Enseguida se ocupa de que el team de ¡Hola! Argentina que acaba de llegar a su piso de Recoleta –al que se mudó hace sólo dos meses con su pareja desde hace diez años, Federico Di Pasquale (48, abogado, padre de dos hijos)– se sienta como en casa. "¿Algo para tomar: té, café, mate? ¿Alguien quiere comer algo?", pregunta Silvia Pérez (64), que por estos días sumó a sus dos programas de radio la obra Delirio de amor, todos los sábados en el Teatro de la Comedia. Silvia reúne a muchas mujeres en una: la diosa que impactó con sus curvas en los 80 de la mano de Alberto Olmedo en televisión, la que viajó trece veces a India y conoció a Sai Baba, la que es instructora de yoga, la que escribió cuatro libros… Pero también la que tuvo que luchar con las inseguridades y los prejuicios.
–Fuiste Miss 7 Días y Miss Argentina, pero decís que te costaba mucho verte linda.
–Tenía 18 años y era muy insegura, con una bajísima autoestima, nunca me arreglaba ni me maquillaba. Somos tres hermanas –yo soy la del medio– criadas a la antigua. Me acuerdo que cuando me encontré con las otras concursantes que decían cosas como "no tomemos jugo de naranja porque nos hincha", yo sentía que sinceramente venía de otro mundo. Mi madre nos daba mucho de comer, tomábamos el té con sándwiches enormes… [Se ríe]. Y después de haber ganado, si bien tenía la satisfacción de verme en las tapas de las revistas y empezar a estudiar para ser modelo, siempre me sentía como tironeada, incómoda…
–¿Por qué?
–Era un mundo donde todo era para el afuera y empecé a luchar para demostrar que también era inteligente. Tenía una persecuta con eso. Estudiaba arquitectura, profesorado de inglés, trabajaba en un colegio y de golpe era modelo. Necesitaba demostrar que podía hacer algo más que desfilar y posar. Hasta que, a mediado de los 70, llegó Carlos Basurto y me convocó para actuar. Cuando pisé Canal 13, me di cuenta de que quería ser actriz y que era algo que me fascinaba. Y ahí emprendí otro camino que siempre estuvo marcado porque fui Miss 7 Días y después "chica Olmedo".
–¿Esos títulos se volvieron un peso?
–Totalmente. Además, en mi casa paterna había mucho prejuicio con ser actriz, era sinónimo de "rapidita". Siempre me costó mucho todo lo mío, pero salí airosa.
–¿Perdonaste a tus padres por eso?
–En realidad, a papá nunca lo juzgué porque tuvo un ACV cuando éramos chicas y le costó muchos años recuperarse. Yo lo sentía como un aliado, pero era mamá la que mandaba en casa. Con ella tuve una relación muy difícil hasta sus últimos años, que pude reconciliarme. Podría decir que más que perdonarla, la entendí y eso fue muy valioso. Mamá murió el año pasado a los 98 años y nunca me imaginé que iba a extrañarla tanto.
–¿Cómo hiciste para no repetir ese modelo de madre cuando tuviste a Julieta [fue mamá a los 20 años, fruto de su relación con Santiago Bal]?
–Se ve que me esforcé para hacer todo lo contrario y me dediqué a full a mi hija sin dejar de trabajar –necesitaba hacerlo porque la crié sola–, me ocupé de darle mucho amor, quizás nos volvimos muy dependientes hasta hace unos años y eso no fue bueno para ninguna de las dos… Pero, sin embargo, hoy, que ella está en pareja y yo también, seguimos teniendo el mismo vínculo fuerte de siempre.
Tengo ganas de ser abuela, pero no me levanto todas las mañanas pensando en eso. Me imagino una abuela un poco obsesiva, como fui como mamá
Cuando hoy veo alguna película vieja, me digo ‘pero, che, ¡qué linda era!’. Recién a partir de los 50 empezó a gustarme más quién y cómo soy
NUEVOS TIEMPOS PARA EL AMOR
–¿Tuviste muchos hombres en tu vida?
–Muchísimos. Relaciones estables y duraderas debo haber tenido tres, pero salí con muchos hombres. Siempre me costó mucho enamorarme.
–¿Sentís que quisiste más o que te han querido más?
–Que me han querido más… Yo era la que dejaba. Había un tiempo donde todo estaba bueno, había mucha pasión y enamoramiento, y después se me diluía. Algunas veces me crucé con hombres que no querían que yo trabajara y con eso nunca voy a transar.
–¿Qué pasó con la llegada de Federico, tu actual pareja?
–Porque duramos tanto, ¿decís? [Se ríe]. Hay un detalle que no sabés y es que nos separamos muchas veces durante estos diez años. Hace dos meses nos mudamos a este departamento –es la primera vez que convivimos– justo cuando todas mis amigas dicen que a esta edad lo mejor es una relación cama afuera. [Se ríe a carcajadas]. No tengo dudas de que mi pareja con Fede es la relación con la que más he aprendido y como ya estoy grande, eso me juega a favor para comprender muchas situaciones… Igualmente, él es mucho más chico que yo.
–¿Cuántos años le llevás?
–Dieciséis. Cuando empezamos a salir sus hijos eran muy chicos, ahora tienen 12 y 15. Tengo una relación maravillosa con los chicos y eso me da mucha felicidad.
–¿Tenés ganas de ser abuela?
–Sí, pero no es que me levanto todas las mañanas pensando en eso. Me imagino una abuela un poco obsesiva, como fui como mamá, quizás más medida que con mi hija. Y con una particular forma de relacionarme con los niños. Una de mis hermanas es abuela –tiene dos nietos– y vive para ellos, pero yo tengo una vida muy activa que quiero seguir teniendo. Obviamente voy a querer estar con ellos, pero les doy mucha importancia a mis momentos personales –mis horas de yoga, el tiempo para meditar– porque son los que me nutren para estar bien. Hay muchas cosas que no estoy dispuesta a perder.
En los 80, cuando estaba rodeada de mucha gente del elenco que tomaba droga, me hice adicta a la gimnasia como para contrarrestar
AQUEL TIEMPO PASADO, ¿FUE MEJOR?
–Hace un rato dijiste que ser una "chica Olmedo" había sido un peso. ¿En qué momento dejó de serlo?
–Me di cuenta de que voy a seguir siendo una "chica Olmedo" hasta el fin de mis días, pero dejó de ser un peso cuando entendí que fue un privilegio haber transitado todo lo que viví al lado del Negro. Fue parte de mi vida y su muerte fue una inflexión para mí, donde me pregunté para qué vivo, qué es la fama, qué estoy haciendo, cómo es mi profesión… Sí es cierto que estuve enojada con el medio porque durante muchos años estuve asociada a él y nadie me quería dar trabajo. En ese tiempo me dediqué a escribir, a viajar a India, a hacer videos de gimnasia y yoga hasta que me di cuenta de que necesitaba volver a trabajar como actriz porque esa era mi verdadera profesión. Entonces empecé a tomar clases con grandes profesores de teatro. Al mismo tiempo apareció gente joven en el camino que creyeron en mí sin la mirada del prejuicio: la directora Anahí Berneri, Damián Szifrón y Sebastián Ortega, entre otros, que me convocaron para actuar.
–¿Te aburre o te molesta que te pregunten sobre tu romance con Alberto Olmedo?
–Me hincha y me molesta. Después de treinta y tres años, ¿la gente va a querer saber si salí o no con el Negro o dónde estaba yo la noche que murió? Quizás a algunos les puede interesar, pero me gustaría más que nos eduquemos y nos preguntemos qué fue lo que le pasó a Olmedo: me parece más interesante hablar de algo más profundo e íntimo como es el sentido de la existencia y no la cosa chismosa. Se suponía que él tenía todo para ser feliz y no lo era.
–¿Alguna vez sufriste una situación de acoso en tu trabajo?
–De un programa me echó el autor y productor porque no quise tener sexo con él, de una novela también me dejaron afuera porque no transé con el protagonista… No me interesa dar nombres ahora porque en mi caso –más allá de que fueron momentos feos– me sirvieron para salir a buscar otras opciones y caminos laborales.
–¿Qué no volverías a hacer?
–En mi vida personal, no volver a contestarles mal a papá y a mamá como alguna vez lo hice… Cada vez que me acuerdo me agarra una angustia tremenda. Laboralmente, hoy no haría Playboy, pero no me arrepiento de haberlo hecho. Hice muchas películas que eran productos que salían de la televisión y quizás por estar metida en la vorágine, no me paraba a seleccionar un poco más lo que hacía. Me hubiera gustado poder estudiar más obras de teatro, haber generado un grupo de teatro…
–¿Por qué estaba impulsada esa vorágine?
–Sobre todas las cosas por necesidad. Crie sola a mi hija, le di la mejor educación, viajamos mucho juntas.
–¿Qué significa la fama?
–Es una palabra inventada por algunos para engañar al verdadero ser. En una época de tanto éxito y público como cuando hacíamos teatro con el Negro, que cada una de nosotras teníamos un guardaespalda y nos tenían que sacar de la sala con un patrullero por la cantidad de gente que nos esperaba a la salida, nunca me creí todo ese show, siempre entendí que yo era una laburante. Creerse la fama hace daño y quien se deja guiar sólo por eso debe sufrir un montón. El reconocimiento de la gente me gusta mucho, pero eso es otra cosa.
–¿Tuviste alguna adicción?
–Hacer gimnasia. En los 80, cuando estaba rodeada de mucha gente del elenco que tomaba droga, creo que me debe haber agarrado un brote de miedo y –si bien yo siempre fui una persona muy sana– en ese momento me hice adicta a la gimnasia como para contrarrestar. Hace cuarenta y un años que soy vegetariana y llevo un año haciendo fit-boxing. Pegarle a la bolsa es una gran descarga.
–¿Cómo te imaginás dentro de veinte años?
–O sea que tendría 84…Me imagino ridículamente vital, no sé si haciendo fit-boxing, pero corriendo y haciendo gimnasia seguro. Ojalá pueda seguir trabajando y claramente, compartiendo muchos momentos con mis seres queridos. –Para terminar, ¿a los 64 finalmente te ves linda? –En realidad, cuando hoy veo alguna película vieja, me digo "pero, che, ¡qué linda era!". Recién a partir de los 50, empezó a gustarme más quién y cómo soy.
Producción: Consuelo Sánchez. Maquillaje y peinado: Joaquina Espinola. Agradecimientos: Giesso, Le Porte, Aldo by Grimoldi y Calvin Klein
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