Fue amor a primera vista con aquel edificio del 1500; pero no imaginaba lo que encontraría cuando cumplió su sueño de ser el dueño de un castillo.
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Confiesa que desde pequeño tuvo el don de hacer de cada objeto, situación o espacio que conocía algo bello y memorable. Criado entre adultos en Goya, la segunda ciudad más poblada de la provincia de Corrientes, fue el más pequeño de una familia numerosa. Tiene recuerdos de una infancia libre, en un barrio donde las puertas no se cerraban con llave y los chicos entraban a las casas de los vecinos sin pedir permiso.
“Goya tiene una arquitectura muy bonita. Había casas que me llamaban la atención. Pero en realidad no era el diseño en sí de la propiedad, sino la forma en que yo imaginaba que se la podía vivir. Me paraba detrás de las rejas que daban a los jardines y proyectaba situaciones. Mi mamá dejó de llevarme a las reuniones con sus amigas porque yo husmeaba cada rincón, abría las alacenas, eso me encantaba. Lo hacía para ver cómo vivía la gente, siempre me interesó la vida detrás de las paredes de una casa con mucha gente”, recuerda Oscar Rinaldi (42).
Cuando Cupido llegó a Buenos Aires
Quizás esa fue la razón por la que, años más tarde, dejó la ciudad natal para mudarse a Buenos Aires e inscribirse en la Facultad de Arquitectura y estudiar lo que él consideraba la madre de las artes. Auto-percibido como un estudiante crónico, dos años después se animó finalmente a seguir los consejos de una amiga que vivía en Milán, Italia, para formarse como diseñador de moda en aquella urbe europea. Fue en ese contexto que se cruzó con Jeff, su actual pareja, que estaba de vacaciones en Buenos Aires. Se conocieron un 14 de febrero en una sala de chat y la química entre ellos surgió de inmediato.
Pasaron varias semanas juntos hasta que Jeff regresó a los Estados Unidos. Y decidieron probar cómo funcionaba la convivencia en un viaje a Europa: visitaron Londres, Escocia, Roma y otras ciudades. “Hasta que se me terminó el dinero. Yo me había gastado todo lo que había ahorrado para viajar a Milán en hacerme el regio con mi nuevo novio. Pero todo fluía entre nosotros de modo que decidí regresar a la Argentina, embalar mi departamento sobre la calle Arenales, y mandar todo al campo de un amigo con el siguiente pedido: si para fin de año no vuelvo, por favor, mandá todos estos muebles a la casa de mis padres en Goya”. Así fue que en agosto de 2006 Oscar dejó definitivamente el país y no regresó hasta febrero de 2009, cuando falleció su madre.
En mayo del 2008 se casaron en una casa de playa en Province Town, Massachusetts, y ese verano se mudaron a Londres. Oscar se inscribió en el London College of Fashion y consiguió trabajo como vidrierista en un negocio de cocina muy tradicional de Londres. Un par de años más tarde logró entrar como aprendiz en Gieves and Hawkes, una de las sastrerías más importantes en Savile Row. “Estuve en ese mercado durante cuatro años, descubrí un mundo que no sabía que existía y que me fascinó. También trabajé en la legendaria tienda Henry Poole. Durante todo ese tiempo había creado mi marca de corbatas de moño, O-Time, y tenía la idea de desarrollarla ampliando la oferta con nuevos diseños”.
Familia numerosa: un nuevo sueño por cumplir
Los proyectos personales fueron el nuevo puntapié para un cambio de vida. Con muchos viajes a distintos lugares del mundo y casa propia en Londres, el nuevo sueño era ampliar la familia. “Lo más duro de ese proceso fue la espera para adoptar. Nuestra vida era demasiado linda y nos faltaba un poco de caos, la adopción era el medio para convertir ese deseo en realidad. Tuvimos que hacer un curso y dar detalles de nuestra dinámica familiar. Teníamos claro que queríamos adoptar hermanos por una simple razón: los grupos o los hermanos son más difíciles de adoptar, no todo el mundo puede darse esa posibilidad, pero nosotros sí estábamos en condiciones de hacerlo. Teníamos el tiempo, las ganas y, en ese entonces, también pensábamos que teníamos la energía para llevarlo adelante”. Sin embargo, ese deseo iba a tener que esperar.
Con un proceso de adopción frustrado, en ese contexto, Jeff y Oscar sintieron que debían hacer una pausa para recobrar fuerzas. “Después de ese momento, decidimos ir a Francia unos días porque nos pesaba mucho estar en la casa que habíamos pensado y equipado para compartir con los chicos. En el viaje, en medio de la campiña, conocimos el castillo de Belebat, fue amor a primera vista con aquella construcción. De entrada sentí que esa era mi casa, mi lugar en el mundo”.
Belebat es un castillo ubicado en Assay, población y comuna francesa, situada en la región de Centro, departamento de Indre y Loira. Perteneció a la aristocracia hasta la revolución francesa, después pasó por distintas familias y situaciones, hasta que una inmobiliaria vendió la propiedad a la familia Rinaldi Zeidman. El castillo es del siglo XVI y las dependencias de la primera mitad del siglo XVII. Uno de los dueños, que trabajaba la tierra alrededor de la dependencia principal, decidió separarlas. Así quedó divida en Chateau y Granja Belebat. Cuando Jeff y Oscar finalmente compraron el castillo, volvieron a unir la propiedad que había estado separada por 200 años.
El 14 de julio de 2016, dos semanas antes de la mudanza a Francia y mientras Jeff negociaba los detalles económicos de la mudanza, llegó la llamada que volvería a cambiar los planes: “Encontré a los niños. Tienen 1, 2 y 3 años”, les dijo la asistente social que se encargaba de su caso. Después de una reunión con médicos y otros profesionales, el matrimonio se dio cuenta de que aquellos niños eran sus hijos y que todo lo que habían pasado era lo que tenía que suceder para prepararse y recibirlos a ellos. Confiaron en su instinto y avanzaron con esa adopción.
Tres hijos y un castillo incendiado
“Cuando nos mudamos a Belebat, teníamos tres chiquitos con un pasado triste. Roman tenía 3 años y no hablaba, Leighton de 2 balbuceaba y James de 1 año era una bola feliz. Hacía ocho meses que estaban con nosotros y no entendían qué estaba pasando. Todavía no hablaban inglés y ya los estábamos introduciendo en otro idioma. El castillo estaba en ruinas por donde se mirara. Veníamos de nuestra casa en Londres, que era toda blanca, limpia, inmaculada, confortable, tenía calefacción y ayuda con las tareas de la casa y llegamos a un lugar lleno de piedras, con todas las ventanas rotas, sin electricidad ni baño”.
Los primeros meses se acomodaron en una suerte de galpón anexo al edificio principal, conocido como Hunting Lodge. Y dos años más tarde se mudaron a la casa de la granja. El castillo había tenido un incendio en 2003 y había estado abandonado desde entonces, hasta que Jeff y Oscar lo compraron. Por supuesto, aunque actualmente no tiene electricidad, ni puertas, ni plomería, ni es habitable, tendrá 6 habitaciones, 6 baños, un family room amplio, comedor y dos cocinas. Primero hay que restaurar otras dependencias, que están en peor estado, pero que el matrimonio planea convertir en espacio para huéspedes en un futuro y obtener un ingreso de allí.
“Pero de a poco todos lo vamos sintiendo como nuestro hogar. Los chicos ya se adaptaron, van al colegio y tienen un lindo grupo de amigos. Aquí las casas no tienen llave, no hay peligro y eso me recuerda muchísimo a mi infancia en Goya. Nuestros vecinitos entran sin golpear para jugar y para nosotros es un placer recibirlos. Llevamos una vida muy linda”.
El castillo, construido en 1500, perteneció a una familia aristocrática muy adinerada. De apellido Poirrer, solo ellos habitaban el castillo, en tanto que los edificios contiguos hacían las veces de panadería, granja, cava, lavandería, establos, y allí también vivía el personal que los servía. La construcción de estas dependencias datan del 1600. Hay registros que evidencian que aquella familia tenía dos hijos que les habían sido dados (tal cual figura en las actas de la época) y el mayor de ellos se convirtió en mosquetero de Luis XIII y su hermano en el guardaespaldas de Ana de Austria cuando pasó a ser reina de Austria. “Por eso nosotros fantaseamos con la idea de que fueron adoptados y de que esta casa era para nosotros y nuestros pequeños tres mosqueteros, que la vida nos dio la dicha de conocer”.
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