Sobre la complejidad de pintar piletas
Pintar piletas no es un trabajo fácil. No hablo del momento de pintar, que ese sí es muy fácil, quizá demasiado, sino de todo lo que hay que hacer antes de llegar a ese hermoso día en el que uno empuña el rodillo y pinta. Hablo de la preparación. Hablo de los cuidados extremos que hay que tener con la superficie. Hablo de esa dedicación que, si uno se confunde, puede ser tan parecida al amor. No conviene enamorarse de un piso y cuatro paredes. Mucho menos de una escalera, que te puede golpear tan duro si estás así, medio perdido, medio embobado admirándola: te podés olvidar de que ella es sólo una escalera, algo rústico, insensible, opaco de toda opacidad, y que te puede desnucar al primer descuido.
A veces pienso que mis clientes me piden que les pinte las piletas no tanto por el esfuerzo que implica el trabajo en sí, sino para evitar ese pernicioso encantamiento. Pero yo estoy preparado, así que voy hacia las sirenas con tapones en mis oídos y dos palabras impresas en mi frente: "Absoluta responsabilidad".
Hoy, una pileta blanca. Fue cuidada durante todo el invierno, así que vaciarla y limpiarla es un juego de niños. Mientras se vacía le digo al dueño: "¿Y te parece que hará falta pintarla?"
No se trata de pocas ganas. Es que, en efecto, la veo muy bien a la pintura, no parece necesitar muchos cambios. No por ahora. Él, sin embargo, explica que quizá yo no vea bien, porque el blanco confunde, pero que hay ampollas, hay partes saltadas, que el año pasado la pintó él y no quedó muy conforme con el resultado final. A simple vista, y después de un año, ese resultado parece haber sido bastante bueno. Pero no voy a poner objeciones. El cliente siempre tiene razón. Una vez vaciada la pileta, es cierto que hay algunas ampollas. Y al tirar ácido para remover el sarro, la pintura se ampolla casi por completo. No usé un ácido potente. Lo diluí bastante, el sarro que había era muy poco. Y aún así... O sea: unos meses más y el agua hubiera hecho las mismas ampollas que hizo ahora el ácido. Más que justificado el volver a pintar. La parte preparatoria esta vez es fácil. No hay que hacer un gran trabajo previo y ninguna lluvia interrumpe las acciones.
El problema empieza, curiosamente, al pintar. El sol rebota contra las paredes blancas e impide ver lo que uno pinta. ¿Por qué olvidé este detalle crucial de las piletas pintadas de blanco? Es como pintar a ciegas. El desafío me gusta, pero también me gustaría tener un par de anteojos negros. Y es entonces que... Sí, la hija de mi cliente sale a tomar el sol de la mañana, el sol tenue, el que no lastima pero ciega al piletero en el fondo de la pileta. Ella es... ¿cómo decirlo? Además, tiene anteojos negros. El piletero podría pedírselos prestados. ¿Podría? ¿Debería? "Responsabilidad absoluta". Ella saluda. Él saluda. Ella toma sol. Él intenta pintar. No la ve, en el fondo de la pileta no ve nada, ve todo blanco, pero sabe que ella está allá arriba, tostando su piel mientras él se quema los ojos. Esta vez las sirenas no son las paredes, es algo bastante más real. O irreal, pero extremadamente perturbador. Por fin, el piletero termina. Alguna vez iba a terminar. Y sale al exterior, ciego. Y se moja la cara. Y limpia las herramientas.
Ella entonces lo ve y dice:
-¿Terminaste?
- Listo.
-¿Todo bien?
- Todo perfecto.
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