Siempre rinde Nueva York
Clásico navideño como pocos en el mundo, en sus jugueterías puede iniciarse un viaje de fantasía, especialmente para niños, hasta las casas iluminadas de Brooklyn
Lleva un año entero esperando por esa noche mágica. De tanto en tanto, mira hacia arriba para encontrarlo entre los rascacielos, allá en la noche oscura. Todavía no es la hora, le dicen los padres que la acarician y le dan besos para curarle la ansiedad. Entonces, Camilla deja de buscar con los ojos inocentes al trineo volador del viejo Santa y acaricia el oso de peluche que le acaban de comprar en Build A Bear. Sin dudarlo, lo ha bautizado Rudolf, como el reno navideño.
Camilla tiene seis años y vive en Nueva York. A pesar del frío intenso que le congela la cara, sus padres la han sacado a caminar por las calles de la ciudad. Es 24 de diciembre y todos los rincones se visten con imágenes que anuncian la llegada inminente de la Navidad. Hay ángeles de luces parpadeantes en el Rockefeller Center, cascanueces de cartón piedra a lo largo de la Columbus Avenue, casas hechas de pan de jengibre en las pastelerías del Upper East Side, cientos de personas que patinan sobre el hielo en Central Park, una larga hilera de gente que aguarda para entrar a ver el clásico espectáculo de las Rockettes en Radio City, juegos de rayos láser en la terminal Grand Central, un enorme árbol vestido de guirnaldas en Bryant Park y coros de niños que entonan villancicos en la Quinta Avenida, cerca del Guggenheim. Con su campera rosa, su gorro de lana lila y sus guantes amarillos, ella va dando pasos muy cortos mientras se maravilla con todo, agarrándose aparatosamente la cabeza con sus manos para demostrar su asombro y saludando a quienquiera que pase junto a ella. Guau, exclama frente a las vitrinas de Toys R Us, una inmensa juguetería ubicada en Times Square que está desbordada de Legos, Barbies, dinosaurios y Playmobiles. Con una voz dulce y seductora, Camilla pide entrar allí. Y otra vez, como ya han hecho en American Girl y Build A Bear, los padres la complacen. Pero esta vez no le compran nada.
Toys R Us, American Girl y Build A Bear son tres de las tiendas para niños más importantes de Nueva York. En tiempos navideños son invadidas por miles de pequeños, al igual que los tres pisos de la descomunal chocolatería que tiene M&M sobre la calle 47 o los cuatro de la legendaria juguetería Fao Schwartz en cuya puerta dan la bienvenida unos soldados que recuerdan a la guardia real del Buckingham Palace. De esas tres tiendas, Toys R Us es la más grande y cuenta en su interior con una enorme rueda de veinte metros de altura llamada Ferris Wheel a la que es posible subirse por cuatro dólares. Por su parte, American Girl y Build A Bear son dos pequeños paraísos temáticos, el primero dedicado a las muñecas y el segundo a los osos de peluche. Las muñecas de American Girl son las más deseadas de Nueva York, pueden personalizarse con anteojos, pulseras y colores de pelo para que se parezcan a su futura dueña, cuentan con una enfermería para que las reparen, con un salón de belleza para que las retoquen y hasta con un restaurante para compartir con ellas un almuerzo, una merienda o una cena. Los peluches de Build A Bear son como un sueño que se hace realidad en el que uno compra un oso y luego le va dando vida al gusto de cada niño, poniéndole un corazón, dándole su propia voz, llenándolo de goma espuma para que tenga la forma escogida, vistiéndolo de pies a cabeza y registrándolo con un documento fotografiado que certifica su nombre y su fecha de nacimiento. El de Camilla, Rudolf, es de color beige y tiene una bata roja que le llega hasta las patas.
Casas de luces
Con la llegada de la noche ha empezado a nevar en Nueva York. Son copos pequeños, que se deshacen al tocar el suelo. Luego de salir de Toys R Us, Camilla y sus padres ingresan en el subterráneo que los lleva hasta Brooklyn, cruzando el East River. Tras veinte minutos bajo tierra, descienden en una estación en la que un sujeto vestido de Santa Claus se ríe sonoramente mientras agita una campanita con su mano derecha y acaricia a un perro muy lanudo con la izquierda. El frío es cada vez más intenso y Camilla ya está cansada, por lo que abordan el primer taxi que ven en la calle. "Hasta Dyker Heights", le dice el padre al chofer. El viaje es muy corto y pronto llegan a destino.
Dyker Heights es un barrio ubicado en la esquina sudoccidental de Brooklyn. Mayoritariamente habitado por descendientes de italianos, se ha hecho famoso por la espectacularidad de las decoraciones navideñas de muchas de sus casas, especialmente las ubicadas entre las calles 83 y 86. En las noches, los frentes se iluminan por completo y lucen increíbles renos, cascanueces, estrellas, pesebres, pastores, figuras de Papá Noel, de Jesús, de la Virgen o, incluso, de Mickey o Pluto vestidos con gorros rojos de pompones blancos. Según se cuenta, esta tradición lleva casi tres décadas y hoy en día hay casas que gastan más de diez mil dólares para la ornamentación de sus frentes, que mantienen su atractiva iluminación nocturna durante todo el mes de diciembre.
Las luces consiguen reanimar a Camilla, que había empezado a quedarse dormida. La nieve ya cae con más fuerza y se amontona en los jardines de las casas, convirtiendo a cada frente en una perfecta postal navideña del Norte. La curiosidad la lleva hasta un enorme reno mecánico que mueve su cabeza junto a una puerta de madera, subiendo y bajando sus cuernos al ritmo de un villancico. De repente, el reno le habla con una voz de metal y le empieza a contar un relato de duendes que ella escucha extasiada, de la mano de sus padres. Cuando al fin termina el cuento, sale de la casa un hombre de unos sesenta años, barbado y casi calvo, que se presenta y los invita a los tres a pasar a su casa a comer unos dulces que ha preparado su mujer. Se llama Bob y su voz es la que le ha narrado la historia de los duendes a Camilla. "Hace muchos años que hago esto cuando se acerca un niño a mi casa", dice Bob mostrando un micrófono que se conecta a través de un larguísimo cable con un parlante ubicado en la boca del reno de metal. Sus hijos viven fuera de Nueva York y vendrán recién mañana, por lo que pasará sin ellos la Nochebuena. Por eso, no deja de ofrecer dulces, uno tras otro, intentando alargar la visita cuando un hermoso reloj de cucú suena desde una pared indicando que ya son las nueve de la noche. "Nos tenemos que ir porque ya es muy tarde", dicen los invitados mientras van saliendo de la casa. En la puerta, dándole un beso en la frente, Bob le desea una feliz Navidad a Camilla, que le sonríe y luego hace un último esfuerzo para mirar hacia arriba con esos ojos que se le cierran. Ya el viejo Santa debe andar volando por ahí, con su trineo repleto de regalos. Y la niña sonríe otra vez, antes de dormirse en los brazos de su padre.
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