabajo que le permitiera permanecer legal en suelo europeo. Puso en marcha los trámites y comprendió que también debía mentalizarse y, de a poco, vender sus posesiones para costearse su pasaje: “No me quedó nada, vendí todo lo que había en mi departamento alquilado”.
“No me iba porque el país no me gusta, ¡Amo a mi país, Argentina tiene todo, me encanta!”, asegura Florencia. “Pero sucede que, a los que nos gusta viajar, explorar, enriquecernos culturalmente, las cosas se nos complican, nos vemos en la necesidad de irnos porque los destinos se vuelven mucho más accesible desde otros puntos del planeta”.
“De hecho, me fui con la intención de lograr hacer base en Argentina, pero tiempo después el Covid me expulsó directamente. Con el cierre de fronteras, por una cuestión laboral, no me podía quedar varada en mi país”, continúa.
Su mamá, un ser sensible, no pudo evitar afligirse ante la noticia, pero conocía a su hija, su espíritu a veces rebelde, su deseo de hacer algo distinto con su vida sin seguir los mandatos esperados, como tener hijos, algo que nunca emergió entre sus planes.
Sus amigos, como siempre, fueron incondicionales y festejaron su decisión, Florencia se veía feliz y lo estaba, aunque el día en que empacó su vida en una valija fue más duro de lo esperado. No solo dejaba a personas queridas atrás, también a su perro y su conejo, tan amados, y que quedarían bien cuidados por su familia: “Volveré por ellos”, se prometió.
Jamás olvidará cuando saludó por última vez antes de ingresar a migraciones, esperó envuelta en adrenalina el embarque y se emocionó como jamás en su vida al momento del despegue. Tenía 34 años y nunca había estado en Europa.
Sola en Europa: Emporio Armani, Alpes franceses y una meta siempre presente
Llegó a Londres sola, sin trabajo, con visa, y con planes de instalarse en París. Quedó fascinada con la capital inglesa, que recorrió en bicicleta durante tres días. Después partió a Francia -y también en bicicleta- llegó hasta la Torre Eiffel y simplemente no lo pudo creer, desde niña deseaba verla y ahí estaba, magnífica. Florencia creyó que vivía un sueño: “A partir de ahí fui casi todos los días a la tarde y esperaba hasta que se encendieran las luces”.
Ella sabe que no es la suerte de todos, pero a la semana tenía trabajo y casi al mismo tiempo consiguió alquilar un pequeño departamento. La contrataron para trabajar en la barra del restaurante de Emporio Armani, donde casi todo el equipo provenía de Italia. Gracias a su capacitación como barista, se dedicó a preparar exquisitos cafés, a los que se sumaron laboriosos tragos.
De estar sentada en una oficina con mucho tiempo perdido, pasó a tener un empleo de nueve horas, parada, sirviendo sin cesar, donde atravesó dificultades idiomáticas y recibió órdenes de un jefe muy exigente: “Fue un cambio muy grande, pero una buena experiencia”.
Trabajar en yates seguía siendo el objetivo principal, Florencia seguía investigando los mejores caminos para acercarse a su sueño y, después de cinco semanas en el restaurante Emporio Armani, renunció para hacer temporada en los Alpes franceses, donde le tocó trabajar en un hotel rodeada de paisajes de cuento: “Llegué con una valija pesada al pie del hotel al que había que llegar por una escalera de hierro muy empinada”, recuerda entre risas. “Fue titánico subir ese peso en medio de la nieve, pero el cuadro fue inolvidable”.
Durante los siguientes cuatro meses Florencia aprendió sobre limpieza de habitaciones, sirvió bebidas espirituosas, y otras calientes. También, al igual que en Francia, hizo grandes amigos, que conserva hasta el día de hoy. Y, finalmente, tras una visita por la Argentina, voló a Palma de Mallorca para hacer un curso de tripulante de yates de lujo, una capacitación que culminó con éxito.
Florencia jamás olvidará cuando sonó el teléfono y le anunciaron que la habían contratado para su primer viaje. El yate partió de Niza y desde ahí recorrió la Costa Azul y varias islas europeas. Su sueño había traspasado su escritorio de La Plata y, por fin, la pregunta ¿en qué parte del mundo estás hoy?, era un hecho.
Yates y el paraíso a sus pies en un camino de autodescubrimiento
A partir de entonces, Florencia recorrió numerosos destinos inolvidables, algunos favoritos como las islas griegas, la maravillosa Bahamas, La Riviera Maya mexicana, otros puntos del Caribe, la costa sudafricana, Ibiza, Cerdeña, Córcega, Formentera y los rincones mágicos de Italia, como Positano y Capri.
“Gracias a este trabajo también tuve la oportunidad de estar en capitales importantes, en donde pude darme cuenta de que, más allá de las diferencias evidentes, cada sociedad tiene sus dificultades”, reflexiona Florencia. “Con este estilo de vida la estadía máxima en cada puerto es de dos meses, por lo que nunca se vive un choque cultural muy fuerte, pero sí brinda la comprensión de que todos somos más parecidos de lo que creemos”.
Para Florencia, viajar sola y conocer diversas culturas fue más impactante de lo que jamás hubiera imaginado, significó un camino para la contemplación y el autodescubrimiento: “Salir solo al mundo te presenta muchas opciones y hay que decidir a cada paso. Darse cuenta de qué es lo que uno elige y qué no, siento que ayuda a definir la propia personalidad, a conocerse a sí mismo: vas creando pasiones adentro tuyo”.
La vida en un yate, parte 1
Más allá de vivir su sueño, Florencia siempre supo que ser azafata de yates significaba encarar un camino lleno de beneficios, aunque también de grandes esfuerzos. Los paisajes paradisíacos -le dijeron desde el primer día- van acompañados por la excelencia que se pretende en una embarcación de lujo.
“La vida en un yate es muy linda, uno tiene su cabina que compartís con otra persona. Depende del tamaño, los barcos tienen gimnasio, ¡muy importante para mí! Suelen soltar amarras en playas paradisíacas y aguas cálidas, lo que permite disfrutar de un entorno maravilloso. Los grupos de trabajo son lo suficientemente grandes como para compartir anécdotas, hacer paseos juntos o compartir una buena camaradería dentro del barco “, cuenta. “Pero también hay que decir que se trabaja muchas horas y es con el cuerpo, es cansador, pero es lindo, en especial porque es en equipo”.
“En el barco está todo incluido, seguro médico, medicamentos, comida, alojamiento, todo, por lo que uno no gasta nada. Incluso hay barcos donde te pagan aparte el gimnasio afuera, se puede elegir y te dan el monto para cubrirlo; también hay barcos que te alquilan un auto y te pagan un hotel, si no querés vivir a bordo”.
La vida en un yate, parte 2
Florencia, en general, trabaja para barcos privados, es decir, directamente con los dueños de los yates, y en todos los casos se trata de personas muy acaudaladas. El tamaño de la embarcación es lo que indica si son millonarios, multimillonarios o magnates. A veces, los yates se alquilan, pero aun así los huéspedes se caracterizan por ser personas influyentes y adineradas.
“Mantener barcos semejantes es muy costoso. Cada cosita, cada intervención, cada amarra, cada mantenimiento es carísimo, mucho más que en una casa. Aparte conlleva sus riesgos y las piezas son delicadas, por lo que siempre todo tiene que estar perfecto para salir a altamar, se debe tener lo mejor de lo mejor, también porque es un objeto de lujo, entonces tiene estándares de calidad altísimos”.
“El servicio integra todo, incluso arreglo de flores, selección de vinos, renovación de decorados o doblado especiales de servilletas”, agrega con una sonrisa. “En relación a los huéspedes, en mi caso, hasta ahora, no tuve problemas con ninguno, me tocaron personas muy educadas, respetuosas. Eso sí, en general, no nos integran, aunque en algunos casos nos invitan a formar parte de sus actividades. Pero en muchas ocasiones te perciben como de otro nivel, no como personas iguales, más allá del dinero. Se debe dar lo mejor, todo tiene que estar impecable y se trabaja muchas horas sin descanso para brindar lo máximo; por momentos es extenuante y a veces triste, porque muchos dueños no lo contemplan. Aun así, los beneficios que brinda este trabajo son tantos, que superan los sacrificios”.
“Por otro lado, este es un tipo de trabajo que te permite volver a tu país e ingresar en él divisas extranjeras, te dan dos meses libres, te pagan el pasaje de retorno a tu tierra y un mes de vacaciones, así como el pasaje de regreso al barco. Eso significa que los empleados, si quieren, pueden volver a su suelo natal por largo tiempo y seguido”.
“Viajar te permite dejar de subvalorar a la Argentina, ver todo lo que tenemos y apreciarlo”
La última vez que Florencia regresó a la Argentina, una gran amiga la buscó del aeropuerto, “no sería nada sin mis amigos”, recalca ella siempre. De Ezeiza hasta su hogar charlaron todo el camino y ese simple momento se convirtió en un recuerdo atesorado:
“Volver es muy lindo siempre, el reencuentro con mis sobrinos, amigos, mis animalitos”, se emociona. “Cuando uno decide irse deja mucho de lado, pero en mi caso sé que siempre voy a regresar”.
“Fuera de mi país y en mis estadías, trato de motivar a todo mi entorno a que cambien lo que no les gusta, a que viajen si es posible para que vean otras opciones y descubran lo que realmente los moviliza”, revela. “Me apasiona hacer lo que hago, compartir para inspirar a la gente a que cumplan sus sueños. Viajar pone en evidencia la cantidad de trabajos impensados y fuera de lo común que hay y que no tenemos ni idea de que existen; hay numerosas carreras terciarias que se pueden encarar en Europa, que no están a nuestro alcance”.
“Me gusta alentar a la gente a viajar no por desamor a un país como la Argentina, que es increíble, sino porque abre la cabeza también para incorporar nuevas ideas que se pueden traer a nuestra nación. Y, sobre todo, viajar te permite dejar de subvalorar a la Argentina, ver todo lo que tenemos y apreciarlo. Tenemos mucha riqueza en todos los sentidos”.
“Siento que cuando uno comparte las propias experiencias le brinda coraje a los demás para que se animen”
A sus 37 años, María Florencia Mainet observa el sendero recorrido con orgullo. Lejos quedó su escritorio estático, aquellas horas atravesadas por la sensación de sinsentido. Su presente, el que tanto había soñado, la abraza con fuerza y le demuestra cada día que sí se puede: se puede vivir mejor, se puede ser feliz, se pueden cumplir los deseos. Tal como había anhelado, sus amigas siguen sus aventuras y le preguntan: ¿En qué parte del mundo estás hoy?
“Se aprende mucho con una experiencia como esta. Uno se anima a más y, personalmente, aprendí a perder los miedos, a arriesgar más y a ayudar más. A mí siempre me gustó ayudar y estoy convencida de que por este camino puedo potenciarlo. Siento que cuando uno comparte las propias experiencias le brinda coraje a los demás para que se animen”.
“En esta industria para la que trabajo no está bien visto mostrar esta vida, pero a mí nunca me importó. Tuve un sueño una vez, sé que otros también lo tienen y aprendí a compartirlo, lo quiero hacer especialmente con la gente de Argentina y Latinoamérica. Para ello, las redes sociales son un gran aliado, aunque también es un trabajo, requiere de esfuerzo y tiempo si uno quiere dejar un mensaje”, dice, pensativa.
“Estoy muy agradecida de la vida que llevo, es hermosa y me gusta transmitirlo, porque la vida me ha dado demasiado y siento que tengo que contar que se puede. Mucha gente piensa que un mejor pasar no es para cualquiera, no considero que sea así, se trata, ante todo, de perder los miedos, cambiar algunos hábitos, esforzarse un poco más -porque hay ciertos requisitos que hay que cumplir, como en todo trabajo, pero que no son extraordinarios-, animarse a dar un saltito más”, continúa Florencia, quien este año espera poder abrir su propia empresa relacionada al mundo de los viajes, con base en Argentina, un país que añora ver crecer.
“Creo que todos tenemos muchos sueños. Y más allá de que el tuyo no sea el mío, o que tu sueño no sea posible de llevar a cabo por algún impedimento (como la edad relacionada al deporte, por ejemplo), hay muchos otros a los que se puede apuntar. No hay que resignarse ni ser conformista. En mi caso nunca me resigné a nada, e incluso ahora que llegué a donde quería, quiero más. Yo lo vi y lo viví: los sueños pueden concretarse”, concluye Florencia, una mujer que también desea reunirse definitivamente con sus amados animalitos, otro sueño que, aunque parezca complicado, confía que este año se hará realidad.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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