“Fue la primera vez que estuve desnuda frente a un hombre, fuera del hospital”, contó Melanie a BBC; la mujer piensa que los gobiernos deberían pagar y apoyar el acceso a este tipo de servicios
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Cuando Melanie quedó aislada socialmente en su casa en Australia debido a la pandemia de Covid, se hizo una promesa a sí misma. Una vez que pudiera salir otra vez iba a contratar a un trabajador sexual, perder su virginidad y ponerle un fin a todas esas ansiedades que había desarrollado como persona con discapacidad en torno al amor y la intimidad. Chayse fue el hombre que contrató.
Quien primero le sugirió la idea fue la trabajadora social de Melanie. Cuando estaban viviendo juntas en aislamiento, Tracey le dio a Melanie un masaje. Nadie había tocado a Melanie antes en una manera no médica y, a los 43 años de edad, se dio cuenta de que quería más.
Tracey, un pseudónimo, le reveló a Melanie que había sido una trabajadora sexual en una época y pensó que un servicio personal podría ser una opción para ella. “Simplemente me abrió los ojos al hecho de que tal vez podría experimentar eso”, le contó Melanie a BBC Access All, un programa que aborda noticias de interés y bienestar de discapacitados.
Encontró una agencia de servicios de compañía online, donde el perfil de un hombre llamado Chayse le llamó la atención. Emocionada, coordinó una cita y viajó a su departamento para la primera sesión.
“Cuando me bajé de mi silla automatizada y mi trabajadora social se fue, nos quedamos solos los dos. No tenía idea de lo que me esperaba”.
Melanie ha usado una silla de ruedas desde que tiene 3 años, cuando le diagnosticaron inflamación de la espina dorsal, una condición conocida como mielitis transversa. Le paraliza las piernas y limita el movimiento de los brazos. Depende de trabajadores sociales para que la ayuden en sus quehaceres diarios.
Vivió y trabajó en Japón y ahora es una editora de video, pero nunca pensó en un romance. “Pensaba que si sucedía, sucedía”. Salir con alguien y abrir tu vida a otros puede resultar intimidante y el mundo no siempre reconoce a las personas discapacitadas como seres sexuales.
Según un sondeo en Reino Unido sobre la discapacidad publicado por el gobierno en 2021, sólo 56% de la población en general dijo que se sentiría cómoda en una relación íntima con una persona con discapacidad.
La propia Melanie nunca había estado segura de cómo abordar la situación, así que dejó que sucediera al azar. Después de ponerse en contacto vía correo electrónico con Chayse, organizó varias videollamadas para conocerse y discutir posibles dificultades.
“Hice un millón de preguntas”, dice Melanie: “¿Tu departamento tiene acceso para silla de ruedas? ¿Cada cuánto se daña el ascensor en tu casa?”.
“Como una vez cada seis meses”, contestó Chayse.
Para Melanie, las respuestas de Chayse eran suficientemente buenas para concertar una sesión en su casa. Y, lejos de estar temerosa, adelantó la cita por estar tan emocionada con lo cortés y atento que era Chayse.
En términos legales, el acuerdo entre Melanie y Chayse fue legítimo. En Australia Occidental, bajo el Acta de Prostitución de 2000, es ilegal realizar trabajo sexual en la calle o gestionar un burdel, pero las agencias de servicios de acompañamiento son legales.
Cuando Melanie llegó al lugar de Chayse, empezó a entender la magnitud de la situación. “Sabía que tenía escaso conocimiento sexual y me sentí completamente abrumada con el experto que estaba parado frente a mí”.
Pero a medida que la cita se fue desenvolviendo, Melanie tuvo una revelación. “Yo soy una experta en discapacidad y Chayse no tenía idea de eso. Terminamos riéndonos de la ignorancia e inocencia del otro. Dos horas después éramos amiguísimos”.
Chayse, que trabajó en el gremio durante seis años, dice que las “sexpectativas” son el mayor problema cuando se trata de clientes nuevos; la gente pone demasiado énfasis en la garantía de lograr “el gran O” (orgasmo).
“Tenés que descifrar qué es lo que va a funcionar”, como con cualquier relación íntima, explica.
Antes de contratar a Chayse, Melanie no tenía idea de cómo su cuerpo y mente irían a responder en un ambiente íntimo, si llegaría a ser capaz de asumir una posición para interactuar o si la fatiga acabaría con cualquier placer.
“Esa fue toda la razón por la que contraté a Chayse”, dice. “No quería regresar a casa con un tipo que conocí en un bar y descubrir estas cosas y sentirme incómoda, vulnerable e insegura”.
Sin ir más lejos, encontró que podía alcanzar bastante placer con Chayse y no tenía que ponerse límites.
Poder y control
Otra cosa que descubrió es que sus piernas pueden reaccionar impredeciblemente y “abalanzarse fuera de la cama” y frecuentemente necesita una sesión de fisioterapia después para refrescar sus piernas. “Me di cuenta de que mis piernas necesitan estar atadas a la cama de antemano y así no hay preocupaciones”, cuenta.
Esto aborda consideraciones sobre el poder y el control. Como mujer con discapacidad en una casa ajena, Melanie está en una situación más vulnerable que otras personas. “Fue la primera vez que estaba desnuda frente a un hombre, fuera de en un hospital”, indica.
Chayse, que anteriormente trabajó con personas que han experimentado trauma, explica que “crear un espacio seguro y acogedor donde ella está en control” es su prioridad.
Pero no es únicamente en la desigualdad de poder físico donde yace la vulnerabilidad. La discapacidad puede infantilizar a las personas y hacerlas sentir no merecedoras de ciertas experiencias que otras personas asumen como normales; algunas personas discapacitadas llaman esa actitud “capacitismo” (una discriminación contra los discapacitados).
Estos encuentros íntimos recientes le permitieron a Melanie desarrollar más poder en todo aspecto de su vida. “Supe que al contratar a Chayse y pagarle por un servicio, yo estaba en control. Sabía que se Chayse me trataba diferente o hacía algo que no me gustara él lo dejaría de hacer”.
Si eso ocurría, ella sabía que no lo volvería a contratar. Pero todo eso tiene un costo financiero. “Llega a los miles”, dice Chayse irónicamente de su tarifa de 48 horas. Su precio por hora son unos US$270.
Al justificar el costo, señala: “Lo que mucha gente no entiende es que cuando estás viendo a alguien por 48 horas, por muy gratificante que pueda ser, no estás haciendo otras cosas que quisieras en la vida”.
Sin embargo, afirma que su trabajo es muy satisfactorio. “¿Quién no quiere ayudar a otras personas a explorar cosas diferentes? ¿Por qué no puedo estar ahí para otras personas que lo necesitan y quieren y merecen sentirse hermosas?”.
“Es difícil no enamorarse de Chayse”, reconoce Melanie. “Pero debo tener en mente que se trata de una relación profesional”.
Melanie y Chayse llevan viéndose desde enero, pero no es simplemente para sexo. Además de ofrecer sus habilidades como trabajador sexual, Chayse también estuvo consultando con un asesor de relaciones para ver cómo puede apoyar a Melanie a ayudarla a desarrollar futuras amistades románticas con otras personas.
“Estoy buscando un reemplazo para Chayse. Alguien que me ame y ame lo que a mí me gusta y que lo haga gratis”, dice. “Nunca pensé que utilizaría las aplicaciones de citas y hablar con hombres online y ahora lo hago prácticamente a diario. Solo me arrepiento de no haberlo hecho antes”.
Para Melanie, la experiencia va más allá de la liberación sexual y le sacó tanto a esta continua experiencia que piensa que los gobiernos deberían pagar y apoyar el acceso de las personas discapacitadas a los servicios sexuales. “Mi confianza ha crecido mucho, estoy más feliz que nunca y no podés ponerle un precio a esa experiencia transformativa”.
Y también está emocionada con compartir sus nuevas experiencias con sus amistades y familia. “Estaba un poco avergonzada de mencionarlo al principio, pero fue un cambio tan grande en mi vida que no podía dejar de contarle a la gente y ellos se sienten felices por mí. No puedo dejar de sonreír”.
Por Beth Rose, BBC Access All
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