El 22 de abril de 1997, 80 comandos peruanos ingresaron a la residencia del embajador del Japón en Lima para rescatar a lun grupo de rehenes que llevaba 4 meses secuestrado por un comando guerrillero
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El contralmirante Carlos Tello se recibió como oficial de la Marina del Perú en 1981. La sola idea de servir a su patria, inclusive si su vida corriera riesgo, lo llenaba de ilusión. Egresó de la Escuela Naval al mismo tiempo que los grupos terroristas Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y Sendero Luminoso comenzaban a operar ya no solo en el campo, sino también en las ciudades. El día de su graduación le entregaron el clásico dúo: espada y uniforme. Pero también recibió un “accesorio” extra: una pistola reglamentaria. “No era tradición entre los marinos recibir un arma de fuego el día de su graduación. Es algo que se había implementado en los últimos tiempos por la gran cantidad de uniformados asesinados por los terroristas. Nos daban una pistola para defensa personal”, describe Tello.
Su carrera velozmente se orientó hacia la lucha antiterrorista. Para combatir el avance de las fuerzas guerrilleras, la Marina, el Ejército y la Fuerza Aérea inauguraron sus propios grupos de combate. Tello llegó a ser comandante de la Unidad de Combate Antiterrorista de la Marina.
Aún recuerda cuando recibió en Lima a sus colegas de las Fuerzas Armadas argentinas. “Vinieron para darnos una charla sobre terrorismo. Todo lo que dijeron me parecía raro y exagerado. ‘Ustedes van a pasar por este proceso’, nos advertían”, recuerda. Su impresión, así como la de sus pares, era que en el Perú eso no sucedería jamás. No con la magnitud que referían los argentinos. Pero a los pocos meses, a principio de los 80, ocurrieron los primeros atentados en zonas urbanas.
Un salto en el tiempo
En 1996, el panorama había cambiado notoriamente en Perú. Las operaciones de estos grupos guerrilleros, notoriamente debilitados en su capacidad de hacer daño, se habían replegado hacia las áreas rurales. Según las autoridades peruanas, ya no había motivos para estar con la guardia alta.
Relata Tello: “Mi unidad se iba a desactivar a fin de ese año. Pero yo era el comandante y no quería bajar la bandera. Entonces traté de hacerle entender al Estado Mayor de la Marina que debían mantenerla o, al menos, integrarla a un batallón de comandos anfibios. Ellos decían que no, de ninguna manera, que el problema del terrorismo ya había acabado y que la seguridad interior era cuestión de la policía. Pero yo estaba convencido de que el peligro continuaba. Les advertí que si bajábamos la guardia los terroristas se podrían aprovechar... Pero, de todos modos, resolvieron que la unidad se desactivaría”.
El 17 de diciembre de 1996, unos días antes de la fecha establecida para desarticular la Unidad de Combate Antiterrorista de la Marina, Tello recibió una llamada inquietante.
Esa tarde, el embajador de Japón en Perú abrió las puertas de la residencia de Morihisa Aoki, su hogar en Lima, para celebrar el nacimiento del Emperador Akihito. A la recepción asistieron congresistas, ministros, altos mandos de la Policía y las Fuerzas Armadas, empresarios y familiares del presidente peruano, que por entonces era Alberto Fujimori. Su madre y su hermano. Entre los invitados también estaba Juan Antonio Ibáñez Echeverría, cónsul argentino en Lima, hermano del periodista Pancho Ibáñez.
Luis Giampietri, ex vicepresidente de Perú, presente en aquella reunión, recuerda: “Si bien el problema del terrorismo había sido relativamente controlado, se notaba que el operativo de seguridad no era tan riguroso como en otras ocasiones”, dice a LA NACION.
Recién comenzaba la recepción cuando se escuchó una fortísima explosión y, segundos más tarde, 14 miembros del MRTA irrumpieron en la mansión. Habían llegado hasta la casa vecina escondidos dentro de una ambulancia. Armados hasta los dientes, detonaron la pared e ingresaron a la residencia del embajador. Estaban vestidos con uniformes azules y pasamontañas, llevaban fusiles, ametralladoras, lanzacohetes y una sinfonía de equipamiento militar.
Durante varios minutos reinó el caos. De inmediato, por orden de su líder, Néstor Cerpa Cartolini, los terroristas tomaron a los invitados de rehenes. Tenían más de 700 personas, de gran influencia en la sociedad peruana, retenidas.
“Los primeros invasores corrieron en silencio alrededor del jardín. Estaban tan bien uniformados y se desplazaban tan ligeros que algunos invitados creyeron que se trataba de miembros del Ejército, dispuestos a protegernos de las posibles consecuencias del supuesto coche bomba. El intenso tiroteo que se inició a los pocos segundos esfumó esas ingenuas suposiciones. Nos agachamos sin saber aún de dónde provenían las balas y, al hacerlo, vi por primera vez a un encapuchado con un pañuelo rojo y blanco que profería imprecaciones y nos amenazaba con un fusil AKM. Al observar su atuendo, supe inmediatamente que eran terroristas”, recordó Giampietri en su libro ‘Rehén por siempre’.
Recuperar al líder, como fuera
El máximo líder de la organización guerrillera, Víctor Polay, había sido capturado por la policía. El MRTA atravesaba un mal momento: perdía adeptos y sus jefes tenían pocos recursos económicos para afrontar sus campañas.
“Dos años atrás, habían planeado tomar el Congreso de la República. Pero, en esa ocasión, las Fuerzas Armadas lograron contenerlos. Ahí se desarticuló parte de su estructura y tuvieron que esperar un tiempo para encontrar una nueva oportunidad. Lo consiguieron, igual. Secuestraron a un importante empresario boliviano y cobraron un rescate de un millón de dólares. Con ese dinero compraron el armamento y los uniformes necesarios para tomar la residencia”, explica Carlos Tello.
Apenas consolidaron la invasión, los “emerretistas” (MRTA) anunciaron sus exigencias al gobierno peruano. Explica Giampietri: “Cerpa Cartolini realizó la primera de las miles de arengas que haría durante los 126 días que duraría nuestro encierro. En ella indicó que el motivo de la toma de la residencia del embajador japonés era lograr que el gobierno liberara a la totalidad de los presos del MRTA acusados de traición a la patria y terrorismo. Esta era una larga lista de más de 400 prisioneros, que incluía a diversos dirigentes, tanto encargados de la parte política como de la militar, apresados luego de intensas y meticulosas operaciones en los últimos cinco años. Entre ellos destacan el fundador del movimiento, Víctor Polay Campos, Nancy Gilvonio (la mujer de Cerpa Cartolini), Peter Cárdenas Schultz, Miguel Rincón Rincón y Castillo Petruzzi, terrorista chileno que manejaba los números de las cuentas bancarias emerretistas en el exterior”.
El gobierno peruano mantuvo firme su premisa de no negociar: “El presidente Fujimori se mantuvo estricto, siempre. Y eso que entre la lista de rehenes estaban su madre y su hermano”, dice Tello.
Durante las semanas siguientes, los captores “descomprimieron” la casa y liberaron a más de la mitad de los rehenes, con el fin de tener mayor control sobre los prisioneros. El 20 de diciembre de 1996, 38 rehenes fueron liberados. El 22 de diciembre, 255 personas más volvieron a sus casas. Y el 28 de diciembre de 1996, otras 20 fueron puestas en libertad.
Pero un gran número de inocentes permaneció allí. “Tuve miedo desde el primer momento. Creo que hay que estar loco para no tener miedo viviendo ante la boca de un fusil. Los emerretistas no ejercieron violencia física sobre nosotros, pero sí psicológica”, dijo el cónsul argentino Ibáñez en una entrevista que le concedió a LA NACION en agosto de 1997.
“La residencia estaba atiborrada, de manera que dormíamos en el suelo. La situación se complicó al acabarse la luz y el agua, pero la Cruz Roja comenzó a operar casi de inmediato. Cada dos días traía mudas de ropa y agua en bidones, que repartíamos a razón de medio litro por persona para toda necesidad”, agregó Ibáñez.
-¿Conversaban con ellos a lo largo de los días?
-Sí, pero no querían profundizar. Sólo admitían diálogos superficiales.
-¿Cree que eran ideológicamente sólidos?
-Existía una gran diferencia entre los jefes y la tropa. Los que estaban al mando daban sensación de seguridad y convencimiento, pero el resto parecía estar allí por razones más emotivas que ideológicas. Además, eran muy jóvenes. Algunos no tenían más de quince o dieciséis años y se limitaban a obedecer ciegamente lo que les ordenaban los otros. En ese sentido, había un verticalismo absoluto.
Las negociaciones
El gobierno de Perú les ofreció a los emerretistas una posible salida. Existía la chance de que viajasen exiliados a Cuba, a cambio de que abandonaran la toma de rehenes. Al mismo tiempo, las fuerzas armadas estudiaban distintas maneras de ingresar a la residencia y rescatar a los rehenes por la vía militar.
“A fines de enero, Santiago Fujimori, hermano del presidente, viajó a Cuba con el encargo de pedirle a Fidel Castro que aceptara la posibilidad de dar asilo al comando emerretista de la residencia del embajador japonés. Sin embargo, luego de una reunión de tres horas, Castro respondió que solamente podría recibir a algunos de los subversivos y por un breve período. Para entonces, Fujimori se percató de que había llegado el momento de buscar el respaldo del gobierno japonés. El conflicto era en la residencia del embajador de su país y esto significaba que se desarrollaba en territorio japonés y, además, de acuerdo a la Convención de Viena, todas las instalaciones pertenecientes a un cuerpo diplomático eran y son inviolables. Si un grupo militar peruano pretendía ingresar a la residencia del embajador para liberar a los rehenes, primero necesitaba el consentimiento de Japón”, recuerda Giampietri.
Fujimori y el gobierno japonés alcanzaron un acuerdo: los soldados peruanos podrían ingresar si la vida de los rehenes corría riesgo urgente.
Las autoridades de Perú ordenaron planificar un rescate. Se consideraron varias opciones de ingresar a la residencia. Finalmente, resolvieron construir un túnel que atravesase todo el jardín y colocase a los militares justo debajo del living.
El presidente Fujimori decidió que la operación se llamase “Chavín de Huántar” en honor a los históricos pasadizos subterráneos del complejo arqueológico Chavín de Huántar, ubicado en la región de Áncash, Perú.
Mientras tanto, los captores mantenían el control de la residencia y disfrutaban de ciertos lujos. Por ejemplo, cada día comían “a la carta”. No sabían que los comandos antiterroristas se les acercaban por debajo de la tierra. Pero los planes del salvamento se vieron comprometidos cuando la prensa peruana informó a sus televidentes sobre la construcción de los túneles. La respuesta del MRTA no se hizo esperar: “Si quieren entrar, vengan; vamos a volar todo”, amenazaron mientras colocaban explosivos en la primera planta y trasladaban a los rehenes al segundo piso.
Las semanas siguientes, a través de técnicas de inteligencia, la unidad de rescate reunió información sobre lo que ocurría dentro de la residencia. Cada día, voluntarios de la Cruz Roja ingresaban para hacerle estudios médicos a los rehenes. También llevaban raciones de comida y elementos “de ocio”. Los militares peruanos colocaron micrófonos ocultos en la ropa y en una guitarra que le hicieron llegar a Giampietri.
“Estaban atravesando una crisis de liderazgo”
Así lograron obtener información sobre la distribución de los 14 captores dentro de la casa, conocieron sus rutinas, y escucharon sus conversaciones, que muchas veces se convertían en acaloradas discusiones.
Tello explica: “Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que estaban atravesando una crisis de liderazgo intensa. Tenían dos figuras dominantes: Cerpa Cartolini y el segundo al mando, un personaje llamado ‘El árabe’. Llegó un punto en el que Cerpa le dijo al árabe: ‘Creo que hemos luchado lo suficiente, hemos llegado hasta aquí y no podemos ir más lejos. Creo que podemos aceptar entregar a un camarada y, a cambio, trasladarnos a otro país. Esto es lo máximo que podemos lograr’. El árabe se negó rotundamente, diciendo que no habían planeado el asalto para irse al extranjero y vivir cómodamente”.
En medio de tantas discusiones, para disminuir la tensión, los emerretistas comenzaron a jugar partidos de fútbol en la sala principal de la planta baja. “Nos dimos cuenta de que durante estos encuentros, todos los captores estaban reunidos en el primer nivel, mientras que los rehenes permanecían en el segundo piso. Supusimos que este era el momento ideal para atacarlos”, señala Tello.
Pocas semanas después, sin previo aviso ni motivo, los captores prohibieron las visitas médicas. El gobierno peruano interpretó esta decisión como “una amenaza para la vida de los rehenes”. Acto seguido, se puso en marcha la operación Chavín de Huántar.
Tello fue muy criticado por su estrategia. “Cuando planeábamos el operativo, el general me preguntaba cuántas bajas creía que iban a haber. Yo les contestaba que esperaba un 20 por ciento de muertos entre los rehenes y el 25 por ciento de bajas en nuestra unidad. ‘Con suerte el 25 por ciento’, le dije. Luego, todos los terroristas muertos. Para algunos sonaba como un fracaso, muchos creían que era inaceptable. Pero es lo que decían las estadísticas de casos similares”, dice.
El 22 de abril de 1997, después de cuatro meses desde la toma, y en medio de varias explosiones subterráneas, 80 comandos de las fuerzas armadas peruanas ingresaron a la residencia. Fueron recibidos con una intensa respuesta enemiga, con disparos provenientes de todas direcciones. En medio del feroz combate, los comandos llevaron a los rehenes de dos en dos a recintos cerrados para protegerlos de las balas. Después de 16 minutos, el fuego cesó. Los comandos liberaron a los rehenes entre los cuales, lamentablemente, hubo una víctima mortal. En el bando de los rescatistas, perdieron la vida el Teniente EP Raúl Gustavo Jiménez Chávez y el Teniente Coronel EP Juan Alfonso Valer Sandoval. Los catorce miembros del MRTA fueron muertos durante la operación.
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