Nunca hubo vajilla que se destacara por su belleza o que fuera muy original en la casa donde pasó los años de su infancia. De hecho, para las ocasiones especiales, la vajilla era la misma que la que se usaba a diario. Tampoco sus padres heredaron vajilla o cristalería de sus padres o abuelos. Sin embargo, Alejandro Insaurralde (39) recuerda que, cuando iba de visita a la casa de alguna familia amiga o de alguna tía que tuviera vajilla linda (antigua o moderna), él reparaba en eso. Le gustaba. Le llamaba la atención. Él quería comer en ese plato lindo, lo que fuera, no le importaba qué, pero tenía que estar servido ahí mismo.
Nacido y criado en San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos Aires, una de las primeras compras que hizo cuando cobró su primer sueldo fue un juego de vasos color caramelo que se fueron rompiendo y hoy ya no queda ninguno. Y, sin darse cuenta, esos vasos se convirtieron en los que dieron el inicio a una pasión por coleccionar platos coloridos, vistosos, diferente y, sobre todo, lindos.
Hoy, la colección de Alejandro incluye unos 200 platos, todos cuidadosamente elegidos por él o recibidos como regalo. Entre otros, tiene platos navideños -que solo saca a relucir en diciembre-, de perros, pájaros o animales vestidos como personas. Dice que, en general, le aburren los platos lisos o a lunares. Y si bien tiene algunos preferidos, sus elecciones a la hora de comer tienen que ver con etapas en las que se siente más atraído por el color o momentos en los que se identifica más con el neutro. "Creo que mis platos hablan por mí, del momento por el que esté pasando".
En realidad, confiesa, no sabe cuántos tiene, pero sí que conserva aquellos que le gustan. "No me gusta acumular o comprar por comprar. Si algún plato que forma parte de una colección no me gusta, prefiero no tenerlo a comprarlo solo para completar el juego. Es que uso todo lo que tengo. Jamás guardo algo para una ocasión especial. Hoy es el momento especial. Uso cada cosa que me compro. Que se gaste, que se manche, que se percuda, que se raye... y sí. Están para eso. No quiero comprarme un plato que solo sea para guardar en una vitrina. Por supuesto que si el plato es delicado voy a cuidarlo un poco más. Tal vez no lo use para comer asado, pero sí para un postre, para el desayuno o hasta para comer una fruta sobre él. En mi casa todo se usa", dice con orgullo.
Transformar todos los momentos en algo placentero
Con formación en hotelería y corrección de textos, Alejandro, que trabaja en una empresa de administración portuaria, es un convencido de que hay que transformar en placenteros todos y cada uno de los momentos. Por eso, si hace un corte de diez minutos en la jornada laboral para tomar un café y comer una tostada, elige una linda taza, busca un plato que le genere recuerdos agradables y arma algo bello por un rato. "Hago un ritual de algo súper simple. Me gusta la belleza de lo simple. Una fruta en un plato es más rica que cortada arriba de un trapo o de un poco de papel de cocina. ¡Es una pavada, ya sé, pero el momento bello necesito creármelo! Disfruto de armar situaciones".
Con un ojo afilado, cada vez que recorre algún bazar o negocio que venda vajilla encuentra una joyita. "Creo que ser coleccionista es ser detallista, es mirar con otros ojos. Recuerdo exactamente dónde compré cada plato que tengo, cada fuente y cada taza. Y también recuerdo quién me regaló qué porque desde que empecé a mostrar mi colección en mi cuenta de Instagram (@alejandroinsau) muchos me mandan de regalo tazas, platos, fuentes... y yo las guardo con mucho cariño. Especialmente las artesanales".
Mi rincón de bienestar: una mesa compartida
Con ese espíritu de convertir cada momento en una situación de disfrute, Alejandro armó su colección de platos navideños. Algunos los compró en viajes y otros en bazares de Buenos Aires. "Me encanta ir a bazares y revolver. Siempre se encuentra algo. El Mercado de Pulgas ha sido una muy buena fuente de hallazgos inesperados. Aunque reconozco que me gusta más la vajilla moderna que la antigua. Pero hay que estar atento porque siempre aparece algo si se busca bien. Cada vez que viajo a Buenos Aires al menos un plato me traigo. Es una especie de souvenir que me llevo del lugar que visité".
Desde luego, le encanta recibir gente en la casa que comparte con su pareja Ramiro, sobre la barranca del Yaguarón, en San Nicolás de los Arroyos, rodeado de verde y alejados del centro: amigos, compañeros, familia y en especial a sus tres sobrinos, Alma, Hilario y Nicanor suelen ser sus invitados. "Me gusta tender la mesa, pensar qué platos usar, qué servilletas elegir y cómo agasajar a mis invitados. Creo que es una forma más de decirle a los tuyos que los querés. Pero tampoco siento que sea necesaria la vajilla importada, la servilleta de lino ni el lujo de unas copas de cristal. Se pueden armar mesas lindas con lo que tenés. Tal vez es cuestión de ingeniarse con lo que hay".
Para los festejos de Navidad, tiene pensado recibir a la familia el 25 al mediodía. El menú, aclara, será bien clásico: vitel toné, pollo relleno, terrina de palta, ensaladas frescas y un pan dulce helado de su elaboración. Todo casero, por supuesto. "Aún no definí cómo será el armado de la mesa porque casi siempre lo decido al momento de armarla. Pero lo importante es pasarla juntos y reunirnos en un año donde hubo poca mesa compartida. A mí me gusta la reunión, la juntada, el recibir familia y amigos. La vajilla es eso, es unión y reunión. ¡Pero eso sí: los platos los lavo solo yo!".
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