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Viajero incansable, desde pequeño se sintió atraído por conocer el mundo. Ciudades, pueblos, localidades vecinas o no tanto. Cualquier destino que estuviera a su alcance era una buena oportunidad para hacer dedo y explorar rincones desconocidos. Sí, porque en los noventa, cuando Marcelo Azulay estaba en plena juventud, la práctica todavía era común. “Fue en enero de 1999 que todo empezó. Con 20 años y mientras pasaba el rato con amigos en un bodegón de Rosario, la ciudad donde me crié, surgió la idea de hacer un largo viaje con Cancún, en Méjico, como punto de partida para dar comienzo a la aventura. Me obsesioné con ese viaje, así que trabajé y ahorré para sacar el pasaje. Cumplí 21 años en agosto y en noviembre me fui solo sin mirar atrás”.
A la distancia, reconoce que esa experiencia fue la mayor prueba y aprendizaje de su vida. había reservado algunas noches en un hostal en la playa. Los primeros días fueron a pura adrenalina, había mucho por descubrir. Pero, cuando se terminó el dinero, comenzaron los problemas. “Pasé tres días sin comer, compraba cigarrillos sin filtro y fumaba bastante para que no me diera hambre. El cuarto día fue clave: estuve a punto de llamar a casa para que me mandaran el pasaje de regreso. Con el teléfono publico en la mano, pensé: si volvía así iba a ser siempre un perdedor. Decidido, fui al hostal y tomé prestada una guitarra del lugar. Así empecé a tocar en los colectivos algunos temas de Soda Stereo y Los Fabulosos Cadillacs, que la gente conocía”.
Animarse a mostrar su talento, aunque fuera a un público pequeño, le sirvió para poder hacer un poco de dinero durante el día y comprar, al menos, algo de comida. Pero no era lo que buscaba. No se dio por vencido. Armó un pequeño show con una cuota interesante de humor argentino e invitaba a los pasajeros del bus a cantar y participar. Hasta que una mañana alguien lo vio y le sugirió que se presentara en alguno de los tantos hoteles que había en la ciudad para trabajar en el sector del entretenimiento.
¿La pinta era lo de menos? “Yo tenía pelo largo, barba, aritos, ropa rota y la realidad era que no me aceptaban en los hoteles por la imagen. Pero esa persona me recomendó en un hotel donde veían un poco más allá de lo superficial y, luego de la entrevista, me aceptaron y comencé a trabajar”.
Fue el Crown Paradise de Cancún donde dio sus primeros pero firmes pasos. En tan solo dos años llegó a ser Jefe de Animación Hotelera y desde ese momento nunca se detuvo. El siguiente desafío fue aventurarse en el mundo de los cruceros. Allí trabajó como staff a cargo del entretenimiento, las relaciones públicas, la organización de eventos y algunos shows. Nuevamente, con trabajo responsable y compromiso, logró escalar hasta el puesto de Director de Crucero.
Afortunado en el juego.....
Pero no todo era trabajo y obligaciones. No en esta nueva etapa de su vida. Fue en uno de los tantos cruceros donde trabajó que conoció a una bailarina que lo cautivó por completo. Oriunda de Canadá, había llegado al crucero como parte del cuerpo de baile de la empresa. La conexión fue inmediata y se enamoraron al instante. Brandie hizo que Marcelo comenzara a pensar su futuro en una forma distinta. Se casaron, siguieron trabajando y no pasó mucho tiempo hasta que decidieron que era un buen momento para agrandar la familia. Playa del Carmen recibió a su primer hijo y, allí instalados, comenzaron a evaluar la posibilidad de dejar el calor del Caribe para echar raíces en otras tierras.
“Playa del Carmen cambió mucho desde mi llegada en 1999. Algunos cambios fueron buenos e inevitables por la evolución de un lugar tan turístico, pero, por el otro lado, la ciudad se llenó de gente y creció de golpe, también inseguridad. Con Canadá siempre en mente, un episodio no grato donde mi mujer y mi hijo se tuvieron que meter en un local porque habían quedado en medio de un tiroteo, fue el momento que nos hizo decidir que ya era hora de hacer un movimiento”.
Y allí fueron, hacia Edmonton, capital de la provincia de Alberta en Canadá, con muchas ilusiones y pocas certezas, aunque con la seguridad de contar con el apoyo de la familia de ella. “Yo sigo esperando mis papeles para trabajar; por la pandemia se atrasó todo el proceso. Mientras Brandie está trabajando algunas horas en un shopping y otras dando clases de baile. Pero como no me puedo quedar quieto, empecé con mi canal de YouTube, mostrando cómo es la vida en Canadá. Creció bastante rápido y ya estoy monetizando el negocio, no es un ingreso significativo pero aporto a la economía familiar y me mantengo ocupado”.
En su canal, Marcelo cuenta cómo es la vida en Canadá, qué tipo de trabajos se pueden buscar y muestra curiosidades de un país con costumbres muy diferentes a las argentinas, también relata los desafíos de vivir con temperaturas bajo cero y muestra cómo es la crianza de su pequeño hijo. Durante la pandemia, las visitas crecieron exponencialmente y hoy ya cuenta con más de cinco mil suscriptores, en su mayoría argentinos.
Marcelo confiesa que el frío a veces lo hace viajar de nuevo, aunque en esta etapa de su vida lo hace mentalmente. “Argentina siempre se extraña: los amigos, las costumbres, la comida especialmente. Trato de viajar y visitar cada vez que puedo, la última oportunidad fue hace un año y medio, antes de venir a Canadá. Rosario es mi lugar cuando necesito recuperar mi energía y tomar vuelo para lo que viene”.
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