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Cuidado con quién, y dónde, se acuesta uno en esta época. En España por estos días están escandalizados con un video salido a la luz pública que muestra a un conocido presentador de televisión y a una mujer que no es su esposa teniendo relaciones sexuales. El episodio coincide justamente con el estreno de una de las últimas series taquilleras producidas en España por Netflix, cuyo argumento es este delito que se ha extendido con el uso de las redes sociales y el advenimiento de tecnologías finísimas capaces de robar y divulgar contenido erótico privado.
En Intimidad, así se llama la serie, una joven diputada es filmada mientras mantiene un encuentro en la playa con un joven al que conoce en una aplicación de citas. Cuando la mujer presenta su candidatura a la alcaldía de la ciudad, el video - realizado sin su consentimiento- se viraliza en las redes sociales, haciendo su efecto dominó devastador. Doble disgusto: el que la hayan grabado y que el delincuente lo haya subido sin siquiera anoticiarla. Así una saga de mujeres es víctima, a veces fatal, de una modalidad que ataca casi siempre al género femenino, lo que no significa que no le suceda a los hombres también. De hecho, antes de que existieran recursos más sofisticados, la modalidad extorsiva clásica era la llamada de teléfono anónima, amenazando al (o la) infiel con revelárselo a tu pareja, jefe o quién fuera. Nada más destructivo y multiplicador hoy que las redes, que se hacen eco - sin que medie ningún tipo de sanción contra el delincuente - como en el caso del presentador Santi Millán, ahora en el centro de la escena luego de que Twitter replicara las imágenes sin censurarlas previamente. Después se rasgan las vestiduras anulando cuentas por un simple pezón!....
Esta forma de violación a la intimidad empezó el siglo pasado, y su antecedente más notorio fue el escándalo que tuvo por protagonistas a la actriz Pamela Anderson y su marido el baterista, que de mutuo acuerdo se habían grabado en la cama durante la noche de bodas, pero que alguien puso en circulación, tal como lo cuenta la serie Pam & Tommy. Ser famoso no significa que toda la actividad de ese individuo sea pública y ser el autor del contenido, mucho menos. Y por supuesto que hacerse una película en pleno polvo es asunto de cada quien y, en todo caso, se trata de una herramienta lúdica para las parejas que lo pactan por diversión o lo que fuere; pero deja de ser chiste cuando uno de los dos – o peor, un tercero- decide hacerlo compartirlo sin autorización.
El video de Millá fue trending topic y objeto de miles de burlas y memes siniestros, lo que demuestra la maldad y la ignorancia de los usuarios, pues contribuir a la redifusión los hace cómplices del delito principal. Acá y en España y en muchos países las penas están previstas en el código penal, que fija cárcel o multas altas para todo aquel que sin permiso expreso de la persona grabada “difunda, revele o ceda a terceros imágenes o grabaciones audiovisuales” que puedan menoscabar la intimidad personal. Sin embargo, todos los días participamos con likes o reenviando a los amigos las barbaridades supuestamente graciosas que suben miles de individuos que, quizá sin ninguna intención, dedican horas de su existencia a compartir material ajeno amplificando el impacto en los algoritmos, y sin hacerse cargo de su legalidad, recordaba una crónica de El País sobre el affaire reciente. Ser el primero en la cadena de distribución o ganar dinero reproduciendo el contenido de otros tiene la pena mayor, pero ser el último y hacerlo gratis no son atenuantes, recuerda el artículo. Incluso compartirlo con otros, sin haberlo visto, no reduce la responsabilidad. “La cuestión central, sin embargo, está en otro sitio: qué responsabilidad tiene el ecosistema que ha adiestrado a millones de usuarios para que compartan material ajeno de forma masiva y mecánica, sin responsabilidad ni consecuencias para plataformas digitales y redes sociales que ganan mucho dinero con ello. Según la nueva ley de mercados digitales, son los ‘guardianes’ de la Red, pero persiste el vacío legal que beneficia a quienes se lucran, que son los proveedores de servicio e irresponsables del contenido. Los suben los usuarios, pero se amplifican y viralizan gracias a los algoritmos de recomendación”…
En fin que el impacto en la vida cotidiana de la persona afectada es inmensurable. Algunos resilientes logran remontarlo - pero luego de resignar todo lo que tenían hasta entonces- otros, lo arrastran hasta que no pueden más. De hecho, en Intimidad, una mujer acosada por el permanente recordatorio de aquellas imágenes puestas a circular en el ámbito de su trabajo, decide suicidarse.
Conclusión, hay que andar cada vez con más cuidado, y elegir mejor al partenaire de turno. En el caso de Millá, eligió muy bien a su mujer, y ojalá pueda valorarlo en el tiempo. Ella misma salió a defenderlo, considerándolo una víctima y, sobre todo, que a estas alturas atrasa escandalizarse ante una imagen del sexo consentido entre dos adultos.
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