Sobre el mercado del tiempo y la anhelada fórmula de la felicidad
En el año 2013, como parte de un proyecto de investigación en Economía de la Felicidad, hicimos una encuesta con Pablo Schiaffino y la gente de Gallup Argentina, para determinar en qué medida los usos alternativos del tiempo afectaban nuestra felicidad. Le preguntamos a la gente cuán activos eran en distintos dominios de la vida cotidiana, que iban de sus relaciones familiares a las salidas con amigos, pasando por el ámbito laboral, las prácticas religiosas y las actividades deportivas.
Cuando cruzamos los datos con los reportes de felicidad subjetiva descubrimos que la mayor dedicación al trabajo no nos hacía más felices, y que lo que más movía la aguja de nuestra satisfacción era el tiempo que pasábamos con nuestros seres queridos, seguido por nuestra dedicación a las actividades sociales, nuestra vida de pareja y las salidas.
Las variables de nivel socioeconómico, por su parte, no correlacionaban con la felicidad, aunque la pertenencia a la clase baja sí aumentaba la probabilidad de que fuéramos infelices. Consistente con los resultados de las investigaciones internacionales existe un umbral de satisfacción que tiene que ver con la cobertura de las necesidades básicas, pero más allá de ese nivel no sirve acumular más ingresos. Trabajar más y escalar en la oficina no sólo no nos hará más felices, sino que el tiempo que dediquemos a engordar la billetera habrá que sacrificarlo quitándoselo a lo que realmente nos llena el alma.
Lo que la ciencia está mostrando es que no tiene sentido trabajar más horas para conseguir más bienes materiales, aunque sí vale la pena hacerlo si el dinero que ganamos podemos usarlo para comprar tiempo con los que queremos y en lo que nos hace felices. La ecuación es entonces simple. Si una hora de trabajo nos permite liberar más de una hora de nuestro tiempo para dedicarlo a las actividades realmente placenteras, vale la pena hacerlo, caso contrario, mejor quedarse en casa. Por ejemplo, yo odio perder tiempo en trámites, lavar ropa o hacer arreglos en la casa, de modo que si las dos horas que le dedico a escribir una columna pueden liberarme de más de dos horas de esas tareas alienantes habré descubierto la fórmula de la felicidad. Pero si gano $ 100 por hora de trabajo y alguien se ofrece a llevarse mi auto y traerlo lavado por $ 150, pues será más negocio arremangarse y dedicarle una hora a sacarle brillo al coche. Claro que lo que vale para mí no vale para todos. Un jubilado puede preferir hacer la cola en el banco, porque quizás esa es una actividad social placentera para él. Y si encima cobra por hacerme un trámite, el mercado habrá creado felicidad de los dos lados del mostrador.
Economista, autor de Casual Mente y Psychonomics