Camila Navarro, también conocida como Mía Etcheverría, fue condenada por intentar traficar cocaína a España
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La historia de Camila Navarro se cuenta como un thriller erótico del otro lado del Río de la Plata. El diario El País le dedicó una docena de reportajes. En 2015 contó, con asombro, sus comienzos en la industria de la pornografía. Luego acompañó su romance con Richard “Chengue” Morales, uno de los goleadores de la selección uruguaya. Y, hace días, imprimió su nombre artístico en la sección Policiales: “Mía Etcheverría -así se hace llamar en las páginas XXX- fue condenada por exportación de drogas: estará más de dos años en prisión”.
La “Cicciolina charrúa”
Tiene 28 años. En su cuenta de Instagram se presenta como “mamá, actriz, modelo y locutora”. Tiene dos enlaces comerciales: a un sitio de venta de indumentaria y a un negocio de bienes raíces. Pero toda su fama la debe a su breve carrera en la industria del porno. Comenzó a trabajar en Divas Play, la plataforma de contenido erótico más importante de la región, en la que -en su versión soft- también participan personalidades argentinas como Florencia Peña, Silvina Escudero y Adabel Guerrero.
Nació en la localidad de Las Piedras. En una entrevista de 2016 firmada por Mariangel Solomita, de El País, recordó aquellos días cuando vivía en un precario galpón detrás de la casa de su abuela materna y su padre volvía prácticamente inconsciente al hogar: “Llegaba de noche, borracho, y orinaba los muebles”, contó.
Cuando empezaba a transitar la adolescencia, su padre se fue de la casa y su madre tuvo una lesión en la columna que la obligó a estar un año entero con la mitad del cuerpo enyesado, “desde el hombro hasta el pie”. Camila tuvo que salir a trabajar para ayudar con la economía familiar. Consiguió empleo en la barra del boliche Botineras (¿una premonición?) donde le pagaban unos pocos pesos por noche. Para no desperdiciar ni un centavo, cada madrugada caminaba 20 cuadras para volver a su casa. Comenzó a faltar a la escuela, hasta que la abandonó.
En la barra de Botineras conoció al gran amor de su vida: el exfutbolista Richard “Chengue” Morales, un aguerrido delantero de Nacional y de la selección uruguaya, también oriundo de Las Piedras. Era uno de sus jefes. Su romance fue pura pasión. Entre idas y venidas, tuvieron dos hijas. “Siempre fue él. Tuve dos novios más. O menos. Los llamaba cuando me peleaba con Richard, como hacemos las mujeres cuando estamos dolidas. Pero yo nunca fui infiel”, dijo entonces Camila. Hoy siguen caminos separados.
Los comienzos en la industria del porno
“Un día, cuando tenía 18 años, me desperté y mi hermano se había puesto a llorar porque tenía hambre y no había nada para comer. Mi madre no podía trabajar y mi padre no nos daba una mano en nada. Yo estaba en un momento depresivo... y no me quedó otra. Salí a pelear y a trabajar”, cuenta Camila. Se inició así como trabajadora sexual.
Le mintió a su madre: le dijo que viajaría a Buenos Aires para trabajar en una producción de fotos. Pero fue a Punta del Este y comenzó a prostituirse. Atendió a su primer cliente llorando. Lo que ganó en aquella primera noche se lo giró a su madre para pagara todos los servicios que estaban por vencer y pudiera comprar comida. Recién regresó a Las Piedras dos meses más tarde. “Una cosa es mentirle a tu madre por teléfono y otra es mentirle en la cara”, dijo.
Después llegó su debut como actriz porno. Richard “Chengue” Morales, el padre de sus hijas, la acompañó de mala gana hasta la puerta de Divas TV, el primer canal de contenido para adultos de Uruguay, creación del empresario Mauricio Peña.
En 2016, en una entrevista con El País, Camila Navarro habló del incómodo casting que debió atravesar. “Me pidieron que fingiera un orgasmo y me dio tanta vergüenza que tuve que empezar de nuevo cuatro veces. No lo hice bien hasta que saqué a todos del estudio y le hice prometer al camarógrafo que solo me iba a ver a través de la cámara”, dijo. Agregó que hasta aquel día nunca había visto un consolador ni otro tipo de juguetes sexuales. Inmediatamente después de la actuación, antes de que la joven se retirara del lugar, le dijeron que había sido elegida y tenía que firmar el contrato. “Yo lo primero que pensé fue: ‘Mirá, soy buena para algo’”, contó.
Cambió su nombre por otro de fantasía: Mía Etcheverría. “Es el nombre que había elegido un tiempo atrás para un bebé que esperaba de Morales y que perdí”, explicó alguna vez. Su apellido artístico, en cambio, no tiene un motivo claro: lo escogió prácticamente al azar para no utilizar usar el de su padre, que le prohibió relacionarlo al porno.
“No recomiendo mis primeras cinco películas”
El verdadero sueño de Camila Navarro era triunfar en Hollywood. Durante gran parte de su adolescencia, viajó todas las semanas desde Las Piedras hasta Montevideo para estudiar actuación. Pensó que había encontrado en la pornografía un atajo a los grandes estudios: “No voy a ser la primera ni la última en lanzarse a la actuación desde la pornografía. Hay muchas actrices de Hollywood que se inician en el porno y llegan a la actuación clásica”, contó.
En poco tiempo, como Mía Etcheverría, se convirtió en la cara del canal Divas TV y participó en varias producciones. Hizo todo lo que le pidieron. “No recomiendo mis primeras cinco películas -advierte-. Estoy horrible, miro permanentemente a la cámara”.
Su referente en la industria del porno es la colombiana Esperanza Gómez, una actriz colombiana que tuvo su paso estelar por la Argentina desde el living de Susana Giménez. Podría haber elegido a Uma Stone, la primera gran estrella uruguaya en la pornografía, que hizo llegó a Los Ángeles, cuna de la industria, cuya historia se cuenta como leyenda. Dicen que creció en una familia acomodada de Paysandú, que dejó un novio a pasos del altar para dedicarse a la actuación, que tuvo cachet millonario y desde hace algunos años no se sabe nada de ella.
Camila conoció a Esperanza Gómez en Chile. En aquél encuentro, la colombiana le recomendó que empezase a pensar en su futuro. Desde entonces, al igual que su ídola, Camila aspira a convertirse en empresaria.
Como Mía Etcheverría no forjó fortunas: una actriz porno en Uruguay cobra entre 200 y 700 dólares por película. De acuerdo al artículo de Mariangel Solomita, Camila gastó la mayor parte de su dinero en arreglar la casa donde hoy vive junto a sus dos hijas, que es la misma que construyeron sus padres.
Eso sí, su fama trascendió fronteras: tuvo un breve paso por la industria XXX argentina y también probó suerte en Europa. Fue en aquella época que, según sus propias palabras, rechazó la propuesta de Marcelo Tinelli para participar de Bailando por un sueño porque le ofrecían “apenas un sueldo de 2 mil dólares por mes”, una cifra le pareció baja para el nivel de exposición que tendría.
En 2016, luego de un año en la industria del porno, quiso cambiar de rumbo. Hizo el casting para sumarse a Gran hermano, versión argentina, que se emitía por América. Hubiese compartido la casa, entre otros, con Ivana Icardi. Pero no quedó seleccionada.
Y cuando nació su primera hija, Anna Emilia, se alejó de los medios e hizo foco en su actividad como empresaria inmobiliaria. Tuvo un programa radial y algunas incursiones en el mundo del streaming. También probó suerte como cantante. Convivió con Richard “Chengue” Morales, tuvieron una segunda hija y, más de una vez, posaron como una familia armoniosa. Hasta que, después de mil idas y vueltas, se separaron ¿definitivamente?
El último acto
El sábado 24 de junio último, Camila Navarro fue detenida en el Aeropuerto Internacional de Carrasco, en Montevideo, cuando acompañaba a un pasajero que estaba por abordar un vuelo con destino a Madrid con siete kilos de cocaína en su equipaje. Aunque ella no abordaría el avión y solo acompañaba a otras cuatro personas en la terminal aérea (dos hombres y dos mujeres), la Justicia consideró que la actriz participó en la preparación delito y, por eso, fue condenada a dos años y siete meses de prisión efectiva por un delito de exportación de sustancia estupefaciente en grado de tentativa.
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