La conoció en su juventud. Ni la estabilidad afectiva ni la distancia fueron suficientes para olvidarla.
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Cualquier excusa era buena para verla. La había conocido en 1996 cuando los dos trabajaban en un local de comidas rápidas. Su primer recuerdo lo conduce a los momentos en los que trataba de ayudarla con un novio al que ella no podía ver ya que sus padres se lo habían prohibido. Pronto se hicieron amigos y comenzaron a compartir, además de las horas laborales, todo tipo de actividades. Y, en cuanto ella rompió con aquel chico, Adrián no dudó en invitarla a salir: a cenar, al teatro, al cine, cualquier oportunidad era buena para estar con ella.
“Cada día que pasaba me enamoraba más pero no me animaba a decirlo. Ella me daba todas las señales pero yo no podía verlas. Y en 2001 un día tomé papel de la impresora y un lápiz: allí volqué todo lo que sentía por ella, más todo lo que me pasaba. Fui hasta el correo y envié esa carta. Tiré el celular que entonces tenía, ya que el solo pensarla o escucharla me dolía físicamente”.
Pasaron los años. Adrián continuó con su vida. Para 2007 estaba empleado en General Electric y una tarde recibió un mail de ella: tuvo miedo, ansiedad, transpiró frío. “Le respondí y, volviendo a casa, en la estación Constitución, en un tren abarrotado, tomé coraje y la llamé. Fue como si no hubieran pasado ni dos días. Quedamos en encontrarnos en el mismo local de comidas rápidas de Morón donde nos habíamos conocido”.
Soñar despierto
Entre ese septiembre de 2001 cuando Adrián envió la carta y mayo de 2007, la tarde que recibió el mail, habían pasado muchas cosas. Entre otras, él estaba en una relación estable y a punto de contraer matrimonio por iglesia. “Hacía un poco más de dos años yo buscaba estabilidad y mi pareja de ese momento lo mismo. Por nuestra formación familiar y personal ambos éramos católicos practicantes y participábamos de retiros. El casamiento era el camino lógico”.
Sin embargo, el mail de Mariela lo cambió todo. Entre otras cosas, ella le agradecía profundamente porque él, sin saberlo, la había ayudado en momentos críticos que había tenido que atravesar. Habían acordado encontrarse a las 19 h. Pasados quince minutos del horario estipulado, Adrián recibió un llamado:
- Me arrepiento, perdón, no puedo ir, le dijo ella con la voz entrecortada por la angustia.
Cortó la llamada y giró lentamente para regresar a su casa. Estaba devastado. “Cuando me doy vuelta en medio del salón del local, la encontré de frente mirándome con el teléfono y sonriendo. El abrazo fue eterno”.
Un lugar conocido
Fueron hasta el departamento de Mariela. Hacía poco se había mudado y todavía tenía pocos muebles. La charla fluyó, como en los viejos tiempos, sin presión, con confianza y cariño, como cuando se habían conocido y convertido en eternos confidentes. “Me contó que había estado en pareja y que esa relación, muy tóxica por cierto, la había llevado a conocer y transitar ambientes de los que se quería alejar. Con vergüenza me confesó que el ex la había involucrado en el juego y ella se había convertido en una jugadora compulsiva. También detalló los momentos difíciles que había atravesado, cuando su vida estuvo en riesgo: sin sentido, por momentos había tenido deseos de dejar este mundo. Para salir adelante se había aferrado a sus animales y la carta que yo le había enviado allá por 1999″.
Adrián quedó sin palabras. Lloraron juntos, se abrazaron fuerte contra una de las paredes de la cocina. El abrazo parecía no tener fin. Y de pronto las caricias, el contacto piel con piel, los olores y el afecto se transformaron en los besos que él recordaba con tanto cariño. Pasaron de la cocina al dormitorio. Tomaron vino, hablaron, rieron y se volvieron a abrazar en el piso sobre unos almohadones y acolchados ya que todavía no había cama. Hicieron el amor hasta el amanecer.
Esos meses, quizás fueron los más hermosos de sus vidas: cada vez que se encontraban el tiempo desaparecía. “Pero ambos habíamos transitado la vida y en muchos sentidos teníamos la necesidad de descubrir cuan compartibles éramos. Por mi parte, con todo el dolor del mundo, hablé con quien iba a ser mi futura esposa. Le conté todo. No podía seguir adelante más allá de toda la parafernalia que conlleva el casamiento y que yo ya había pagado. Fue la mejor decisión de mi vida, habría vivido una mentira que no sé hasta dónde podría haber durado”.
Lejos para estar cerca
Luego de unos meses intensos, un mediodía, mientras tomaban un café en un bar cerca de la estación de subte Pasteur, Mariela sugirió abrir la relación y tener encuentros con otras personas. “En ese momento no lo discutí, le dije que si para ella era lo mejor, no había problemas. Pasado un mes, salí con una compañera de trabajo, una cosa llevó a la otra, pero sentí que debía contarle a Mariela. Ella lo tomó bien, nunca supe leerla del todo. Pero resultó que para noviembre había vendido todo lo que tenía, había renunciado a su trabajo y se había ido a vivir a San Martin de los Andes. Un día antes de mudarse, me llamó para avisarme sobre la decisión. Quedé literalmente destruido”.
Desorientado, confundido, abandonado, Adrián sintió que debía hacer algo. Vendió los fondos de comercio que tenía, literalmente se remató todo en una semana. Puso en venta su casa. Y comenzó a viajar con frecuencia a San Martín de los Andes, solo para verla a ella. Viajaba en avión como en taxi y, lentamente, en el transcurso de cinco años fue tomando forma la decisión de dejar atrás a su familia, su hermana y madre, sus sobrinos y amistades para instalarse cerca de donde estaba su corazón. “Lo decidí una tarde, cuando me despedía de Mariela en la terminal de micros de San Martín de los Andes y me sentía desgarrado por dentro. Lloré todo el viaje casi hasta llegar a Villa la Angostura, no podía parar, ahí decidí que no podía estar lejos de ella”.
Adrián, entonces, se mudó también. Su destino fue Bariloche. Y allí comenzó de nuevo. Nunca más se volvió a enamorar. “Sé que no podría, será en la próxima vida. Mi vida ahora es la de un tipo de 45 que decidió salir del mercado. Me di cuenta de que ya me enamoré una vez, hay gente que quizás pueda enamorarse nuevamente, a mí eso no me pasa. Y no me pesa, estoy tranquilo trabajando en mi lugar en el mundo. Pienso que quizás algún día podamos cumplir la promesa que nos hicimos de viajar a Praga. No la veo desde antes de la pandemia, estamos en pausa. Nuestras vidas transcurren en paralelo al parecer. Con el tiempo tiendo a creer que el destino es como la cordillera, con senderos que nos ponen a prueba”.
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