Todo es música en la vida de Sol Mihanovich (37). Y es lógico, porque a los 5 años ya tenía una guitarra entre sus manos y porque lleva en su memoria genética el linaje de cuatro generaciones de artistas: su tío abuelo, Sergio Mihanovich, fue un ícono del jazz; su padre, Vane, es pianista, cantante y compositor; y su tía Sandra es una de las cantantes más admirada del país. Pero además Sol –que es bella, luminosa y tiene una voz dulce– se enamoró de un bajista, Matías Onzari (38), con quien toca la banda de sonido de su propia historia desde hace quince años. Son papás de Elina (8) y Amelia (5). Con cuatro discos editados –acaba de salir el último, En viaje– va consolidando su camino como cantautora pop y es feliz desde que decidió abandonar el intento de escaparse al destino artístico de su familia y dedicarse por completo a su pasión. "La música es lo que me hace bien y lo que no me cansa. Disfruto todo lo que tieneque ver con la música. Además, es infinita, no se agota nunca", cuenta sentada en esa suerte de estudio que comparte con su familia en el piso más alto de su casa de Olivos, un espacio mágico poblado de acordes, melodías, partituras, instrumentos, micrófonos y vinilos.
–Habiendo nacido en una familia de músicos, ¿tuviste chance de dedicarte a otra cosa?
–[Risas]. Yo estudié Periodismo, Comunicación Social. Porque siempre me gustó escribir –de chica escribía cuentos y empecé a componer a los 13 años– y porque en algún lado me daba miedo hacer música. Creo que me ponía nerviosa tener la vara tan alta.
–¿Llegaste a trabajar de periodista?
–Sí, trabajé cinco años como periodista. Empecé en TN, con mi abuela [Mónica Cahen D’Anvers], después hice una pasantía en el Buenos Aires Herald, también trabajé en el reality Escalera a la fama y como asistente de producción en Radio del Plata, también con mis abuelos. Y ahí me di cuenta de que no era para mí, cuando me tocó cubrir la tragedia de Cromagnon. Estaba en la radio y me daba cuenta de que me quería ir a mi casa a tocar la guitarra. Miraba la hora todo el tiempo y pensaba: "Puedo hacer música en cualquier momento. Viernes, sábados, a la madrugada, y nunca me va a pesar. Será más difícil o no, pero quiero hacer música". Y ahí me largué: renuncié y empecé a armar mi primer disco, mi primer proyecto.
–¿Cómo fue decirle a tu abuela que dejabas el periodismo?
–¡Para mí fue un dramón! Se los conté a los dos [a Mónica y a su pareja César Mascetti] llorando. Y encima de todo terminé de contarles y le dije a mi abuela: "¿Y ahora me podés pagar la carrera de música?", porque yo no tenía un peso y mi viejo tampoco.
–¿Qué te dijo tu tía Sandra cuando supo que te ibas a dedicar a la música?
–En ese momento tuve una charla con Sandra y ella me dio el consejo más sabio de todos: "Hacé tu camino –me dijo–. Hacé la tuya. Te van a comparar, pero vos hacé lo que sientas que es verdadero". Y para mí eso fue espectacular, me quitó la presión que yo sentía. Y desde entonces siempre me da una mano. Soy parte de su banda desde hace quince años en paralelo a lo que yo hago y me invita a sus shows.
–¿Es difícil trabajar con tu marido?
–Por suerte, además de nuestra música los dos tenemos otros trabajos donde no estamos juntos, y eso nos da un poco de aire. Pero la verdad es que en general nos llevamos bien trabajando. Somos muy distintos, como el agua y el aceite, yo soy la que necesita resolver ya y hablo y hablo de más, y él es el que pone el freno y organiza, es más centrado. Por ahora nos funciona perfecto: este año cumplimos diez de casados.
–¿Es la primera persona a la que le mostrás una nueva canción?
–Sí, hoy sí. Porque es el que sin filtro me va a decir: "No". O me va a decir: "Ah, mirá qué bueno, esto me gusta". Yo le digo en broma que es mi censor.
–¿Tus hijas se parecen a vos o a él?
–Elina, la mayor, es mucho más parecida a mí. Es muy diplomática, siempre alegre y contenta, aunque también negadora. En cambio, Amelia es Matías de punta a punta. Es la que enfrenta, la que no te dice nada hasta que te la manda a guardar.
–¿Cuáles son los momentos que más disfrutás con ellas?
–Ese rato que compartimos cuando vuelvo a casa después del trabajo y los fines de semana. Pasamos mucho tiempo en este estudio, sin tele, donde todos desconectamos. Es un lugar en el que cada uno hace lo que quiere: uno dibuja, otro canta, otro toca un instrumento.
–Tuviste cáncer siendo muy chica. ¿Ese fue el peor momento de tu vida?
–Tenía 12 años y no sé si porque soy negadora, pero creo que no lo calificaría como el peor momento. Sí fue un momento difícil a nivel físico, porque pesaba la quimioterapia, pesaba el no poder caminar, pesaban los dolores… Pero por otro lado yo tenía a mi mamá y a mi papá que me acompañaban a cada consulta y a cada sesión de quimio. Imagino que debe haber sido mucho más difícil para mi familia que para mí, porque yo no era muy consciente de la gravedad de la situación. Nadie nunca me dijo la palabra "cáncer". Yo te podía explicar con lujo de detalles lo que me pasaba, que tenía una enfermedad en las células y necesitaba un trasplante, pero no tenía en la cabeza la posibilidad de la muerte, no sabía que me podía morir, en cambio ellos sí. Recién ahora que soy mamá entiendo lo que deben haber sufrido y lo que se bancaron.
–¿Cuándo tuviste conciencia de lo que te había pasado y lo que habías superado?
–De más grande, cuando mis padres me dijeron "tuviste cáncer". Y entender lo que me había pasado me hizo pensar cómo quería vivir el resto de mi vida. Por eso, cuando sentí que quería vivir de la música no lo pensé dos veces y me puse a full con eso. Siempre voy para adelante y si me dicen que no, voy por otro lado...
Para mí fue un dramón decirle a mi abuela que dejaba el periodismo para dedicarme por completo a la música. Se los conté llorando a ella y a César
Producción: Consuelo Sánchez. Maquillaje y peinado: Lorena Urcelay. Agradecimientos: Uma, Rapsodia, Rapsodia Girls, Baby Cottons, Blaquè, Votnia y Mechi Garay
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