El 17 de marzo de 1992, Bruce Willison Jr -que era marine de los Estados Unidos y estaba de paso por Buenos Aires- rescató a Lea Kovensky tras la explosión de la sede diplomática. La foto, que expone el horror, dio la vuelta al mundo
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Bruce Willison Jr. es el protagonista de una foto histórica. En la imagen -que descontextualizada parece una escena cinematográfica- un joven marine de los Estados Unidos emerge de una nube de polvo y camina entre los escombros con una mujer en brazos. Ella, que luego supimos que se llama Lea Kovensky, tiene el rostro cubierto de sangre. Detrás de ellos, asoma apenas una muestra del espanto que provocó el primer ataque terrorista internacional en la Argentina. La fotografía está firmada por Norberto Mosteirín, reportero gráfico de la revista Gente, el primero en llegar al lugar.
30 años después, el 17 de marzo de 2022, en una confortable recepción de hotel, a pocas cuadras de Suipacha y Arroyo, lugar donde funcionaba la Embajada de Israel y que un coche bomba hizo volar por los aires, el marine -que ya no lo es- concedió una entrevista a LA NACIÓN y recordó aquella tarde negra: “No pasa un solo día de mi vida en el que no piense en lo que pasó”, asegura.
Oriundo de Los Ángeles, Bruce vive actualmente con su mujer y dos hijos adolescentes en Dallas, Texas. Habla en español, lo aprendió de joven, en Londres, cuando su madre se radicó allí para trabajar en un periódico británico. Estuvo en Europa poco tiempo, “un par de años” contó, hasta que regresó a los Estados Unidos para inscribirse en la Universidad Naval.
Dijo que lo apasiona Buenos Aires. Estuvo de visita en el país más de 15 veces. Ama la gente, el campo y, en especial, la comida. Las empanadas de carne y pollo son su debilidad. Se entristeció al descubrir que su local preferido de empanadas había cerrado por la crisis. Desde hace un tiempo, Bruce mantiene una estrecha relación con Lea. Hace un par de años compartieron, junto a sus familias, la noche de Año Nuevo en casa de ella.
Para su encuentro con LA NACIÓN, Bruce desplegó sobre una mesa ratona tres revistas argentinas de aquella época que conserva en impecable estado, en las que relatan su hazaña. Las exhibe con orgullo. A continuación, la entrevista.
-¿Conserva todas estas revistas desde hace treinta años?
-Sí, son mi tesoro. Y en mi oficina tengo la foto que me tomaron cuando ayudé a Lea y que fue tapa de una revista. No hay un solo día que pase sin que piense en lo que pasó. Mis hijos saben la historia de Lea desde siempre, toda su vida, desde mucho antes de conocerla.
-Volviendo el tiempo atrás, ¿qué lo trajo a Buenos Aires en 1992?
-Tenía 24 años, estaba en la infantería de la marina de los Estados Unidos y gané una beca para mejorar mi español. No te enviaban a un lugar determinado, sino que te entregaban un monto fijo, alrededor de 4500 dólares, para viajar por Latinoamérica y aprender el idioma. Empecé mi viaje en Asunción, Paraguay. Estuve una semana allí. Después me fui a Montevideo y desde ahí me vine Buenos Aires. Recuerdo que acá me hospedé en un hotel horrible, la noche anterior al atentado había estado matando las cucarachas del cuarto hasta pasada la medianoche. Hacía apenas dos días que había llegado al país. Tenía planes para ir luego a Chile.
-Tenía poco más de un día en Buenos Aires cuando sucedió lo impensado. ¿Recuerda qué estaba haciendo en ese momento?
-Estaba muy cerca de la Embajada, fue una casualidad, había ido a visitar a unos pilotos conocidos de la fuerza aérea norteamericana a su hotel. Yo estaba sentado al lado de una ventana y recuerdo que el vidrio hizo así [toca el vidrio que está a su lado y mueve las manos haciendo un gesto de expansión] y escuché el ruido... Salí corriendo hacía donde pensaba que provenía. Todavía no había humo, nada. No sabía qué había pasado, pero estaba seguro de que era algo malo. Del apuro me olvidé mi billetera en la mesa. Fui corriendo por la calle Suipacha.
-¿Qué escena encontró al llegar al lugar?
-Uf... [Toma una de las revistas y elige una foto para ilustrar su relato] Recuerdo el fuego, el humo. No me acuerdo de escuchar algo, pero sí los colores. Me acuerdo que Lea tenía algo blanco y negro, me impresionó mucho ver a los niños del colegio católico que estaba en frente con su uniforme celeste todo manchado de sangre... También me acuerdo que había un restaurante en la esquina y yo quité los manteles que había en las mesas y los usamos para vendar a los heridos. Recuerdo el amarillo del fuego. También dar algunas instrucciones sobre lo que se podía hacer para ayudar a la gente.
-¿Quién fue la primera persona que rescató?
-Lea [Kovensky]. Ella estaba consciente y yo mientras la sacaba le decía que se iba a poner bien. Me acuerdo que tomamos los postigos de las ventanas y los usamos para trasladar a la gente. [Abre otra revista y muestra una foto de una mujer herida con una estaca de madera clavada en su pierna] Esta señora tenía un pedazo de la entrada de la Embajada metido en su pierna, era como de cuatro pulgadas (10 centímetros) por cuatro pulgadas. La ayudamos y después yo fui a visitarla al hospital, pero por lo que recuerdo ella murió un poco después.
-Tengo entendido que rescató a varias personas más. En la Embajada de Israel dicen que su labor fue “memorable”.
-La Embajada me da crédito por salvar a diez personas y ayudar a cinco más a salvar su vida. Yo la verdad no recuerdo cuántas fueron...
-¿Qué hacían con las personas que rescataban? ¿Las subían a las ambulancias?
-Yo no recuerdo haber llevado a alguna persona a una ambulancia, pero sí subirlas en taxis y camionetas para que las alcancen a un hospital.
-Además del entrenamiento militar, ¿tenía preparación para este tipo de catástrofes?
-Algo aprendí durante los cuatro años en la universidad y los dos veranos en la escuela de aspirante a oficial. De todos modos, creo que lo que me guió ese día fue el instinto.
-¿Cuánto tiempo estuvo haciendo tareas de rescate?
-Alrededor de dos horas, después vino la policía y no me dejo intervenir más. Entonces me fui a la Embajada de los Estados Unidos. Por suerte un taxista me llevó sin cobrarme hasta la Embajada porque no tenía la billetera.
-¿Cómo lo recibieron en su Embajada?
-En la Embajada me hicieron contar lo que había pasado y también hacer un reporte. Lo más raro fue que mi rango era de segundo teniente, el más bajo del escalafón, pero en el atentado era el oficial norteamericano de mayor rango. Por eso tuve que reportarle directamente al secretario de Defensa, que era Richard “Dick” Bruce Cheney, quien después fue el vicepresidente de George W. Bush, todo lo que me había pasado.
-¿En algún momento entró en shock por lo que había pasado?
-Sí. Después de que se me pasó la adrenalina, cuando llegué a la Embajada de los Estados Unidos, me entró toda la tristeza. Me acordé del cuerpo de una señora en un árbol... Casi 30 personas murieron [se le quiebra la voz] y más de 250 resultaron heridas. Las imágenes de los niños con sus uniformes llenos de sangre... Y eso que todavía no sabía que era la Embajada. Recién cuando llegué a la Embajada de los Estados Unidos me enteré que lo que había explotado era la Embajada de Israel. Ya no volví al hotel horrible: el agregado naval me invitó a pasar la noche en su casa. Era muy simpático. Y después me fui a Bahía Blanca porque el embajador no quería que un marine norteamericano apareciera involucrado ayudando en la Embajada de Israel, temía que se tejieran conjeturas erradas... Fui en autobús a Bahía Blanca y desde ahí a Bariloche. Tenía la idea de cruzar a Chile en avión, pero del cansancio y el estrés me olvidé la mochila en el autobús. La pude recuperar. Cuando llegué a la embajada en Chile estaban los periodistas de la revista Gente, me estaban siguiendo por eso les dije que los iba a recomendar al FBI. [risas] Estuve dos días en Chile y me volví a mi casa.
-¿Cómo fue que dejó la infantería de marina?
-Estuve casi seis años en la infantería de marina y después paso algo muy crazy. Yo estaba sentado en primera clase en un avión y tenía un asiento libre a mi lado. Una pareja de Nueva York se quejó porque les había tocado en asientos separados y querían estar juntos, así que los dejé y me cambié de lugar. Me fui a la primera fila -que es la peor- y ahí conocí a un señor que me dijo que quería que conociera a su jefe, en Dallas. Y en un mes estaba trabajando para su empresa de tecnología, en la parte comercial. Me duplicaron el sueldo y deje la marina. Viajo mucho, conozco más de 116 países, más de siete millones de millas solo en American Airlines
-¿Cómo volvió a reencontrarse con Lea Kovensky?
-Hace 5 años el Comité Judío Norteamericano me dio un premio y Lea vino a los Estados Unidos. Yo la llamé a ella para encontrarnos en Arroyo y Suipacha y al hacerlo fue descubrir que habíamos estado juntos todo el tiempo. Ella es como una hermana para mí.
-A la distancia, qué representa en su vida lo que sucedió.
-Tengo 53 años y pasaron 30 años desde el atentado, la mayoría de mi vida. Es algo que ya forma parte de mí. No pasa un solo día de mi vida en el que no piense en lo que pasó y estoy muy orgulloso de haber podido ayudar. También agradecido por la amistad que formé con Lea. Es muy duro pensar que pasaron 30 años y no hay nadie en la cárcel, la Justicia no ha hecho nada.
Suena el teléfono en la sala, es Lea que vino a saludarlo por su reciente llegada al país.
* Esta nota fue publicada por primera vez el 17 de marzo de 2022
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