La música fue la gran inspiradora del diseño del templo actual de la primera Congregación Israelita de la República Argentina: la sinagoga de la calle Libertad. "La obra pudo realizarse gracias al importante aporte económico del empresario austríaco Max Glücksmann, que vivía en la Argentina por trabajo, en parte, debido a su actividad de representante de la discográfica alemana Odeón", cuenta Carlos Vitas, secretario de la Congregación. Su pasión por la música y sus cultivados conocimientos de arquitectura fueron la razón por la que Glücksmann trabajó codo a codo en el diseño de la sinagoga junto con el arquitecto encargado Alejandro Enquin, con quien compartían los mismos gustos e intereses constructivos.
En la liturgia judía, la música es uno de los elementos clave. De ahí que Glücksmann insistiera en que el techo fuera abovedado para lograr una acústica sobresaliente que permitiera disfrutar del sonido del órgano tubular que hizo instalar en 1931: un espectacular instrumento alemán marca Walker que hoy es uno de los tres que sobreviven en el mundo, debido a que los demás fueron destruidos por el nazismo.
Descompuesto durante años, en 2017 culminó la reparación que se financió con fondos alemanes –se estima en unos €30.000– y que estuvo a cargo de la Casa Franco, especializada en órganos de tubo. Por eso, todos los miércoles a las 13, de marzo a diciembre, se realizan conciertos gratuitos abiertos al público interesado.
El templo comenzó a construirse en 1897 y recién logró terminarse en 1932. En el año 2000 fue declarado Monumento Histórico Nacional y figura, de acuerdo con el Gobierno de la Ciudad, entre los 50 edificios más valiosos erigidos entre 1920 y 1970.
De estética austera, el estilo de la obra va del románico al bizantino con un pie puesto en el art déco, la corriente por excelencia de la época. "Se nota una gran influencia de las sinagogas del norte de Francia y del sur de Alemania. El arco romano de medio punto es el elemento principal que se repite en toda la construcción. Incluso en la base de la araña –de estilo románico– que corona el espacio, los arcos también se repiten", ilustra Vitas.
Sobre el extremo que mira al Este se encuentra una cúpula dorada, cuyo objetivo es darle un toque oriental a la edificación. En el medio, un vitral circular deja pasar luz natural a través de una Estrella de David ubicada en el centro, acompañada de un pentagramaton –que son las letras con las que los judíos representan a Dios y que no pueden nombrarse– y de las llamas de fuego que simbolizan la zarza ardiente que vio Moisés en el monte Sinaí.
Justo por debajo de esta cúpula, se halla el Arón Hakódesh, que es el gabinete donde se guardan los rollos de la Torá. Recubierto de mármol y con una vitrina en el frente, se oculta detrás de una cortina de terciopelo que separa lo sagrado de lo profano. Aquí, también se encuentra la luz eterna encendida en una lámpara ornamentada con estrellas de David que es de estilo totalmente art déco.
El elemento decorativo por excelencia en el interior del templo son los 20 vitrales distribuidos en los laterales del edificio de tres plantas. Todas las paredes están revestidas de piedra París, combinada con piedra que intenta imitar a la de Jerusalén. Los temas representados en los vitrales se relacionan con diferentes elementos de la simbología judía. "En distintos casos, no hemos podido descifrarla del todo quizás debido al gusto especial de los europeos por las sociedades secretas", señala Vitas.
*Asesoramiento. Ingeniero Carlos Vitas, secretario de la Congregación Israelita de la República Argentina.
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