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Cuando llega mediados de diciembre, la calle Martín Rodríguez al 500 en Victoria, se llena de gente que hace fila para comprar, lo que dicen que es, el mejor pan dulce de zona norte. Pero aquel negocio no es una panadería, es un local ubicado al lado de la puerta de la iglesia de la Abadía de Santa Escolástica, donde 35 monjas de clausura viven dentro y cocinan el famoso pan dulce.
La repostería, su fuente de trabajo
La fundación de las monjas benedictinas es de 1941, pero la repostería y el pan dulce comenzaron en 1998. Ellas dividen su día entre el trabajo y la oración, de hecho hay una frase de San Benito que dice “Serán verdaderamente monjes si viven del trabajo de sus manos”, y siguiendo aquella regla es que desde siempre hacen talleres de encuadernación, arte, imprenta, ornamentos litúrgicos y las hostias para las parroquias. Lo que realizan en sus talleres lo venden en su pequeño local de la abadía, con las ganancias pueden comprar el pan de cada día y pagar los gastos del monasterio.
Pero hace unos años costaba llegar a cubrir esos gastos y a la abadesa se le ocurrió que incorporar comida a la venta podría ser un buen ingreso. Empezaron haciendo pasta frola y algunos alfajores que vendían a su familia y gente que iba a misa.
Fue tan buena la aceptación que ampliaron el menú y llegó la idea del pan dulce. Inventaron una receta entre todas: cada una puso en común lo que recordaban de sus familias y a base de muchas pruebas y errores, dieron con la receta que se mantiene vigente hasta hoy. Fue tanto el éxito, que sacrificaron dos cuartos del sector de hospedería que tienen para hacer un local más grande. Pero cuando estaban por inaugurar llegó el corralito del 2001, el panorama estaba complicado y pensaron, pese a la desilusión, que lo mejor era no abrir el local. Lo abrieron igual. Para su sorpresa, la gente tenía mucho miedo de ir a los negocios por los saqueos y en el malestar general encontraron en el monasterio un lugar de refugio y donde el producto les daba confianza.
De 15 unidades a más de 20 mil producidas
Así fue que comenzaron a crecer cada vez más. Al principio tenían un horno chico y por asadera cocinaban 15 panes dulces. Con el tiempo tuvieron que sumar batidoras y nuevos hornos donde en cada horneada entra un carro con 80 panes dulces. Los venden durante todo el año en sus tres versiones: con frutos secos, con frutas glaseadas y con chips de chocolate. En la temporada de navidad llegan a vender 20.000 unidades.
Más allá de las máquinas necesarias, el trabajo conserva lo artesanal porque la mezcla la hacen a mano. Usan materia prima de buena calidad, con los años y la dificultad de hacerlo a distancia cuando no estaban las facilidades de hoy día con internet y el celular, fueron encontrando los mejores productores de cada uno de los ingredientes.
A su vez los familiares empezaron a vender los productos en distintas ferias de Capital Federal y algunas panaderías empezaron a comprar para reventa, pero el problema era que le subían mucho el precio Las hermanas necesitaban recuperar gastos y tener una mínima ganancia.
Pero tampoco les gusta que fuera muy alta, así que decidieron, junto a gente de su confianza, abrir un local en el Pasaje Libertad en Capital Federal, donde se pueden encontrar los mismos productos que en Victoria: alfajores, colaciones, turrones, panes dulces, budines, chocolates decorados y huevos de pascuas en marzo/abril, galletitas decoradas listas para poner una cinta y colgar en el árbol de navidad como adorno comestible. También ofrecen cajas navideñas armadas o que el cliente puede personalizar, licores, mermeladas, quesos, entre otras cosas ricas. Pero no solo comida, también comercializan lo que hacen en sus otros talleres: artesanías, ornamentos, libros, y elementos de santería.
Un día en el monasterio
El centro de su día es la oración y el trabajo, es por eso que empiezan antes de que salga el sol con la primera oración a las 5 de la mañana, cada quien decide si se levanta a las 4.30 o antes. A las 6 desayunan todas juntas en silencio. Después le sigue una hora de oración personal en el lugar que cada una quiera, para encontrarse nuevamente a las 7.30 y hacer una oración de unión y encomendación para todos los hombres y mujeres que cada mañana emprenden su jornada de trabajo, a los que amanecen en las cárceles y hospitales, a los que pasaron la noche en el dolor, etc. Después la misa y de 9.30 a 12.30 es el momento de los distintos talleres.
Todas aprenden a hacer los diferentes oficios, las más grandes les enseñan a las más jóvenes y por supuesto que hay quienes, por familia o su vida pre monástica, ya tenían conocimiento o facilidad para ciertas cosas. Los quehaceres domésticos también los dividen de manera semanal en grupos. Luego del almuerzo tienen un rato de recreación donde se juntan a charlar en el jardín o en algunas salas. Hacen otra oración muy corta y tienen una hora de descanso para dormir la siesta hasta las 15.30 que vuelven a los talleres y espacios de estudio cuando hay alguna charla o conferencia. A las 17.30 vuelven a tener una hora de oración y meditación personal hasta las 18.30 que se juntan para rezar en conjunto. A las 19 la cena, a las 20 la última oración y para las 21.30 más allá de alguna lectura o rezo en la habitación lo cierto es que ya el cansancio llegó y se apaga la luz.
Una vida de encierro
Cuando comenzó la cuarentena en la pandemia mucha gente las llamaba para preguntarles cómo se hace para vivir encerrados, porque así es la vida y vocación de ellas. Las monjas benedictinas se separan del mundo no porque éste sea malo o no les interese, sino que lo que hacen es apartarse del ruido mundano para desde el silencio percibir mejor la voz del hombre. Para ellas es una separación necesaria para poder responder mejor a lo que Dios y el mundo espera de ellas.
Monja es el femenino de monje que significa UNO, el hombre unificado donde toda su existencia está unificada a Dios y desde Dios para la humanidad. Por eso su día está organizado en base a la oración.
No ven televisión, no tienen redes sociales excepto la que usan para promocionar sus productos, dar información de charlas gratuitas y llevar mensajes alentadores y de esperanza cuando se necesitan. Su fuente de información es la prensa escrita y la página del Vaticano por internet donde leen los mensajes del Papa y las realidades de la iglesia y del mundo.
Su vida es una vida de cara a la eternidad, entonces su escala de valores cambia, no viven para lo material y tienen conciencia de que lo que hacen hoy lo hacen para la eternidad, con un fin de vida que no termina acá. Quien cuenta todo es la hermana Mercedes, que habla con una sonrisa, un brillo diferente en los ojos y mucha paz en su voz. Ella no lo duda, es feliz, y asegura que en el monasterio se respira un aire como si se gozara más de la vida, porque se goza de las pequeñas cosas. Ellas no tienen nada para dar, y esa pobreza las hace libres porque no necesitan nada material. En el verano tienen 10 días de vacaciones, y con un árbol en el jardín, leyendo y rezando son felices.
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