Él vivía en Italia, ella en Estados Unidos, pero la curiosidad pudo más y finalmente coincidieron
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— No va más, dijo ella con un poco de timidez
— Mirame a los ojos y decime que no me querés más y te prometo que no me ves de nuevo.
Se habían conocido un verano en Punta del Este, Uruguay, mientras veraneaban con amigos. Ambos vivían en Buenos Aires, Argentina, estaban en plena etapa de juventud y no estaba en sus planes sostener un noviazgo en esas circunstancias. Pero el cariño y el amor nació entre ellos y no tuvieron más remedio que entregarse a esa conexión que los había reunido.
La relación funcionaba sin esfuerzos. Era el primer noviazgo importante para los dos jóvenes que cursaban en ese entonces estudios universitarios. E incluso tenían proyectado recibirse y dar el siguiente paso hacia el altar. Pero algo se rompió en el interior de ella -aunque José realmente nunca supo qué fue- y fue entonces que la joven optó por poner fin al vínculo.
“El mundo se me vino abajo, yo estaba convencido de que la madre (que, a diferencia de su padre, no me apreciaba demasiado) le había llenado la cabeza. Estuve mal unos meses hasta que un día, manejando por la Costanera, me pregunté si alguna vez le había fallado o mentido, entendí que no y empecé a salir del pozo”.
Le costó, pero José pudo hacerse a un lado y dar por concluida aquella historia. Poco tiempo después, se enteró de que ella se había casado y mudado a Los Ángeles, en los Estados Unidos. Allí también vivía la hermana de José. “Pasaron unos meses y descubrí que no solo entre ellas se seguían comunicando, sino que la chica intentaba mantener el nexo conmigo. Yo lo hacía por educación, pero sin compartir mayores detalles de mi vida…”.
¿De segunda mano?
Corría 1991. Con un título de médico bajo el brazo y ganas de explorar otras latitudes, José se instaló en Milán, Italia. Necesitaba un automóvil para moverse por la ciudad, de modo que todos los días compraba Secondamano. “Una vez elegidos o descartados los probables autos para ver, me quedaba el diario, que traía dos veces por semana avisos internacionales de todo tipo. Un día leí uno de Los Ángeles que decía: Joven, bonita, inteligente, busca… y le respondí diciéndole que si tenía tantas virtudes, tendría que tener una cola de dos cuadras de candidatos en la puerta de su casa y no poner un aviso en Secondamano”.
La señorita en cuestión recibió de buena manera el audaz comentario del argentino y pronto comenzaron a dialogar por teléfono. Las charlas eran cada vez más extensas. Acordaron encontrarse en París, Francia, para conocerse personalmente. Pasó el tiempo estipulado. “Saqué pasaje, la llamé el día anterior y entendí que estaba teniendo algo con alguien en París, así que colgué el teléfono, devolví el pasaje y no fui”.
Meses más tarde retomaron el contacto. Por ese entonces José vivía en Galicia, España, siempre intentando crecer en su profesión. Volvieron a hablar, lo hicieron por horas y horas (aún no existía Internet). Hasta que él no aguantó más las ganas de conocerla y viajó de sorpresa hasta su casa. Cuando llegó, ella no se animó a abrir la puerta y conversaron allí más de media hora. “Terminamos haciendo el amor de forma apasionada. Viajé varias veces ese año, desde Galicia hasta Los Ángeles”.
Aunque ya a esa altura de su vida, José era un hombre de mundo, jamás había vivido un romance tan apasionado como ese que estaba descubriendo. “Los americanos son completamente diferentes a nosotros. Para empezar, en compartir las cosas íntimas: nosotros podemos preguntarle (o responderle) a un desconocido cosas íntimas y los yanquis son completamente diferentes. Por otra parte, ella era hija de padres separados y eso la marcó mucho. Ella era muy sensible, inteligente, ávida de nuevas experiencias y culturas, muy buena persona”.
Aunque todo marchaba sobre rieles entre ellos, había un detalle que los distanciaba. “Ella sentía que no estaba en condiciones de soportar el peso emocional que implicaba tener una familia, lo que más quería yo. La distancia tampoco ayudó. No había internet y la comunicación se hacía realmente difícil para sostener una relación de esa forma. Terminamos por teléfono, me vine a vivir a Buenos Aires y no supe casi más nada de ella. Mientras tanto, las relaciones me siguen sorprendiendo. A la argentina no hay manera de convencerla de que deje de contactarme. Supongo -y me llama un poco la atención- que hay algo de culpa por haberme dejado, pero imagino también, que la vida que tiene ahora es bastante diferente de lo que supimos tener nosotros en su momento”.
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