Hay discos que no necesitan del tiempo para ser considerados una pieza clave en la historia de la música. Tan solo con poner play ya es suficiente. El viaje hacia la posteridad no tiene vuelta atrás.Canción animal, de Soda Stereo, es el claro ejemplo de ese camino de ida hacia el corazón de las masas. El trío liderado por Gustavo Cerati grabó este material hace 30 años, al comienzo de una década que quedaría marcada por esa zambullida sin anestesia en el neoliberalismo globalizado (privatizaciones, ley de convertibilidad, destrucción del aparato productivo de por medio), más conocida en estos lares como menemismo.
Luego de ese 7 de agosto de 1990, el curso musical de los Soda, que venían de hacer sus primeras armas en el terreno new wave, montados al galope de un dark marca The Cure, dio un vuelco de 180 grados.
Con este disco, los Soda dejaron atrás un universo musical que los venía trayendo por la carretera diáfana del pop de sintetizadores.
Tras una gira intensa con su anterior disco, Doble vida, por varios países de Latinoamérica y con una estructura que los tenía con la producción de un disco por año, decidieron poner un freno. Cerati se instaló en su departamento y depositó su confianza en el silencio para encaminarse en el proceso compositivo de Canción animal.
Logró desarticular algunos vicios que lo tenían cómodo para escribir y hacer la música, y ya no le importó ser el líder de una banda que cuajara con la época. "Pude incorporar elementos que son como citas a la música que uno siente, y que no tiene tanto que ver con las épocas, por lo menos no de una forma tan consciente. Entonces hay temas que rompen con la manera en que yo componía. Hay muchos temas que son tres acordes que duran todo el tema, como es el caso de «Sueles dejarme solo» o «Música ligera»", le dijo a la revista El Musiquero en pleno lanzamiento del disco.
Con este disco, los Soda lograron dejar atrás un universo musical que los venía trayendo por la carretera diáfana del pop de sintetizadores –mezcla de funk blanco digno de muestra de arte en Nueva York–, y pasaron a un sonido más crudo, con guiños a Led Zeppelin, Pescado Rabioso, Manal o Vox Dei.
Cerati desnudó su existencialismo y dejó impreso en las letras un mundo de goces maduros, que esta vez nada tenían que ver con un picnic en el 4° B. "Cuando jugás de grande no podés jugar de la misma manera como cuando uno era chico, hay cierta perversión en el hecho de jugar. Y me encanta eso, no creo que haya una perversión agresiva, o intentar un metalenguaje o cosas extrañas. La idea está puesta por el lado del juego, por ahí cagarse en muchas cosas que uno hizo, o en todo lo que podés tener alrededor", dijo en esa misma entrevista.
Con lecturas que van desde Stephen King a William Blake, el cine de Cronenberg, la música de su niñez y un romance intenso con Paola Antonucci, Cerati tonifica el músculo de su talento para componer y le da vida al puñado de canciones que forman parte del disco.
Pude incorporar elementos que son como citas a la música que uno siente, y que no tiene tanto que ver con las épocas, por lo menos no de una forma tan consciente.
Junto a Zeta Bosio, Charly Alberti, más la compañía de unos amigos invitados (Pedro Aznar, Andrea Álvarez, Tweety González y Daniel Melero), Soda se sube a un avión y llega hasta los estudios Criteria de Miami para grabarlas. El resultado es un disco que recibió todo tipo de premios: mejor álbum del año, mejor tema del año con "De música ligera" y mejor videoclip del año con ese mismo tema.
A partir de ahí, el poderío musical del grupo iría en ascenso. Se metería en todas las casas, se adueñaría de fogones y de los covers elegidos por las bandas que recién empezaban a tocar. El "una que sepamos todos" estaba en las 10 canciones de ese disco de tapa naranja que muestra en su portada el apareamiento de dos leones.
Tapa, que dicho sea de paso, causó revuelo en algunos países y fue censurada por su atrevida estética. En muchos casos fue interpretada como osada. La foto de los leones, según cuenta gente cercana a la banda, representaba a Gustavo y su novia, Paola Antonucci; la veleta, ubicada arriba a la izquierda, era símbolo para la juventud de Charly Alberti y el tensegrid, arriba a la derecha, sugería el equilibrio de Zeta, aunque también juega con esa encrucijada de la tensión interna y el supuesto desencuentro que había en el grupo.
El más puro néctar
Contra todas las hipótesis del momento, lo cierto es que "Té para tres" (un drama familiar que lo tiene a Gustavo, su padre con cáncer y a su madre sirviendo el té irlandés para dar la noticia), "Entre caníbales", "Hombre al agua", "Un millón de años luz"... eternizaron la explosión creativa de este grupo y el disco terminó por darles un espaldarazo más en el terreno de la popularidad. Al año siguiente vendría el show en la Avenida 9 de Julio ante 250.000 personas y, algunos años después, la primera despedida en River en la que 60.000 personas harían confluir la emoción y el sinsabor que dejan los finales, tras el epílogo de Gustavo en "De música ligera": "No solo no hubiéramos sido nada sin ustedes, sino con toda la gente que estuvo a nuestro alrededor desde el comienzo. Algunos siguen hasta hoy… ¡Gracias totales!".
En 2007, 10 años después de aquella emotiva despedida, la banda volvería a sonar con su gira Me verás volver, y la Rolling Stone, en su ranking de los 100 mejores álbumes de la historia del rock argentino, le otorgaría el puesto número 9 a Canción animal.
El veredicto de la elección rezaba: "El truco funcionó a escala continental y, después de casi dos años de giras interminables, el trío acusó la necesidad de un cambio para privilegiar las canciones por sobre los efectos de producción. Canción animal es la respuesta a tanta sofisticación, el primer registro en que Gustavo Cerati empieza a mirarse como un heredero del rock argentino de los 70".
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