Shannon Galpin. La documentalista estadounidense que rescata mujeres afganas a través del ciclismo
Organizó en ese conflictivo país asiático a un equipo nacional femenino que se enfrentó a los prejuicios. Hoy, busca sacarlas de allí ante el avance talibán
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Llegaron rápido, atravesando el desierto e ingresando a la ciudad de Kabul. Lo que seguía era la incertidumbre y la desesperación: quema de documentación, títulos universitarios, materiales educativos, fotos, recuerdos. Las imágenes de una vida que ahora quedaba en incógnita con el retorno de los talibanes a Afganistán el pasado 15 de agosto, una ocupación que no sucedía desde hacía 20 años, en el que el país estuvo ocupado militarmente por los Estados Unidos.
Hace días que Shannon Galpin no duerme. Su teléfono tiene vida propia y lo único que puede pensar es en rostros. Como activista y excoordinadora del equipo femenino de ciclismo en Afganistán, sus minutos se dedican sin descanso a tratar de sacar familias afganas que intentan desesperadamente escapar. Las imágenes de miles de personas agolpándose en las rejas del aeropuerto de Kabul, de personas aferrándose con pánico a las ruedas de los aviones, y también cayendo, recorrieron el mundo y llevaron a repensar el rol de las potencias occidentales y sus políticas en Medio Oriente, las consecuencias que dejan sobre esas vidas que ahora veían a los militares norteamericanos empacar sus cosas e irse y dejar eso, despojos. Desde la llegada de los talibanes, las vidas de deportistas, estudiantes, activistas, miles y miles de personas, corren peligro. Muchas mujeres tuvieron que quemar sus títulos universitarios, esconder textos, recluirse. En los primeros días de ocupación, reinaba la espera. El mundo esperaba el primer movimiento de los talibanes, quienes además dieron una conferencia de prensa en la que se refirieron a la situación de las mujeres, entre otras cuestiones, y alegaron que “respetarían sus derechos bajo la ley de la Sharia”. Estas declaraciones se vieron con mucha sospecha dado el historial de opresión y violencia de los talibanes sobre las mujeres, con castigos como lapidaciones por adulterio o por el uso incorrecto del Hijab.
“Es terrible esto. Si de repente no puedo hablar, es porque estoy tratando de evacuar una familia que fue abandonada por su convoy. Están en Kabul y les confirmaron el vuelo para hoy a la mañana y cuando fueron al punto de encuentro, el organizador del vuelo no los dejó subir al convoy porque quería cobrarles más caro. El tipo tampoco me dice en qué número de vuelo tienen que estar ni la puerta para que entren. No sé cómo hacer porque estoy tratando de resolver algo a miles de kilómetros de distancia. No tengo palabras”, dice Shannon a LA NACION revista, con la angustia en las manos que intentan mandar mensajes, pedir favores, pedir ayuda.
Esas familias – que ya tienen pasaporte y visa y están listas para embarcar– no pueden salir. Cuando la salida parece al alcance de las manos, se les escapa. En este momento, para poder llegar al aeropuerto de Kabul –que está siendo patrullada con check points cada 10 kilómetros por los talibanes, mientras los que no pueden conseguir pasaje o forma de salir, se refugian en sus casas– es necesario pagar una seguridad privada, un convoy que acompañe a la familia para garantizar la seguridad física de quienes ya tienen los papeles para huir. Pero, una vez en el aeropuerto, se encuentran con lo inevitable: una pared humana de miles de personas que esperan hace días, niños llorando y padres que pierden esperanzas de poder salir. Pasar es casi imposible. Los vuelos que salen son muy pocos y los países que están recibiendo afganos, también. Además, para que una persona afgana sea considerada “refugiada”, tiene que haber pasado al menos por un segundo país. “Todos tienen que ser seguidos hasta las puertas del aeropuerto porque la masa de personas es tan grande que es casi imposible distinguir entre quienes tienen pasajes y quienes no. Así que usan contraseñas, globos rojos, algo que te distinga para que los guardias te elijan del gentío y puedas pasar”, explica Shannon, que es estadounidense, tiene 47 años y vive en Escocia.
Como activista, empezó a trabajar en Afganistán en 2008, en proyectos relacionados a los derechos de las mujeres. Trabajó en las cárceles y en el armado de una escuela para personas hipoacúsicas, y colaboró con la creación del primer equipo del equipo nacional de mujeres ciclistas. Además, produjo la película Afghan Cycles, sobre este tema. En 2015, el Comité Olímpico Internacional la premió con el Honorary Achievment Diploma por su trabajo generando igualdad de género en el deporte.. “Amé Afganistán, me enamoré del país, de su gente. Los afganos son personas sumamente cálidas, incluso después de un conflicto de 40 años de duración. Es un país sumamente rico culturalmente, pero las personas del exterior solo conocen la amenaza de violencia. Es sumamente injusto cómo lo muestran los medios, bajo las lentes de la política y la retórica paternalista. A los atletas, artistas, cineastas, músicos, todas las personas que integran ese país y crean, el mundo no lo ve. Solo se ven los conflictos y eso es injusto. No podemos decir además que Afganistán es un único pueblo; hay muchos grupos étnicos y religiosos en el país, distintas comunidades y formas de vida”, cuenta.
Por los territorios, ella siempre se movía en bicicleta, recorriendo las distintas comunidades, en la ciudad y en las montañas. En 2012, conoció al primer grupo de chicas que se animó a andar en bicicleta, algo que no estaba bien visto, por no decir permitido, en Afganistán. “Las contacté, las entrené y apoyé al equipo, que también me llevó a conectarme con artistas y atletas femeninas de Afganistán. Eran las primeras chicas en hacerlo, y era algo peligroso y muy público. Pero la meta era legitimar el uso de la bicicleta para chicas, que se considerara un espacio para socializar entre ellas, aprender algo nuevo. Eran chicas enseñándoles a otras a usar la bici, la fuerza estaba en los números. No andaban con miedo, eran libres y había camaradería. Ahora, varias de estas chicas están amenazadas”.
Lo que sucedió luego fue una gran expansión del ciclismo en Afganistán, en especial, el ciclismo femenino. En 2020, se realizaron cinco carreras. También hay carreras BMX, de Mountain Bike y equipos de entrenamiento. En los recientes Juegos Olímpicos de Tokio, en el Equipo Olímpico de Refugiados del Comité Olímpico Internacional participó Masomah Ali Zada, la primera mujer afgana en competir por ciclismo. Durante la ocupación de los talibanes, la familia de Masomah había huido a Irán, para luego regresar a Afganistán cuando cayeron. En Kabul, ella practicaba deportes en su escuela, pero cuando salía a la calle a andar en bicicleta le tiraban huevos, la insultaban y veían lo que para ella era una pasión como una provocación. Un día, en la carretera, un chico la golpeó con su auto. Nada de esto la amedrentó y en 2017, gracias a un patrocinador, se refugió en Francia para continuar con su deporte y ayudar a que más niñas puedan hacer ciclismo en Afganistán. “Nunca renuncié a la bicicleta. Al contrario, quiero animar a las chicas a utilizarla y normalizar el ciclismo femenino en Afganistán”, dijo Masomah a AFP. “Cuando andás en bici en la ciudad, las mujeres a nuestro alrededor y las niñas parecen motivadas. Eso muestra que somos libres de hacer lo que queremos. Lo que simbolizamos es la paz en un país que durante décadas sufrió guerras, en un lugar donde las mujeres no tenían ningún derecho, ni siquiera poder manejar un auto, pero ahora podemos andar en bicicleta”, expresó.
Shannon está tratando de evacuar a 400 deportistas y sus familiares contrarreloj. La ventana de oportunidad para que salgan de Afganistán se cierra cada vez más. “Es una locura. Es totalmente inestable la situación, porque el Departamento de Estado de Estados Unidos no estaba preparado para esto, es un caos completo. Se dice que Estados Unidos va a cerrar el aeropuerto y estamos tratando de sacar a todas las personas que se pueda [la entrevista fue el 25 de agosto]. Además, todos tienen listas de evacuación, cada país y organización está tratando de conseguir las visas lo antes posible, es una pesadilla”, explica. Shannon aclara que es sumamente urgente no solo que el aeropuerto siga abierto, sino también que más países reciban afganos y se aceleren los tiempos de gestión de visas.
El tiempo corre y las complicaciones crecen. Las llamadas, los mensajes, también. En los últimos días, ya logró sacar a una familia entera. A Shannon la contactan por todas las redes sociales y ella teje alianzas, busca contactos lo más rápido posible para, en definitiva, salvar vidas. Además, denuncia con mucha impotencia la enorme dificultad para poder sacar a las personas de Afganistán sin ayuda de los gobiernos. En sus redes hizo una fuerte denuncia hacia el gobierno norteamericano por la salida de los militares del territorio. “Es complicado. No hicieron una estrategia real de cómo salir de ahí, es un desastre”, dice.
En sus fotos, está ella y las chicas, recorriendo las montañas. En los videos que hay del equipo ya desarmado por la crisis, se las ve sonrientes, recorriendo las rutas y las personas que se acercan a mirarlas, muchos a aplaudirlas.
A Shannon la contactan por todas las redes sociales y ella teje alianzas, busca contactos lo más rápido posible para, en definitiva, salvar vidas. “Lo hago porque creo en estas mujeres, no tienen un sistema de soporte y quiero estar para ellas”, dice.
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