Si los libros hablaran...
Francisco Garamona comanda La Internacional, el lugar de encuentro impensado, una librería que reúne todo lo que pasa en la escena artística
El hombre que abre la persiana del local de Padilla al 800, en pleno Villa Crespo, tiene una estampa rara: jopito a lo Tin Tin, que no llega a ser rockabilly, saco de pana, lentes de marco, pañuelo al cuello y cigarrito de los campeones. Se llama Francisco Garamona y lo que hay detrás de la cortina metálica es algo más que La Internacional Argentina, una pequeña y, a primera vista, ignota librería de barrio. Este lugar, así como se ve, es teatro de operaciones, semillero y fogón efervescente de escritores, músicos y artistas plásticos, que a la tardecita –el jueves es la noche oficial de las tertulias– se arriman hasta acá para compartir sus obras, charlar, divagar y beber a granel. Si la palabra vanguardia siempre irrita un poco por su carácter territorial, lo cierto es que la intimidad de la librería de Garamona, que choca con el espantoso complejo de torres que hay enfrente, parece contener, con el perfil más bajo posible, casi todo lo que está pasando en la escena artística porteña. Y, quizá, mucho de lo que está por suceder.
A partir de las 6, cuando la hora del té se empieza a llevar bien con el wiscacho, el local de Padilla es una convención multirrubro. Puede caer un músico para mostrar su última canción; un escritor que está editando por Mansalva –la editorial de Garamona– y se sienta en la compu a darle una última peinada a su manuscrito; un pintor que vio luz, entró y se enredó en alguna discusión sobre cualquier cosa, o se quedó para presenciar la muestra de un colega. Cualquier excusa sirve para reunirse. Son sólo 40 metros cuadrados: hay un escritorio con una vieja Macbook negra y dos petaquitas vacías de la noche anterior, un sillón sueco sin patas ("mirá lo que es, lo mandé a arreglar") y paredes tapizadas con mil obras. El anfitrión es una mezcla de rockero desclasado y poeta beat sin melancolía ni tanto reviente.
En esa diminuta pista de aterrizaje carretean desde Fito Páez, Daniel Melingo y Juan Ravioli hasta la directora Lucía Puenzo, o escribas como Sergio Bizzio y el gran César Aira, que hace poco le confesó a un amigo en común, desde Berlín: "Una de las cosas que más extraño aquí es ir a La Internacional, a la tertulia de todas las tardes". Se sabe que Mansalva es la editorial fetiche de Aira y publicó con ella varias de sus novelas (Margarita es la última).
"Esto es un hotel cinco estrellas, pero sin pagar; es una librería viva", afirma Garamona, que nació en Rosario y a los 17 se vino a Buenos Aires con su novia de entonces. Después de pasar buena parte de los 90 vendiendo enciclopedias, biblias y atlas en formato ambulante volvió a su ciudad natal en 2002 para abrir una librería. En el medio armó Mansalva y se quedó en Rosario hasta fines de 2004. De regreso a Buenos Aires lanzó los primeros títulos de su editorial en 2005 y desembarcó con La Internacional, que al principio estuvo en Palermo y luego se mudó a El Salvador y Gascón, para finalmente abrir en Villa Crespo. Como poeta, Garmanona lleva escritos 27 libros, que publicaron editoriales de Chile, México, Colombia y Guatemala (ninguno salió por Mansalva). "Soy uno de esos raros casos de escritores a los que les gusta escribir", dice, citando una frase de Aira.
En su álter ego de músico, tiene seis discos grabados, dos con Supersiempre, la banda que compartió con Alan Curtis, Alfredo Prior y Bizzio. Ahora está presentando un nuevo trabajo solista, Los sentimientos, producido por Ulises Conti y Ravioli, en el que participaron Melingo, Axel Krygier y Rosario Bléfari, entre otros. Y quiere grabar un disco con música de cámara. A juzgar por el dosaje de entusiasmo que le pone a las cosas, nada ni nadie parece detenerlo. Si este tipo dijera que quiere viajar a la luna, probablemente encontraría el modo, aunque fuese en un Fiat 600 tuneado con triple escape.
Una religión personal
"Tener una librería y editorial propias no es un trabajo, es una religión personal. No voy por el dinero, sino por la gloria", sostiene Garamona. Y, para él, la gloria vendría a ser que "la literatura sea más accesible para la gente y que los autores que admiramos sean leídos". Apasionado en la forma de contar y hacer, bautizado por sus amigos como el hombre con mejor humor del mundo, formó pareja con la artista Fernanda Laguna, que tiene su propio local a metros del de Garamona.
Esa relación aportó bastante al cruce que se da en La Internacional entre escritores y artistas. Para muchos, Laguna, creadora del espacio de arte y editorial Belleza y Felicidad, es una de las mujeres que más aportó a la renovación del arte contemporáneo argentino de la última década. Y Mansalva se ocupó de darle una voz a muchos de esos creadores, ya que tiene un catálogo extenso de libros de arte, que se suma a los títulos literarios, poesía, ensayo, ficción, traducciones y rarezas varias.
Uno de los méritos de la editorial de Garamona es que, si se encapricha con algo, si le gusta realmente, lo publica. Así armó una biblioteca discontinua y sincera hasta los huesos, que expele best sellers, cohelistas y aripaluchistas de la primera hora. Hace unos meses, la escritora Selva Almada quiso publicar con Mansalva y Garamona le fue brutalmente claro: "Si la publicás acá no la va a leer nadie".
Quizás el éxito de La Internacional Argentina sea haberse constituido como un espacio honesto de disfrute, sin falsas pretensiones de ser vanguardia. Es sólo una pequeña librería perdida en Villa Crespo, a la que va cayendo gente a retozar entre libros, buena música y copetín. Al fin de cuentas, ¿a quién le importa si los que caen son escritores, quiosqueros, artistas plásticos, músicos o albañiles de la obra de la vuelta? En esta librería nadie quiere batir ningún récord de intelectualidad ni mandarse la parte de nada. Con pasarla bien alcanza. Y eso es heroísmo puro.
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