Su mirada triste lo cautivó desde que se conocieron; el tiempo los reencontraría para sanar las heridas del pasado.
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Hasta ese momento nunca había reparado en ella. Pero esa tarde, la imagen de sus ojos llorosos le tocó profundamente el alma. Con respeto, se acercó para preguntarle qué le pasaba. Y mientras se acomodaba a su lado en el piso del patio del colegio, supo que ella estaba atravesando un mal momento en su casa. “Creo que ahí comenzó una conexión mágica y ya no nos separamos más”.
Corría mediados de 1990, los dos concurrían a la misma escuela secundaria y pronto se volvieron almas gemelas. Todos los días a la misma hora se encontraban fuera del colegio para conversar y ponerse al día. Las vacaciones de verano transcurrieron de forma rápida y lenta a la vez. Él disfrutaba intensamente cada segundo que pasaba con ella. “Con solo mirarla yo sabía lo que pensaba, cómo estaba o si necesitaba un abrazo”.
Marcha atrás y un recuerdo para siempre
Sin embargo, cuando habían comenzado quinto año algo se rompió entre ellos. “Ella me dejó de hablar. Nunca supe el motivo y lo dejé pasar. Terminamos el colegio y cada uno siguió con su vida”. Pero siempre guardó el recuerdo de su mirada triste y su risa contagiosa en lo más profundo de su corazón.
Era tal el cariño que le tenía que le había armado de forma improvisada un cuaderno con letras de canciones y poemas. Había tenido intención de entregarle aquellos textos. Pero cuando finalmente tomó coraje y se acercó a su casa para dárselo, se encontró con mucha gente en el lugar y simplemente dio marcha atrás.
“Nunca había olvidado sus ojos tristes”
Pasaron casi treinta años de aquel día. Cada uno hizo su vida, como pudo. “Una tarde vi un mensaje en Facebook. Era ella. No lo podía creer. Le pasé mi número de celular y hablamos por videollamada. En el instante en que la vi supe que no estaba bien. Nunca había olvidado sus ojos tristes y recordaba con lujo de detalle cada una de sus expresiones”.
Acordaron encontrarse. Compraron dos cafés y se sentaron a conversar en el mismo lugar donde lo habían hecho durante su adolescencia. Pasaron más de seis horas juntos, sentados, atentos a lo que el otro tenía para decir. Se dieron un abrazo que se sintió reconfortante e hizo que la tarde quedara detenida en aquel mágico instante.
Ella se había casado y tenía tres hijos. Pero la relación con su pareja no funcionaba como había imaginado y estaba haciendo los trámites para divorciarse. Por su parte, él también había contraído matrimonio y tenía hijos. Volvieron a pasar mucho tiempo juntos, como en las viejas épocas.
“En algún momento me animé a preguntarle por qué se había alejado. Ella me confesó que se había asustado. Un amigo en común le había dicho que yo estaba enamorado de ella. ¡Y ella sentía lo mismo por mí! Pero tenía miedo y eso la había frenado”.
Él no salía del asombro. Le contó que conservaba un cuaderno con poemas y letras de canciones para ella, que un día se había acercado a su casa para entregárselo, pero no se había animado. Como tenía anotada la fecha en la que había ido, se lo contó. Ella quedó boquiabierta porque ese mismo día era el que ella se casaba.
— Si te hubieras animado yo no me casaba…
¿Destinos cruzados?
Pero ya no podían volver el tiempo atrás. Ahora les tocaba hacerse cargo del presente que habían construido y soñar, quizás, con un futuro compartido. Era innegable que el destino nunca había separado sus caminos. De hecho, ninguno de los dos había dejado el barrio. Él trabaja hace más de veinte años en la misma empresa y su oficina está ubicada cerca de una plaza a la que le gusta ir con frecuencia.
“La plaza tiene unos árboles hermosos que dan sombra por la tarde. Me gusta sentarme debajo de esos árboles y mirar a una casa que queda enfrente, justo en la esquina. Siempre me atrajo algo de esa casa. Ahora sé que es de ella y comprendo que hay razones que el corazón no entiende. Tampoco vivimos tan lejos uno de otro. Su casa no está tan lejos de la mía. Vamos a los mismos comercios, bancos y demás. Pero nunca nos cruzamos”.
Nunca dieron un paso más allá de una linda amistad, aunque sus corazones les muestren un camino diferente, probablemente un poco más cercano. Actualmente ella está divorciada y él acompaña a su actual pareja mientras cursa una enfermedad. “Siempre nos respetamos. Decidimos que, quizás, en la próxima vida podremos estar juntos. Sé en lo profundo de mi corazón que ella es el amor de mi vida”. Mientras, para aliviar la pena que le produce no poder estar con ella, él se sube a su moto y viaja tan lejos como puede.
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