Smoky: la increíble historia de la perra que salvó a 250 soldados en la Segunda Guerra Mundial
No tenía el porte que uno imaginaría en un perro de guerra. Carecía por completo de un aspecto feroz y como guardián de un cuartel solo produciría risa. Pero la simpática Smoky, una Shorkshire Terrier que no superaba los 17 centímetros de altura, se convirtió en una heroína de cuatro patas en la Segunda Guerra Mundial. Fue cuando, gracias a una acción que solo ella podía realizar, salvó la vida de unos 250 soldados estadounidenses en el Pacífico occidental.
Por si fuera poco, gracias a su carisma y a los trucos que le enseñó su dueño William "Bill" Wynne, un fotógrafo y aviador norteamericano, Smoky alegraba la estadía en los hospitales de campaña a los soldados heridos en el conflicto bélico. Se considera por ello que este animalito fue, a mediados de los años 40, el primer perro de terapia de la historia.
La trascendencia de este can fue tal que recibió varias medallas al valor por su labor en la guerra. Luego de su muerte, en 1957, en diversos lugares de Estados Unidos y también de Australia se levantaron monumentos en su honor. En ellos, una estatua reproduce una de las estampas más conocidas de Smoky, en la que la perrita está con la mirada atenta, las orejas levantadas y la boca entreabierta dentro del casco de su dueño. Todo un símbolo del vínculo inseparable que existió entre el soldado Wynne y su más leal y valiente compañera de aventuras.
Aparece Smoky
Bill Wynne era un cabo del cuerpo aéreo del ejército de los Estados Unidos. A los 22 años, este joven procedente de Cleveland, en el estado de Ohio, había sido enviado en 1943 a prestar servicio al Pacífico Sur y el sudeste asiático, el teatro de operaciones de la Segunda Guerra Mundial donde su país, como integrante de los Aliados, combatía contra las fuerzas japonesas por el dominio de diversos territorios de la región.
El muchacho revistaba en la Quinta Fuerza Aérea, dentro del Escuadrón 26 de Reconocimiento Fotográfico. Antes de la guerra, se ganaba la vida como fotógrafo, y, una vez reclutado cumplió también ese rol, esta vez desde el aire en el Pacífico Sur. Allí realizaba misiones para tomar imágenes luego de un bombardeo o localizar pilotos sobrevivientes en territorio enemigo.
Pero también, en su etapa previa al conflicto bélico, Bill había aprendido los rudimentos del adiestramiento de perros. Por eso, parecía que el destino había hecho un trabajo fino aquel día de marzo de 1944 en que, mientras el joven estaba metido de cabeza bajo el capó de un jeep que pretendía arreglar, escuchó los tímidos ladridos de un animalito que resonaban cerca.
Cuando se incorporó, el cabo Wynne vio, sumergida en los altos pastos del lugar, a una pequeña Yorkshire Terrier que le movía la cola. La había encontrado un colega en una trinchera en medio de la selva circundante. Estaban en la región próxima a Nadzab, en el este de Papúa, en la isla de Nueva Guinea, territorio que entonces pertenecía a Australia.
La perrita estaba escuálida y famélica. Para colmo, como casi siempre tenía la lengua afuera, uno de los soldados había imaginado que sufría calor y le había cortado el pelo con muy poca sutileza, por lo que el animal parecía una pequeña bestia desgreñada. En seguida, Bill se apiadó de su aspecto y quiso quedarse con ella. Estaba de suerte, porque el sargento que la había encontrado estaba flaco de fondos por su afición al póker, y se la vendió.
Entonces, por dos libras australianas (6,44 dólares de entonces), el cabo se quedó con la cachorra, que entonces tendría aproximadamente un año. Le puso de nombre Smoky. Y allí comenzó su leyenda.
Los vuelos de Smoky
Como este diminuto animal no había hecho una "carrera" oficial dentro de las Fuerzas Armadas, lejos estaba de ser considerado un perro del ejército. No recibía comida, ni ningún tipo de atención especial. Por eso, Bill compartía con ella sus raciones y la cuidaba todo el tiempo. Dormían, por supuesto, en la misma tienda de campaña, donde Smoky acomodaba su pequeña anatomía de menos de dos kilos de peso en una alfombra de fieltro verde.
A poco de haberse producido el encuentro entre el animal y su dueño, Smoky comenzó a demostrar algunas habilidades. Si bien nunca supieron su origen exacto -al comienzo no respondía órdenes en inglés, y tampoco parecía comprender a los prisioneros japoneses en Nadzab, que le hablaban en su idioma-, la perrita empezó a mostrar sus singularidades.
"Yo empezaba a tocar la armónica y ella aullaba al ritmo de la música. Cuando dejaba de tocar y le pedía continuar, ella seguía aullando la melodía. Con esas cosas levantaba la moral de la tropa y me di cuenta de que era un animal inteligente como un látigo", relató el propio Bill Wynne al medio local Mansfield New Journal, en una entrevista que dio en el año 2018.
El cabo comprendió también que el animal no le temía a las misiones aéreas. En total, en su período de estadía en el Pacífico Sur y occidental, Smoky voló junto a su dueño en unas 12 misiones de reconocimiento y rescate.
"La llevé en diferentes misiones por todas partes -relató el cabo-. La primera vez, cuando tenía que sobrevolar Borneo luego de un bombardeo sobre pozos petroleros, los muchachos empezaron a discutir acerca de quién se quedaría con la perra si a mí me derribaban y entonces, me dije: 'Diablos. Me la llevaré conmigo'".
La perrita toleraba impasible los viajes aéreos dentro de la mochila de su dueño, aunque tuvieran horas de duración. Sobrevolaron archipiélagos, selvas, manglares, ríos, pequeñas aldeas y mucho más. También, en el total de su tiempo juntos en la etapa bélica, Smoky y su propietario humano sobrevivieron unos 150 ataques aéreos y hasta un tifón, el Louise, cuando estaban en Okinawa a poco de embarcar hacia Norteamérica, en octubre de 1945.
Smoky realiza su acción más heroica
Pero la acción más heroica de esta pequeña Yorkshire llegó cuando se encontraba en el golfo de Lingayen, en la isla filipina de Luzón, una zona donde, a comienzos de 1945, los estadounidenses habían recuperado un aeródromo que se encontraba antes en manos japonesas.
Sin embargo, los asiáticos continuaban asolando la zona con constantes bombardeos para recuperar lo perdido. En ese momento, los oficiales al mando necesitaban de manera urgente establecer un sistema de comunicaciones. Pero para lograr ese objetivo había que pasar una serie de cables por debajo de la pista de aterrizaje (a lo ancho, claro), algo imprescindible para unir las líneas telegráficas entre un lado y el otro de la misma.
El trabajo podría llevar unos tres días si se ponía a soldados a cavar para conectar los cables. Pero debajo de la pista había una tubería de drenaje que la atravesaba de un lado al otro. El tubo tenía unos 21 metros de largo, y su diámetro era de apenas 20 centímetros. Entonces, a un oficial presente en el lugar se le ocurrió una idea: que Smoky pasara los cables por allí.
Ataron al collar del animal un hilo de barrilete al que añadieron los cables que debían ser llevados por la cañería. Wynne tomó a su perra, la puso en uno de los extremos del tubo y le dijo que se sentara allí. El cabo, entonces, corrió al otro lado de la pista de aterrizaje, y comenzó a llamar a su mascota.
"Vení, Smoky, vamos, vení para acá", gritaba Bill del otro lado del tubo. "Los hombres que estaban conmigo me dijeron que en caso de que la Yorkshire se atorara ellos la iban a sacar tirando de los cables, pero de todas formas, el tiempo en que la llamaba y no la veía me pareció una eternidad".
Finalmente, el hombre percibió que algo se acercaba dentro de la cañería. "Pude ver sus ojos ámbar que brillaban en la oscuridad del caño, a unos 3 metros de distancia", escribió Wynne en su libro de memorias "Yorkie Doodle Dandy: A Memoir", publicado en el año 1996.
Según las evaluaciones que hicieron entonces los mandos de la fuerza aérea norteamericana, la acción de la intrépida Smoky habría salvado la vida de unos 250 soldados que hubieran caído bajo los ataques japoneses mientras hacían los trabajos de excavación. Además, el tiempo que les ahorró la mascota de Bill a los aviadores con su hazaña permitió que siguieran operando unos 40 aviones para poder patrullar la conflictiva zona.
El primer perro de terapia
Pero además de ser una perra heroica, Smoky tenía otras virtudes. Wynne no paraba nunca de adiestrarla en diferentes trucos y habilidades. "Estaba bien entrenada porque confiaba en mí", diría el cabo, años después, en una entrevista a la Radio Pública Nacional (PPR) de Estados Unidos.
Hubo un momento en su estadía en el Pacífico Sur en que Wynne cayó enfermo de dengue. En julio de 1944 estuvo cinco días internado en el hospital de campaña 233rd Station, en Nueva Guinea, y allí descubrió que la presencia de su mascota, con su carácter vivaz y su carisma, era un motivo de distracción y alegría para el resto de los soldados convalecientes.
El animal les provocaba un momento de alivio a sus pesares. Tanto que, según lo que cuenta un artículo sobre perros de guerra de la National Geographic, Smoky dormía con su dueño, pero por la mañana las enfermeras la venían a buscar para llevarla a visitar a los hombres heridos.
"Ella fue el primer perro de terapia -aseguraba Wynne años después-. Todas las líneas de este tipo de animales se remontan a Smoky. Ella era una verdadera animadora".
Así, luego de superar el dengue, el fotógrafo aviador y su mascota, en los tiempos de licencia o descanso, paseaban por diversos hospitales de campaña para levantar el espíritu de los internados. Rodeados de uniformados expectantes, Smoky y su amo hacían de las suyas. Una de las gracias era que el cabo imitaba una pistola con sus dedos, apuntaba al animal y hacía: "¡Bang!". La mínima Yorkshire caía como muerta, y seguía con su actuación aún cuando los soldados se acercaran a tocarla o a moverla. Solo "resucitaba" ante la orden de Wynne.
La pequeña cuadrúpeda también caminaba en dos patas, hacía equilibrio sobre una soga y montaba una especie de monopatín especialmente diseñado para ella. Apenas llegaba a parecerse a un animal feroz cuando perseguía con ira canina a un tipo de enormes mariposas conocidas como "alas de pájaro de la Reina Alexandra".
El final y el reconocimiento
Bill Wynne regresó a los Estados Unidos en noviembre de 1945. Lo hizo, obviamente, acompañado de Smoky. La Yorkshire continuó haciendo sus gracias en la televisión de Cleveland, e incluso llegó a tener algunas actuaciones en Hollywood que la convirtieron en una perra famosa a nivel nacional.
El 21 de febrero de 1957, a la edad de 14 años, Smoky murió mientras dormía. Billy su familia pusieron los restos de la valiente mascota en una caja de municiones de la Segunda Guerra Mundial y la sepultaron en la reserva Rocky River, en Cleveland. Años después, veteranos de la Segunda Guerra levantarían en ese lugar uno de los tantos monumentos dedicados a su memoria.
Smoky continuó recibiendo medallas de reconocimiento por su valor aún muchos años después de haber hecho su ultima pirueta sobre esta tierra. Es que, a pesar de que pasaron siete décadas y media desde el final de la guerra, la lealtad y valentía de esta pequeña Yorkshire no sucumbieron al olvido.
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