Trabajó sin parar desde chico hasta que la muerte de su mejor amigo le puso un freno a su vida y tomó un nuevo rumbo.
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Tobías Del Bono tiene 25 años pero cuando empieza a hablar de su vida laboral sentís que no te dan los números. Hoy es dueño de una hamburguesería exitosa de Devoto que para fin de año tendrá su segunda sucursal.
A Tobías todos lo conocen como Toto, creció en Monte Castro y por ahí se movió siempre, de hecho su local está a media cuadra del cyber donde pasaba su adolescencia y del pasaje donde jugaba a la pelota con sus amigos. “Vengo de una familia humilde que no es pobre pero sí humilde y yo de chico siempre tuve la sensación de querer tener más cosas. Me gustaba tener tres pares de zapatillas y yo tenía uno solo y los botines, ya desde chico por ejemplo para mi comunión le pedía a mis familiares que me regalaran plata. Así pude a los 11 años comprarme una bicicleta, fui solito a la bicicletería y me la compré, me duró un mes porque me la robaron”, cuenta Toto que, a los 12, ya iba por los locales y preguntaba si necesitaban un volantero para los folletos. “Hacía los mandados y mi familia me dejaba un vuelto por hacerlos, todo iniciativa propia, nadie me obligaba a nada”, aclara.
Su vida dentro del delivery
A los 14 años empezó a hacer delivery con su bicicleta para un emprendimiento familiar de pizzas, “hacía un montón de kilómetros a la noche y quería que llegaran las pizzas bien, para eso llevaba el bolso recto y a la noche tenía el hombro inflado pero las pizzas llegaban bárbaro”, cuenta Toto que entendió desde muy chico que para triunfar había que ofrecer un servicio de excelencia.
A los 15 años acompañaba a su tío fotógrafo a los cumpleaños de 15 y él le sostenía el flash, era en Lanús lo que implicaba quedarse a dormir allá y renunciar a algunas noches de salidas con amigos de la adolescencia, pero no le importaba y trabajaba igual. Juntó tanta plata que a los 17 años se compró su primera moto financiada en parte con la tarjeta de crédito de su mamá. “Cuando hacés delivery en moto ganás más plata porque te pagan más y hacés más propinas. Así que fui a un restaurante en Devoto y arranqué solo los fines de semana. Al segundo día le dije que quería ir todos los días pero estaban los puestos cubiertos. Un día falló un chico y como yo siempre cumplía me quedé para todos los días. No me tomaba ningún franco porque estar todos los días trabajando 3 o 4 horas no es nada”, explica Toto. La plata la usaba para ahorrar y para los gastos de salidas o compras personales.
Cambio de rubro
Terminó el colegio y siguió con el delivery hasta los 19 años. Un día, uno de los vecinos que veía que Toto era un buen empleado le ofreció trabajo en la metalúrgica de su padre, “trabajé un año y medio y me encantó. Hoy puedo decir que me encantó porque fue un trabajo escuela, preparaba pedidos, controlaba la mercadería, recibía proveedores, me movía por todos lados. Fui adquiriendo experiencia y hablaba con gente más grande, de 40 años para arriba y así aprendía a relacionarme. Pude cambiar mi moto y me sentí recontra bien”, dice Toto, tanto ahorro y esfuerzo habían valido la pena.
En el medio intentó estudiar Educación Física y Derecho pero dejó, si bien hace cursos admite que quiere tener un título universitario. Toto nunca se quedó quieto y siempre quería ganar un poco más, así fue que llegó al mundo de las concesionarias de moto: “Me pusieron como empleado administrativo, era una empresa nueva que abría su primer local y no tenían bien diagramadas las líneas telefónicas. Eso generaba confusión y a veces los clientes llegaban directo a la administración, así, el primer mes vendí la misma cantidad de motos que un vendedor. Al segundo mes el gerente me mandó a trabajar en el salón, estaba feliz, era lo mío. Después pasé a otra empresa, también de venta de motos, y fui escalando. De un mes a otro pasé a ganar cuatro veces más, pero laburaba todo el día, de lunes a sábados 12 horas por día”, relata.
El golpe más duro que le tocó vivir
Julián, el mejor amigo de Toto, con el que se crio desde los 10 años, falleció, era su íntimo amigo, un hermano. “Le agarró un acv de la noche a la mañana, un pibe muy sano, no fumó ni un cigarrillo. Yo estaba laburando cuando me enteré, me pusé a llorar en ese mismo momento. Salí a la clínica y estaba lleno de gente, el pibe era muy querido, había como 50 personas. Estuvo un año y medio en coma, yo seguía trabajando con una piedra en la garganta, era día a día, un día mejoraba y otro no. Era un tipo sano, buen tipo, entrador. Cuando muere yo hago como una catarsis personal y pienso en la cantidad de tiempo de mi vida que perdí trabajando y que por ahí no lo disfruté a él, o a otros amigos o familiares, el tener más tiempo libre, irme de vacaciones. Así que lo llamé al gerente y le dije que los sábados no quería ir más, me dice que los sábados van todos, entonces renuncié”, cuenta Toto que para ese entonces tenía el tercer puesto en la empresa, estaba el dueño, el gerente y luego él como supervisor de dos sucursales con tan solo 22 años.
Decidió tomarse un año sabático, en ese entonces vivía con su abuela y tenía plata ahorrada, “necesitaba acomodar el cerebro” , dice. A los 11 meses decidió vender su auto y tomó la decisión de tener algo propio.
Puesta en marcha del local de hamburguesas
En su año sabático Toto hizo delivery para un conocido que vendía hamburguesas desde su casa, enseguida Toto vio en ese emprendimiento a puertas cerradas la oportunidad para un local. Así que le ofreció ponerlo juntos, Toto ponía la plata y el chico la marca. Aceptó: “Ese lunes a la mañana hicimos lista de precios, stock y fui a comprar todo. Cuando vuelvo me dice perdóname pero al final lo pensé bien y no quiero hacer el negocio, te doy la plata de lo que gastaste con las compras. Después me enteré que decidió hacerlo con otro que le ofreció más plata que yo”, relata Toto quien agrega que tiempo después ese chico abrió un local con otro nombre pero lo tuvo que cerrar a los tres meses.
Después de ser Toto quien registrara el nombre de la hamburguesería se puso a trabajar con un amigo a quien le propuso ser socios en la apertura del local “Fuera de Serie”. Recuerda un día en que estaba en su casa viendo la película “Hombre de poder”, al terminarla llamó a su socio y le dijo “Amigo, tenemos que hacer esto. Mi sueño personal es que la hamburguesería sea una marca nacional”.
El primer local estaba ubicado en la Av. Segurola. “Cero conocimiento en cuanto a cocinar hamburguesas. Ningún familiar mío es comerciante ni emprendedor. No nací rodeado de la cocina ni laburé nunca en un lugar de comida pero hacer esos años de delivery hizo que conociera cómo se maneja el circuito, qué es lo importante”, admite Toto. Su local es solo para delivery y take away. Hicieron entrevistas a diferentes chefs y tomaron a dos. Arrancaron con un menú de seis hamburguesas, hoy, dos años después, suman catorce y además preparan minutas.
“El nombre del local me gusta porque está relacionado con el menú, hoy está lleno de hamburgueserías pero estas son hamburguesas que son ricas de verdad, grande, son fuera de serie. Los nombres de cada hamburguesa son en base al condimento que tienen, por ejemplo la Vikingos: su slogan es “tenés que ser un guerrero para terminar está hamburguesa tan grande”. La Casa de papel es la única que tiene morrón rojo. La Stranger Things es con waffle y entonces es rara. La Breaking Bad por el queso azul y el color de las metaanfetaminas que hacían en la serie. Elite porque es de bondiola desmenuzada, es una hamburguesa cara; los Minions son las bolas de queso y son amarillas; Friends es la picada para compartir, y hasta Los Simuladores tienen su homenaje: es la 4 quesos”, detalla con entusiasmo.
La hamburguesa más vendida es la Game of Thrones, tiene dos medallones de 200grs de carne, cuatro fetas de queso, doble bacon, provoleta y huevo. “Es muy rica y el nombre acompañó también a que la gente la pida, si se llamaba de otra manera capaz no pegaba tanto”, admite.
El que mucho abarca poco aprieta
Hace dos años abrieron el primer local, como Toto venía de la escuela del delivery sabía que debía tirar todos los días 1000 folletos, así que antes de abrir tiraron 60.000 folletos por las casas del barrio. “Abrimos la persiana el primer día y teníamos una cola de quince personas. Ese día, de los cuarenta pedidos que sacamos treinta salieron mal, un desastre, yo ese día pensé ya está, me fundí”, cuenta Toto. La gente llamaba porque llevaban dos horas de demora o las hamburguesas estaban crudas.
La inauguración fue un desastre y económicamente el comienzo también lo fue: compraban las cosas mal, gastaban mucha plata, invirtieron mal. Hasta que empezó a funcionar y tuvieron que cambiarse de local. Les llegó la noticia de una hamburguesería que estaba por cerrar, la mamá de Toto les presó plata y pudieron comprar el fondo de comercio. Se negaron a pasar un solo día sin vender, así que un domingo a las doce de la noche cuando cerraron el local empezaron la mudanza con la ayuda de todos los empleados al nuevo local. Terminaron a las cuatro de la mañana, a las nueve ya estaban todos acomodando, “mientras uno hacía la instalación de gas el otro ponía un estante arriba. Todo en un mismo día. Mi socio se quedó en el local viejo y atendía los pedidos del teléfono fijo allá porque todavía no habíamos hecho el traspaso”, recuerda entre risas.
Pero en el medio pasaron cosas: un conocido les ofreció un restaurante en San Telmo para cien comensales, la única condición era que lo tenían que hacer con las dos hijas de él. Ellos ponían el local, Toto y su socio la idea. A la inauguración fueron familiares y amigos, una fiesta. Pero al día siguiente se declaró la cuarentena social y obligatoria en nuestro país, de repente se encontraron con un restaurante a estrenar sin delivery que no podían usar. Se contactaron con las apps de mensajería y empezaron a repartir folletos. Pero había algo que no cerraba, las dueñas ocultaban la información y no rendían cuentas. Los chicos no tenían nada firmado con ellas, perdieron el local y la plata que invirtieron, “Yo les armé todo el local, los empleados, puse plata, les hice todo gratis. Nunca me pagaron nada y el local sigue estando”, cuenta Toto.
A los meses su vecino y proveedor de quesos le cuenta que tenía un local cerrado en Av. Jonte y se lo ofrece en alquiler. “Es lo peor que hice. No me hicieron caso ni mi socio ni la community manager que era recibida de Marketing. Yo quería abrir un segundo “Fuera de serie”, pero ellos propusieron abrir nuestra propia competencia, una hamburguesería que se llamaba “Mandale cumbia” y los nombres de las hamburguesas eran todos nombres de canciones de cumbia. Una estupidez más grande que una casa. A los tres meses nos fundimos”, dice Toto.
Toda una vida por delante
Los proyectos son muchos. En pareja hace dos años y medio con Virginia y padres de Vita hace un año y tres meses, en diciembre Toto se separó de su socio que decidió tomar otro camino y le vendió su parte: “es lo mejor que hice en mi vida, la mejor decisión que tomé”, asegura.
Considera que le va bien en su negocio porque es muy meticuloso y detallista: que el pan esté bien cortado, que no esté aplastado, que a los pedidos no les falte el palito antiderrumbe. Aprendió de pura intuición y dándose golpes contra la pared.
Hoy su objetivo está en abrir a fin de año un local en Villa Urquiza para poder en un futuro cercano comenzar con las franquicias.
Fue con la muerte de su mejor amigo que se dio cuenta de que tenía que tener lo suyo propio, que como empleado nunca lo iba a conseguir. Y si sigue con ese empuje y perfeccionándose no nos extrañe que en unos años veamos su marca en diferentes localidades de nuestro país.
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