Tenían su departamento en Barcelona, pero la ciudad los asfixió y buscaron un cambio radical
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Corría 2019 cuando finalmente pudieron concretar un sueño que los había mantenido en alerta hacia ya bastante tiempo. Luego de meses de organización, planificación y proyectos por cumplir, Florencia, Facundo y sus pequeños hijos, habían comenzado la maravillosa experiencia de dar la vuelta al mundo en familia. “¡Siempre nos gustó viajar! Viajamos todo lo que pudimos antes de ser padres. Y cuando tuvimos a los chicos nos dimos cuenta de que podíamos seguir viajando con ellos. Por ello, después de algunos viajes cortos, nos lanzamos a dar la vuelta al mundo para vivir experiencias juntos y tener tiempo de calidad con ellos”, recuerda Florencia Paci.
Sin embargo, cuando se encontraban en Nueva Zelanda, el Covid estalló a nivel mundial. Nueva Zelanda, como tantos otros países, cerró sus fronteras y la familia no tuvo más remedio que regresar a vivir a la granja en la que habían trabajado quince años atrás con una Working Holiday.
“La experiencia de la granja fue hermosa para los cuatro y nos marcó. Casi sin darnos cuenta comenzamos a replantearnos cómo queríamos seguir viviendo. Pero realmente el detonante fue cuando, después de varios meses aislados del mundo en una granja perdida, sin sentir el confinamiento del Covid, volvimos a nuestro departamento en Barcelona. El encierro, el cemento, la rutina nos asfixió y sentimos de inmediato que esa no era la vida que buscábamos para nosotros”.
La vida en la ciudad, lejos del deseo
En Barcelona habían vivido por más de diez años. Allí tenían departamento propio y la familia poco a poco también se había convencido de comenzar de nuevo en aquella ciudad. Incluso los hijos del matrimonio habían nacido en ese país. Pero algo se había modificado en ellos y sentían que la vida en la ciudad ya no les aportaba nada. “Veníamos de un ritmo y una conexión con la naturaleza, que al llegar a la ciudad nos generó un fuerte impacto. El cemento, el correr innecesario, el shopping repleto de gente comprando cosas que no necesitaba. Eso nos hizo confirmar algo que veníamos analizando. Queríamos que nuestros hijos crecieran en otro entorno. Y que valoraran otras cosas”.
Contaban con una cierta ventaja para ir tras su sueño. Hacía unos pocos años habían comprado, con mucho esfuerzo, un terreno a dos horas de Barcelona, en la Ribera del Ebro, en la provincia de Tarragona. Lo habían adquirido ya en ese momento con la idea de que los chicos tuvieran contacto con la naturaleza.
Sin embargo, las obligaciones diarias, el trajín de la vida en la ciudad y las largas jornadas laborales habían hecho que no lo visitaran en todo ese tiempo. Y ahora había llegado el momento de hacerlo. Y, en una charla con mates de por medio -las mejores decisiones siempre las habían tomado de esa forma- decidieron cerrar todos sus asuntos en la ciudad y lanzarse a la aventura. Sin pensarlo.
Llena de ratones, sin luz, ni agua y perdida en el monte
El terreno, que tiene dos hectáreas y una casa de 70 m2 se lo habían comprado a una pareja de ingleses a muy buen precio. La realidad era que la propiedad estaba realmente venida abajo y había que hacer muchas reformas para poder instalarse allí. La casa era muy humilde, sin electricidad, sin agua, con un acceso horroroso, perdida en el monte, pero con mucho potencial. Con 50 olivos, 20 almendros y mucho lugar para huerto.
“El techo prácticamente había que hacerlo nuevo (por ahora vamos poniendo parches). Toda la casa estaba repleta de ratones que se comieron todo lo que pudieron. No había conexión de electricidad ni agua, ni lugar para cocinar. La basura flotaba por donde miraras y la hierba estaba crecida en exceso. Los primeros días fueron bastante duros. La casa inhabitable, entre ratones, goteras y demás. Por eso nos compramos una pequeña caravana vieja, y nos fuimos a vivir los cuatro ahí, mientras arreglábamos la casa, de a poco. Todo esto sin tener la menor idea de construcción. YouTube fue nuestro maestro”.
Durante esos primeros meses, mientras avanzaban en la restauración de la casa, bajaban al pueblo a buscar agua para ducharse. Y lo hacían a la vieja usanza: calentaban agua y se mojaban con tazas. También aprovechaban la bajada al pueblo para cargar los celulares en los bares que se los permitían.
El problema mayor fue el frío. Por la noche, las temperaturas eran bajo cero y las paredes de la caravana, casi de cartón, no servían como aislantes. “Pero nos abrigábamos bien y nos dormíamos a las 8 p.m. Luego lo complicado era el espacio reducido. Pero íbamos solo a dormir, ya que durante el día estábamos trabajando a full limpiando la casa. Estuvimos unos dos meses en la caravana”.
Paneles solares, un gato y el sueño de la huerta propia
Es cierto que en algún momento Florencia pensó seriamente en pegar la vuelta y regresar a la comodidad de su departamento en el centro de Barcelona. Pero lentamente comenzaron a notar los avances y a mostrarlo en sus redes @aroundtheplanet2020. Instalaron paneles solares. Lograron que les llegara agua desde el río y hacia la finca -aunque no de noviembre a marzo porque en esa época las cañerías se congelan-. También adoptaron un gato para que ahuyentara a los ratones. Y luego llegaron las gallinas, el armado del huerto, la plantación de varios árboles frutales y otros detalles más que le fueron dando forma a la vivienda con la que habían soñado.
La mayoría de los muebles y objetos con los que decoraron la casa son de segunda mano, otras recicladas. Quieren tener lo mínimo necesario. Lo poco que haya que sea útil. “Y los arreglos los fuimos aprendiendo viendo tutoriales de YouTube, ya que no teníamos ni idea ni de hacer cemento”.
Hoy, cuatro meses después, ya viven en la casa, los chicos van al colegio del pueblo y aseguran que no pueden estar mas felices con el cambio. “Nuestro proyecto aquí es ser autosuficientes y dejando la menor huella posible en el planeta. Estamos aprendiendo todo desde cero. Viviendo el proceso desde la semilla. Nuestro hijo mas pequeño se hizo experto en plantas aromáticas. Y realmente la idea es disfrutar, vivir con menos pero más llenos de vida y experiencias. La ciudad te lleva a querer más, comprar más, gastar más. Creemos que muchas familias se pueden unir al cambio de vivir más con menos. De ser autosostenibles. Atreverse al cambio. Confiar en uno, en la familia”.
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