El insólito camino que eligió el cantautor Antoine, uno de los más influyentes de los años 60. Saltó sin escala de los sets de TV al deck de un barco
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El año 1968 quedó en la historia como el más turbulento de aquella década que marcó un giro en el siglo XX. Las rebeliones empezaron en París durante el mes de mayo y se extendieron a toda Europa, pasando incluso por debajo de la Cortina de Hierro para hacer vacilar la dictadura comunista en Checoslovaquia. En la Argentina se preparaba el terreno del Cordobazo. En aquellos tiempos, complejos y tensos, el humor y la fantasía no estaban a la orden del día: pero cuando aparecían era apreciados, y seguramente los televidentes argentinos lo disfrutaron el día que desembarcó en televisión un músico francés que cantó una canción sobre fútbol y corrió por el set con una camiseta de su equipo. Como un hincha más.
Aunque en realidad no lo era: el músico en cuestión era Antoine, que venía de lograr un éxito masivo con su primer disco, editado en 1966 en Francia y popular también en Europa y España gracias a una traducción al castellano. Sus textos, provocativos y humorísticos, dejaban en claro que el nuevo ídolo de la canción no sería como los demás. Tenía el pelo aún más largo que Los Beatles y pedía nada menos que la venta libre de anticonceptivos en los supermercados. Era mucho más que una Révolution en la Francia anterior a mayo del 68.
Pierre Antoine Muraccioli, tal es su verdadero nombre, se convirtió de un día para otro en el referente de toda una generación. Fue enseguida una especie de Bob Dylan europeo -pero con gran sentido del humor- mientras terminaba sus estudios de ingeniería. Nació en 1945 en Madagascar, en el seno de una familia oriunda de Córcega, y de niño recorrió el mundo con sus padres, desde los trópicos hasta latitudes mucho más frías, como el diminuto archipiélago de Saint-Pierre & Miquelon, un territorio francés a escasos kilómetros de las costas de Canadá. Una niñez poco convencional que seguramente lo preparó para convertirse en un adulto menos convencional todavía, incluso dentro de los parámetros de su profesión.
¡Oh yeah!
Desde su finca en las montañas del centro de Francia, Antoine aclara enseguida -en una charla por las redes- que “a pesar del éxito, no tenía ganas de ser rico, de comprarme una gran propiedad o de tener autos lujosos. Y como era viajero de alma desde niño, a partir de 1974 y luego de ocho años de una vida enloquecida como cantante, me dediqué a recorrer el mundo. Encontré mi ritmo ideal: unos meses de promoción en Francia y el resto del año navegando y conociendo los mares tropicales”.
Desde hace más de 45 años, tras haber sido un meteórico cantante de protesta y precursor del movimiento hippie, Antoine se reinventó como escritor y productor de documentales sobre lugares más hermosos de nuestro planeta para concientizar sobre la urgencia de cuidarlos
Actualmente, solo los mayores de 50 lo recuerdan como cantante. Para los demás es “el barbudo que viaja de isla en isla y viene a hablar de eso en televisión”. Porque desde hace más de 45 años, tras haber sido un meteórico cantante de protesta y precursor del movimiento hippie, Antoine se reinventó como escritor y productor de documentales sobre los lugares más hermosos de nuestro planeta para concientizar sobre la urgencia de cuidarlos.
Sin embargo, todo empezó en 1966, cuando apareció en escena como un ovni musical y social. Las fotos de la época lo muestran guitarra en mano y una armónica cerca de la boca, vestido de campera y con jean de parches. La cabellera no había conocido ningún peluquero en años. Ni los anglosajones habían preparado al público para tal shock y Los Beatles todavía vestían traje. No había duda de que Antoine no era uno más de la nutrida cohorte de yéyés, el nombre que les dio el filósofo Edgar Morin a los cantantes francófonos que adaptaban éxitos ingleses y norteamericanos con una plétora de yeah yeah.
Unas horas en Buenos Aires
Aquella época quedó plasmada en numerosos archivos en blanco y negro. Probablemente algunas cintas descansan todavía en los estantes de algún canal televisivo en la Argentina, porque durante sus años como estrella internacional Antoine estuvo de paso por Buenos Aires. “La Argentina era uno de los lugares que planeaba conocer, pero no se cumplió hasta el momento. Un amigo incluso vivió un tiempo allá, sobre su barco, y me invitó muchas veces [se trata del navegante belga Patrick van God]. Pero al final solo estuve dos veces y fueron dos viajes relámpago. El primero en 1968, cuando solo conocí el aeropuerto, mi habitación de hotel y el estudio de un canal de televisión. Venía de Río y fue una más de las típicas rutinas que me hartaron de la canción. Fue para terminar con eso que me subí al barco y decidí cambiar de vida”.
Algunos espectadores de la época quizás recuerden al francés alto y muy flaco, de pequeños bigotes, que pasó por un programa argentino ese año para cantar un tema sobre fútbol. Antoine tampoco guardó mayores recuerdos de aquella incursión: “Todo fue armado a último momento desde Brasil. Pero sí me acuerdo que canté en castellano y dediqué el tema al equipo del momento, River o Boca. En esos tiempos tenía mucho éxito en Italia e hice cinco veces seguidas el Festival de San Remo. En 1968 canté allí La Tramontana y un productor brasileño me invitó a cantar en el Festival Internacional da Canção Popular de Río, en el Maracanazinho. Pero me lanzó al mismo tiempo el reto de escribir un tema sobre fútbol. Es lo que hice y grabé el disco “Le match de football”. Desde mi experiencia en Italia, siempre me esforcé en cantar en la lengua del país donde me presentaba. Y fue así que antes de viajar una traductora preparó la versión en brasileño de las letras. También se hizo una al español y otra al inglés”. Se lo puede ver en https://www.youtube.com/watch?v=EifjBYRb5cE
La voz de los océanos
Desde aquella noche en Río, Antoine pasó a ser conocido en Brasil como O Pilantra Internacional y es bajo ese título que el sello Vogue publicó en 1969 un LP con doce temas cantados en portugués, en francés y hasta en italiano. La foto de portada retrata el momento en que muestra su camiseta al público.
Para él es un lindo recuerdo de su vida anterior. Porque luego anticiparse al “flower power” y de provocar al general de Gaulle cuando tenía apenas 22 años, se embarcó rumbo a otras aventuras. Literalmente. Aunque desde el inicio de la pandemia es un marinero en tierra: “Mi barco está en Australia desde el año pasado. Había regresado a Francia en febrero de 2020 para dar un ciclo de conferencias, pero surgió la pandemia y me refugié en mi granja en las montañas. Es la primera vez que me quedo tanto tiempo. Hasta ahora nunca permanecí aquí más de unas semanas cada año. Ahora que terminó la segunda ola y reabrieron los cines, voy a cumplir la gira de charlas interrumpida el año pasado y volveré a embarcarme de nuevo”.
Antoine no aprovechó el confinamiento para escribir nuevos temas ni pensar en un disco, como sí hicieron muchos músicos en todo el mundo. La música lo atrae menos que la filmación, la escritura o la fotografía. “En mi vida tuve muchas profesiones. Ahora soy autor, fotógrafo y conferencista. No me interesa más sacar discos. La música necesita una logística demasiado pesada”.
Su último CD se presentó en 2012, y el anterior en 1987, con un llamado a cuidar los océanos: “Touchez pas à la mer” (no se metan con el mar). Una vez más, un adelantado a su época. Sus estrofas recordaban que tras una guerra atómica, el recalentamiento del clima y el agotamiento de los recursos, “cuando la tierra no sea más que escombros, la vida renacerá desde el fondo de los océanos”. Desde 1974 está en primera fila para ver cómo nuestro mundo y sus mares sufren los cambios ambientales y de la contaminación.
Navegante y escritor
Actualmente presenta una película que él mismo filmó y editó en las islas del Caribe. Pero cuando se le pregunta por su lugar preferido, responde sin dudar: “La Polinesia francesa. Porque tiene paisajes magníficos y buenos refugios para anclar el barco. Aunque no tanto Tahití o Bora-Bora, donde recaen los turistas. Prefiero los archipiélagos más alejados, como las Tuamotus, donde vivió mi padre espiritual como navegante en solitario, Bernard Moitessier”. Tal como Antoine es una leyenda de la farándula francesa, Moitessier lo es entre los aventureros. Estaba por ganar el primer Golden Globe Challenge, organizado en 1968, cuando rechazó cruzar la línea de llegada para seguir navegando hacia el océano índico y de ahí a la Polinesia, donde vivió buena parte de su vida y militó contra los ensayos nucleares franceses.
Cómo él, Antoine navegó en solitario y publicó libros sobre su experiencia. Lanzó la expresión “globe-flotteur”, un juego de palabras construido sobre “globetrotter”, que sirvió de título a su primera obra. “Había realizado mi primer gran cruce en solitario entre las costas de África y Brasil, y estaba nuevamente en Río, cuando me encontré con dos mensajes. Uno era de la discográfica para aprovechar la escala y grabar un disco de adaptaciones de temas brasileños [fue el álbum “Corcovado”, editado en 1976, con adaptaciones de “Marinheiro so” de Caetano Veloso y “Meu amigo Charlie Brown” de Benito de Paula] y el otro era del editor Jacques Arthaud para publicar un libro sobre mi experiencia”.
Tras los relatos de sus aventuras, la experiencia siguió con Gallimard gracias sobre todo a libros de fotos. “Aproveché el confinamiento para avanzar con uno nuevo que tengo en preparación con Francette, mi mujer. Será sobre Nueva Zelanda, el primer país del mundo que instauró el voto femenino. También es un ejemplo de convivencia entre dos culturas que se respetan mutuamente, la europea y la maorí. Es un país muy inteligente y es todo lo que rescato en esta nueva obra, además de mostrar sus paisajes más lindos. Se publicará a fin de este año y le seguirá un documental. Luego me dedicaré a Australia. Me gustaría también publicar un libro de recuerdos sobre los encuentros que tuve en mi vida, con aventureros y marinos pero también con figuras como Brigitte Bardot, Salvador Dalí o Andy Warhol, cuando era cantante”.
Frente al Perito Moreno
Las distintas carreras de Antoine se reparten entre decenas de álbumes de canciones, unos 20 libros y más de 30 documentales. Ya lleva más de 45 años navegando y capitaneó tres barcos distintos. “El primero era demasiado grande para mí solo, el segundo demasiado chico. Desde 1990 tengo un catamarán de 12,5 metros que tiene por fin el tamaño ideal. Al momento de meterlo al agua era totalmente amarillo, así que lo llamé Banana Split. Como Francette se marea fácilmente, ella se junta conmigo en las escalas y yo sigo navegando en solitario para ir de puerto en puerto. Menos una vez, cuando me acompañaron mi hija y su pareja. Como los dos son chefs, fue un cruce del Pacífico inolvidable.
En Francia, la vida de Antoine hace soñar a generaciones de aspirantes a aventureros y a muchos viajeros. Pero dar el primer paso no es para cualquiera, aunque él lo minimice con el mismo tono cándido que tenía cuando llamaba a los franceses a votar por él (un tema de 1966, un año después de la reelección del general de Gaulle): “Aprendí a navegar sobre la marcha. Al principio fue un proyecto con amigos. Pasábamos vacaciones juntos a bordo de un barco y el capitán nos enseñaba. Pero cada uno siguió con su vida y terminé siendo el único que se lanzó a la aventura. Primero bordeé las costas de Bretaña, haciendo escala en un puerto distinto cada noche. Y así bajé hasta África. Mi primera travesía grande fue a Brasil. La primera noche en alta mar es un momento muy especial. Uno siente mucha humildad. Por suerte no me tocaron nunca tormentas ni episodios bravos. No los busco tampoco. Cuando anuncian mal tiempo, me quedo y espero que pase. Es así que raramente viví situaciones que me dieran miedo”.
Aclara incluso que “no viajo por latitudes frías, donde están los principales vientos. Una vez navegué en verano hasta Québec y visité Saint-Pierre, donde viví de niño. Pero los climas fríos no son para mí. Sin embargo, viajé a la Patagonia y en esa oportunidad pisé por segunda vez suelo argentino. Todo empezó cuando vi por primera vez fotos de las Torres del Paine y me prometí conocerlas algún día. Viajamos al sur de Chile con Francette hace unos diez años, y como hubo un gran incendio no pudimos recorrer el parque tanto como pensábamos. En su lugar hicimos una excursión a Chiloé y cruzamos la frontera hasta El Calafate para ver el glaciar Perito Moreno”.
Lo pronuncia con la sílaba tónica en el lugar justo: “Es un recuerdo de lo que me enseñaron cuando grabé mis canciones en castellano”. La conversación sigue con consideraciones técnicas y referencias a los navegantes que diseñaron su primer barco, Janichon y Poncet [este último vive desde hace décadas en la isla más occidental de las Malvinas] y se olvida de un punto de contacto más que tiene con la Argentina. Es la adaptación al francés de “Voy cantando”, de Palito Ortega, una “chanson qui fait la la la”.
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