En Random, su primer disco en seis años, Charly García se muestra clásico y conceptual, frágil y conmovedor, y sintoniza al azar con los mejores momentos de su extensa trayectoria.
Por Fernando Garcia
1972: “Y si bien yo nunca había bebido, en la cárcel tuve que acabar/ la fianza la pagó un amigo, las heridas son del oficial”. 1996: “Yo sé que soy imbancable/ Yo sé que no soy feliz/ Yo sé que soy un amable traidor, pero alguien en el mundo piensa en mí”. 2017: “Ahora que estoy rehabilitado, saldré de gira otra vez/ me encerrarán cuando se acabe y roben lo que yo gané”. Puestos así, estos versos de Charly García parecen la reescritura periódica de “Confesiones”, el texto primordial de una obra caracterizada por la inadaptación. De la naturaleza incómoda de un cuerpo desgarbado haciéndose lugar en una ciudad milica al rock star en llamas atormentando a propios y extraños y, ahora, el paciente psiquiátrico en silla de ruedas capaz de guiñar maliciosamente un ojo antes de que lo planchen. Como lo demuestra el primer plano de Nora Lezano que expone uno de los ojos de García bajo la forma calada de un pez en la contratapa del CD (¡hablemos de objetos, por favor!), lo que aquí está intacto es su mirada. Random, diez canciones nuevas que como si fueran la radio de un auto buscan sintonizar al azar sus mejores momentos, es Charly García abriendo y abriéndonos los ojos. Una vez más.
En un contexto de infoxicación severa, la novedad del primer disco de Charly en seis años corría el riesgo de ser devorada por la novedad en sí misma. La industria de la expectativa que trabaja para el tráiler perfecto (y el film decepcionante) y el consabido “furor en las redes sociales” podrían haber hecho de Random un episodio más en su cadena de explosiones espasmódicas. Pero no. Contra cualquier sospecha de patetismo o refrito, García construyó un álbum (nótese que los créditos cierran: “fabricado por Charlie García Lange”) que brilla en la soledad de nuestro Olimpo de solistas, ya sin Spinetta ni Cerati, y en un contexto de rocanrol alérgico a la estética (o de una estética débil, apenas informada). Sin escuchar nada, el afiche con el que Sony empapeló Buenos Aires para vender Random nos decía al menos que había un artista de rock por detrás. Era eso, una enigmática pintura-collage neofigurativa del mismo Charly, versus anuncios de shows de estadio siempre reacios al diseño gráfico y la cultura pop, ensimismados en un grotesco urbano que ya parece el único horizonte posible (salvemos los afiches de El Mató de este naufragio…).
Un artista de rock como Charly entiende que un álbum es un concepto estético antes que una suma de canciones y esa coherencia guía la música de Random en un contexto de conmovedora fragilidad. Volviendo a las citas del principio, repasemos también con qué voz fueron cantadas. El joven folk protonerd de Sui Generis sonaba candoroso en un contexto de pesados y reviente; el demonio dadá de Say no more resultaba pesado y reventado aun para su propio público (y la crítica que malentendió un disco que lo redefinió como artista), y este de “Primavera” (un momento alto de Random) es un eco asordinado de aquellos otros Charlies (ay, cuando Pelo y Gente ponían “Charlie”). Basta oír el contraste entre su voz y la de Rosario Ortega (última de una larga constelación de chicas García) para entender que este es el audio de la supervivencia. En un teatro de sonoridades espacializadas (capas de teclados, interferencias ruidistas), García intenta convencernos: “Porque siempre estaré pronto a renacer/Porque hoy yo estoy más joven que ayer”. Se lo escucha como si los franceses Air hubieran puesto todo su arsenal climático para sostener la quebradiza dicción del último “Polaco”. ¿GoyenechAir? Escúchenlo escupir palabras en “Otro”, clásico unísono rocker alla García, para después abrir una secuencia instrumental etérea, plagada de texturas cósmicas.
Si ese Charly que un videíto amateur viralizado mostraba arrastrando los pies para ir de la puerta de su casa en Coronel Díaz a una limousine (¿de la cama al living?) está lejos de lo que puede pensarse como “joven”, sí es cierto que en Random hay algo de renacimiento. Varias secuencias del álbum reponen a uno de nuestros mejores melodistas: el cierre de “Mundo B” donde jazzea jirones de The Beatles, el luminoso estribillo de “Rivalidad” (ese irresistible “cambiarme baby”), la cadencia melancolizante de “Lluvia”, la tenue, opiácea calma de “La máquina de ser feliz”. Ni hablar de la enérgica canción beat “Believe” que parece un ejercicio de literatura fantástica. La música que Charly hubiera compuesto (en inglés, como correspondía entonces) para alguno de los grupos que veía en la rutina en blanco y negro de La escala musical a mediados de los 60. O mejor: una ficción de su grupo beat perfecto. Partes de Beatles, Byrds, Shakers y hasta una cita a los Who de Quadrophenia. A veces, se olvida en Charly al erudito del pop anglo de los 60 que fue: es.
García también nos recuerda en Random que compone canciones pop bajo el invisible haz del proyector de cine. “Películas” de La Máquina (no esta de ser feliz, sino aquella de Hacer Pájaros, a fines de los 70) y “Cinema Verité” se continúan aquí en “Ella es tan Kubrick”: “Ella es Lolita, es Nicole Kidman/ Full metal jacket de un rincón burdel/ Es esquizoide (no es celuloide)/(No es Resplandor), ni siquiera un hotel”. Pero antes que espectador elige ser “Spector”, obsesionado con sus fantasías visuales (¿qué son todas las inscripciones del álbum tachadas? ¿El no álbum? ¿Un no-Charly?) y sonoras. Así que “Spector” se monta sobre el sonido original sampleado de la batería de “Be my baby”, tal como fue concebida por Phil Spector para las Ronettes, y sigue en el mismo pulso a través del fiel Fernando Samalea.
Clásico y conceptual, frágil y conmovedor, a este García que se sostiene en una versión sosegada de Say no more no le falta enjundia. Puede cantar sobre “mares de Ravel” como farfullar “la concha de la lora” y arrojar televisores por la ventana de su hotel cinco estrellas imaginario. Después de arremeter contra los pastores electrónicos (en la elocuente “Amigos de dios”) y vociferar casi en fade que “toda esta mierda sucedió el día que Tinelli nació”, García concluye con que “hay cada turro en la televisión”. Inadaptado al fin. Ahora al conservadurismo cool frente al que la familia Argentina amanece y se duerme.
LA NACION