El escenario más idílico del segundo episodio queda apenas a una hora y media de París y es hogar de los célebres nenúfares inmortalizados en las pinturas que pueden verse en el Museo de la Orangerie
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La intrépida norteamericana que conquistó París esta de vuelta. La ejecutiva de marketing Emily Cooper, encarnada por Lilly Collins, con su arrolladora moda ícono de las mezclas imposibles que sólo armonizan en la Ciudad Luz, volvió y no defraudó a quienes buscan descubrir otros destinos dentro de Francia. Uno de los hitos de la serie es el boom turístico en que se convierten sus locaciones.
La tendencia fue tan arrasadora que el año pasado el Instituto Francés de Opinión Pública de Francia decidió medir el efecto set-jetting. Se trata de una nueva tendencia viajera por la cual los turistas se ufanan de visitar aquellos sitios que vieron en sus series favoritas. En su investigación la entidad decidió evaluar el impacto que la emisión de Emily in Paris ha generado en la ciudad. Sus resultados resultaron abrumadores: el 54% de aquellos que vieron la serie confesaron que desearían vivir o trabajar en París, mientras que quienes no la vieron sólo mostraron interés en alguna de las dos variables en un 16% de los casos.
Un secreto inspirador
La nueva temporada aporta un montón de nuevos escenarios que ya tienen tours armados en las plataformas de viajeros, pero uno de ellos es un secreto inspirador que retrotrae a una de las mejores épocas y paisajes de Francia.
Al principio, la vivienda se llamó la casa de la Prensa (gracias a un procesador de manzanas situado sobre la pequeña plaza vecina que dio nombre a la zona). Por entonces era de reducidas dimensiones. Su propietario más famoso la agrandaría a cada uno de los lados, hasta llegar a 43 metros de largo por solo 5 metros de ancho.
La granja adosada a la casa, se transformaría en el primer taller del pintor Claude Monet, su propietario. Para ello, instaló un mejorado en el suelo y una escalera que comunica con la casa principal. El artista, que pintaba sobre todo al aire libre, necesitaba un lugar para almacenar sus telas y efectuar retoques. Para ello, encima de su taller, añadió un piso y acondicionó un gran dormitorio y un cuarto de baño. Todo el lado izquierdo de la casa quedó reservado para él. Es allí donde decidió tener su espacio de trabajo y de descanso.
Viajar a una casa a la francesa
En el segundo episodio de la cuarta temporada Emily parte en la búsqueda de Camille, la ex novia de su enamorado que está esperando un bebé. En las escenas hacia el final del capítulo, Lilly Collins lleva a su personaje a una casa rural de fachada rosada, ventanas turquesa y un jardín repleto de flores. La escena transporta de inmediato a un cuadro de Monet que parece volver a la vida. Entra por la cocina, sigue al comedor, donde se encuentra con una guía que le explica el valor de los nenúfares en el jardín.
El pintor vivió en esta casa en Giverny -a pocos kilómetros de París y que se puede visitar en el día- de 1883 a 1926. Entre las ampliaciones realizadas por Monet se distinguen el tamaño de las ventanas, mucho más anchas que en la parte original. Quería verlo todo, tal como lo expresaba en sus pinturas.
Del otro lado de la casa, hizo desaparecer un cobertizo, e instaló allí una cocina lo suficientemente generosa como para preparar cotidianamente las comidas de una familia de diez personas habituada a recibir visitas. En esta estancia predomina el azul gracias a los azulejos de Rouen que visten las paredes de toda la cocina, incluso la chimenea. Una puesta interesante de la mano del pintor que jugó con un contraste intenso frente al amarillo del comedor.
Allí todo es exultante color margarita. Las paredes, las cortinas y los muebles. Es el corazón de la casa y es aquí donde Monet decidió exhibir su colección de estampas japonesas.
Hacia un lado se acondicionaron habitaciones para las cuatro hijas de Alice Hoschede-Monet. Los dos hijos de Alice y los dos de Claude se alojaron en las buhardillas.
Es Monet quien eligió el color rosa de la fachada y el de las persianas. En esta época, la costumbre era pintar la carpintería en gris, Monet, que se preocupaba poco del qué dirán, decidió ponerles color. Desde entonces se mantienen pintadas de turquesa, un tono que recuerda a las cajas Tiffany´s.
Es en la propia casa donde se inicia el jardín. El artista instaló una galería en el frente, con una pérgola cubierta de rosales trepadores, y dejó crecer una viña virgen sobre la fachada.
El estanque de nenúfares donde cae Emily
La casa de Monet expresa su apasionamiento por la jardinería y por los colores. Se esmeró por diseñar un paisaje repleto de flores, a lo que le sumó un jardín acuático como una verdadera obra de arte. Al caminar por su jardín y su casa Emily deja entrever la atmósfera que reinaba en vida del impresionista. La guía de turismo que se topa el personaje de Lilly en la ficción le dice que Camille, a quien busca, debe estar limpiando el estanque. “Es una tradición que el propio Monet inició… -relata la guía en la serie-. Monet compró todas sus plantas acuáticas en el vivero Latour Marliac, donde recientemente habían creado una nueva variedad de nenúfares coloridos que se presentaron en la Feria Mundial de París de 1889. Antes de eso, los europeos solo tenían nenúfares blancos”.
Sin detenerse demasiado en el relato, el personaje aparece en un bote de remos yendo hacia el centro del lago por Camille. A lo largo del eje del callejón central del jardín, al que Monet bautizó Le Clos Normand, construyó un puente japonés, seguramente inspirado en alguno de los grabados de la colección expuesta en el comedor, y lo pintó de turquesa, para diferenciarlo del color tradicional utilizado en Japón: el rojo. Sin embargo, el espacio mantiene el aire oriental gracias a las especies elegidas: bambú, ginkgo biloba, alerces, peonias, lirios y sauces llorones. Finalmente, planta nenúfares en el fondo del estanque.
En 1897 empezó a pintarlos, como una manera de restaurar la atmósfera de esa superficie en la que flotan manchas de color. Una serie de piezas célebres que se exhiben en diferentes sitios del mundo, aunque especialmente en el Museo de la Orangerie de París.
La acción termina con una zambullidla inesperada en ese mítico estanque de Monet. Una referencia al arte que en Emily in Paris ha sido una constante en todas las temporadas, lo que incluyó desde una puesta en Versalles, la muestra inmersiva de Van Gogh, el Museo de Artes Decorativas y el Museo del Globo.
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