La inseguridad en la Argentina la empujó a mudarse a España con su familia. Lo hizo en medio de la pandemia y asegura que su vida dio un vuelco que la sorprendió.
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Había gastado todos sus ahorros en montar la oficina de sus sueños. Los tres años anteriores, en su debut como monotributista y profesional independiente, habían sido de pérdida total -aún sin ganancias, el monotributo y el aporte al colegio profesional lo debía abonar de todos modos, aunque el profesional venda o no propiedades-. Sin embargo, con su título de martillero y corredor público, Antonella Intile de Castro no estaba dispuesta a bajar los brazos. Por lo menos no todavía. Se había recibido “de grande”. Mientras cursaba, había nacido su segundo hijo. Pero, contra todo pronóstico y la ayuda de sus padres y de su marido, pudo hacer la carrera “a tiempo”.
“En el año 2016 la administración pública para la que yo trabajaba ofreció una serie de retiros voluntarios, y se ejecutaron varios despidos. Yo ya estaba recibida. Decidí jugármela y aprovechar la oportunidad para largarme sola y desarrollarme en mi profesión, algo que venía haciendo de manera complementaria a este trabajo en relación de dependencia, a veces volvía a las once de la noche a casa. Aprendí muchísimo. Capitalicé todo lo que pude viviendo en Argentina. De esos años como profesional independiente me llevo el conocimiento, el aprendizaje y la confirmación de que Argentina no es un país para gente con ganas de emprender”.
Para montar e instalar la oficina que había imaginado por muchos años, el sacrificio fue enorme. Con casi todos los pormenores resueltos, el Jueves Santo de 2019 gastó sus últimos pesos en la luminaria que le faltaba para toda la oficina. Como se hacía tarde para la misa, no pasó por casa a dejar todo lo que había retirado ese día para equipar la oficina. Fue directo a la parroquia y estacionó el auto en la esquina. Todo estaba en el baúl y no había dejado nada a la vista -algo que desde pequeña había aprendido de la mano de su papá- cuando salió de la misa se encontró con el vidrio roto. Los ladrones se habían llevado absolutamente todo.
Cuando la policía llegó, le explicó que esa zona era tierra de nadie y que era normal que cortasen la alarma para luego robar. Así nadie se daba cuenta. “Después de ese episodio no me pude recuperar más. Ni económica, ni emocionalmente, a tal punto que me inmunodeprimí. Desistí de todo, de mi profesión, de dar clases (ad honórem), de colaborar en el colegio de martilleros, de viajar a las delegaciones y dar capacitaciones, de alquilar propiedades. Estaba muy desilusionada”.
La familia a cuestas
Su marido se puso la familia al hombro. Comenzó a trabajar más horas, a tomar más guardias de turno noche y, además, se ocupó de que Antonella atravesara el mal momento de la mejor manera posible. “Me tuvieron que operar por algo que venía acarreando hacía muchos años producto de una mala praxis y el estrés fue mayor. Y, como nunca habíamos podido tener una luna de miel -a mi papá le había dado un ACV a la salida de nuestro casamiento- mi marido decidió que para cuando yo concluyera con mi rehabilitación de cuatro meses, viajáramos 15 días a España para que yo conociera, de paso por Francia, la Torre Eiffel que había sido mi sueño…..”.
La cirugía hizo que Antonella se replanteara la vida que estaba llevando. Cuando entró al quirófano se preguntó qué había hecho en esos 33 años y la respuesta fue contundente: trabajar, estudiar, intentar ser mejor cada día, pero siempre corriendo detrás de la zanahoria. “Me prometí que si salía viva, empezaría a hacer cosas que me gustaran y mi objetivo sería disfrutar más la vida. Decidí que estudiaría abogacía, que era lo que siempre había querido. Y, para sumarle sabor a la nueva etapa, mi marido y mi hijo mayor intentaban convencerme de que nos fuéramos a vivir a España”.
Cuando el matrimonio finalmente pudo concretar el viaje a España, ella aprovechó y tuvo una entrevista en una Universidad de Valencia. “Sentí que era la persona más importante del mundo al ver el reconocimiento que me daban por el currículum que tenía. Yo no podía comprender cómo en mi país no se valoraba al profesional y en España me reconocían créditos de mi carrera como martillero para poder estudiar Derecho”.
Decidió entonces que comenzaría a estudiar Derecho en la modalidad a distancia, eso no implicaba que necesitara trasladarse a España. Recuperada anímicamente y con un nuevo objetivo en vista, en octubre de 2019 se anotó como fiscal voluntaria para las elecciones presidenciales de Argentina y lo que vio allí la desilusionó por completo. “Me llevó a comprender que lamentablemente nuestra bendita Argentina nunca podrá librarse de la corrupción hasta en los escalafones más bajos de la sociedad. Ese domingo llegué muy tarde a casa, porque me quedé hasta que el empleado del correo se llevara la urna. Y le dije a mi esposo llorando desconsolada: empezá a preparar todo que nos vamos”.
Sin mirar atrás
Vendieron absolutamente todo lo que tenían. “Mi marido dejó algunos abrigos en casa de mi hermana, yo una caja con apuntes de la universidad en resguardo en la casa de un colega y amigo y muchos juguetes en la casa de mis padres. El resto lo donamos, regalamos y vendimos. No nos quedamos con nada. Partimos a España con tres valijas grandes y felices. El primer día nuestro hijo menor empezó a correr detrás de un hombre que hacía burbujas en la Plaza de la Virgen para otros niños y ahí, sin decirnos nada, nos abrazamos con mi marido y respiramos aliviados. Eso era lo que buscábamos: libertad y seguridad”.
Se mudaron a Valencia, en España, sin trabajo y con los ahorros de lo adquirido por las ventas. Pero pudieron armarse en poco tiempo. Hoy Antonella estudia Derecho y su marido consiguió empleo en el rubro de la informática. “Estoy viendo si puedo aplicar para trabajar en una panadería cuatro horas por la mañana, para poder seguir cursando mi carrera y mi amado valenciano, que también estudio dos veces por semana. Nuestros hijos van al colegio desde la mañana hasta la tarde. Mi título quedó enrollado y soy feliz de que perdí en poder adquisitivo pero gane en calidad de vida. ¡En mi balanza esa ecuación siempre da un resultado positivo!”.
Viven en un departamento alquilado, lograron comprarse un auto usado y aseguran que caminan tranquilos por la calle. “Nuestro hijo mayor va y viene solo al colegio, se junta con sus amigos, van al parque, anda con su celular o lleva su pelota y estamos tranquilos de que volverá sano y salvo. Yo, por mi parte, también me siento confiada. Camino sola por la calle filmando para mi cuenta de Instagram sin miedo a que un motochorro me tire violentamente para robarme. Estoy orgullosa de nosotros. Amo Argentina, pero España me ha dado en 6 meses lo que vine a buscar. Me dio seguridad, educación para mis hijos y un sistema de salud, que, a pesar de la situación de pandemia, las veces que lo necesitamos, funcionó a la perfección”. Sí, porque Antonella emprendió viaje un 31 de marzo del año pasado, cuando el mundo se detenía y nadie sabía qué pasaría.
Aunque se mantiene optimista, Antonella confiesa que expatriarse tiene sus costos. Emigrar cuesta. “Pero también pienso con mucho dolor cuando veo las noticias de Argentina cómo podía vivir de esa manera. Recordamos cuando entrábamos el auto en casa, que les decía a los niños que se sacaran el cinturón antes de frenar para poder ir corriendo adentro, dar vueltas manzanas por si algún auto nos seguía. No se puede vivir así. Eso no es vivir. Es sobrevivir. Y para personas que lo único que hacen es estudiar, perfeccionarse, inculcar valores a sus hijos, y también ser personas activas en la sociedad, sobrevivir es un costo muy alto que se debe pagar”.
Y justamente porque entiende y vive en carne propia las dificultades de expatriarse, desde su cuenta de Instagram (@cordobesaenvalencia) brinda información para emigrar de manera consciente. “Siento que ayudo de manera gratuita y desinteresada, y aunque suene loco, como forma de devolverle un poco a la sociedad argentina lo que durante tantos años me dio”.
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