Series. Delicias y horrores de las pymes familiares
De Los Soprano y Breaking Bad a Succession y Ozark, todo evoluciona, pero el dinero mantiene su protagonismo
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Los entuertos de familias alimentan buena parte de las producciones televisivas de los últimos años. Si bien la pantalla siempre capturó varias historias (desde Los Ingalls hasta Dinastía, de Alf a Los Simpsons), fue a partir de Los Soprano que se introdujo un nuevo modelo. Desde allí los vínculos constituyen la materia principal de la que se nutre la prosperidad económica (¿o es al revés? ¿lo económico constituye la materia principal de los vínculos?). Es con la serie protagonizada por Tony que el núcleo familiar se condensa como una unidad económica. Y dentro de esa estructura, Tony representó un arquetipo ambiguo de jefe de familia, habitado por un costumbrismo que expone sus debates internos y los infiernos que lo habitan.
Tan fuerte fue Los Soprano en esta era dorada de las series que su precuela, en formato largometraje, no pasa desapercibida a 22 años de la emisión original de la primera temporada (se estrenó el 10 de enero de 1999). Parecía inviable generar interés sin James Gandolfini, fallecido en 2013, pero los productores del film encontraron dos caminos: contar con David Chase, el creador de la serie, como uno de los guionistas, y sumar a Michael Gandolfini, hijo de James, interpretando a Tony en la juventud. La película tiene fecha de estreno en septiembre.
La serie inauguró un vínculo con lo económico que hasta hoy resulta la forma de retratar los conflictos familiares en algunas de las principales series. Padres de familia con un rol simbólico en que se juega más una cotidianidad de antihéroe y que se eleva entre dos mundos, uno legal y el otro ilegal. El motor: el dinero, el poder. La existencia de Tony Soprano hizo posible que luego nacieran personajes como Walter White (Breaking Bad), John Rayburn (Bloodline), Logan Roy (Succession) y Marty Byrde (Ozark).
“Tony fue el primer afectado por la serie que protagonizó. La dependencia que pretendió la serie de sus espectadores funciona a condición de ser experimentada primero por los personajes. Tony es un adicto que se ve envuelto en un torbellino de trabajo, violencia y paranoia cada vez más trepidante. No quiere volver a eso, pero igual debe hacerlo porque es –en esencia, antes que nada– una criatura del retorno. La adicción de los personajes se traslada a los televidentes para que regresen a los personajes”, escribió el francés Emmanuel Burdeau en su libro La pasión de Tony Soprano (El cuenco de plata).
Mariana Levy fue la head writer de la primera temporada de El presidente (se estrenó por Amazon el año pasado) y está a cargo de la división de guion de la productora About Entertainment. Levy distingue marcas derivadas de la vida y de la ficción que a lo largo del tiempo se cruzan y se condensan en otra autonomía. “Se supone que Los Soprano inaugura la dramedy. Y en Succession tiene un tono más irónico. Pero hay un puente que las une. Y ese puente se llama Roy Logan. El viejo patriarca. Lo podemos mirar como lo antiguo. Las mejores series de hace veinte años, Los Soprano, Breaking Bad y Mad Men tienen como protagonistas a un varón blanco de mediana edad, cisgénero, con poder económico y social, hoy todos temas puestos en discusión. Succession es una serie valiosa porque tematiza este contrapunto: Logan ahora es lo viejo, es decir uno de los protagonistas de las series de esos años, que ya no son los protagonistas de las series de hoy, o por lo menos no hegemónicamente”.
Primero lo primero
Series como Ozark (Netflix), de la que se espera el estreno de su cuarta y última temporada este año, o Succession (HBO), que tendrá su tercera entrega este 2021, sirvieron a la familia con refinamiento en el terror. En Ozark, Marty Byrde (Jason Bateman) es un contador que se dedica a blanquear distintos negocios para aplacar la urgencia con la que un cartel mexicano quiere dejar las cuentas claras. Marty es un recién llegado al hampa, por lo que regentea el lavado haciendo camino al andar. Como cualquier ser humano que aprende un trabajo nuevo goza de la impunidad que a menudo nos brinda el desconocimiento.
Marty se ampara en esa liberación que no se manifiesta, pero la podemos advertir. No sabemos si confía en la suerte de principiante, pero parece conectarse a un generador invisible de alto voltaje. A medida que avanzan las temporadas, los negocios crecen y avivan los deseos de su esposa Wendy (Laura Linney), quien empieza a tejer redes para ampliar el negocio y lavar más dinero proveniente del narcotráfico. Ella se esmera para demostrarle al cartel que puede ser tan útil como su marido. Marty va con todo contra sus planes y es capaz de cualquier cosa. ¿Se siente amenazado ante una esposa empoderada? ¿Tiene miedo de perder su rol como jefe de familia?
Como sea, en la lucha de poder todo vale: puede sobornar a la psicóloga para que medie a favor suyo en los conflictos maritales o discutir con el jefe de la mafia los alcances de sus movimientos. Conservador, cree que la ambición de Wendy atenta contra lo mucho que ya tienen. Sin embargo, tal vez Wendy entienda algo que Marty no: si la mafia es algo de lo que no se puede salir, que ocupe entonces cada aspecto de su vida. Su moral no se debate entre lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo malo. Es la de todo o nada. “Wendy es muy instintiva, tiene un gran sentido de la supervivencia y la capacidad y la valentía de perseguir, sin piedad, lo que quiere”, señaló Laura Linney luego del estreno de la tercera temporada.
Wendy también rompe con el esquema de la mujer gozando de los beneficios del negocio en manos de hombres, como hizo Skyler en Breaking Bad una vez que se enteró del negocio oculto de su marido, la producción de drogas a gran escala. Sin embargo, Linney tuvo que meter mano en el guion para que así sucediera. “Tengo que agradecer el esfuerzo que hizo Chris Mundy, nuestro showrunner, por reescribir el personaje para mí, sin duda no es el mismo que estaba en el guion del piloto. No tenía sentido tenerme en la serie si no iba a hacer nada con mi personaje”, expresó la actriz.
Levy, que tiene un podcast sobre series y feminismo (#LaPodcast), también rescata producciones algo olvidadas. “Weeds es una serie muy buena anterior a Breaking Bad y con el mismo tema, una mujer que vende drogas. Pero ahí la narrativa justifica la acción porque hay una pérdida. Su marido muere y ella se hace cargo para mantener a la familia. Es como si se muriera Tony Soprano. ¿Qué hacés? En Six Feet Under, para mencionar otra, cuando se muere el padre de familia tiene que volver Nathe al negocio de la funeraria. Es el hijo mayor, que es como el hijo mayor de los Logan, para hacerse cargo del negocio. Ruth, la mujer, se va a vender flores, no queda a cargo. Ella se corre”.
Drama interno
Bloodline (Netflix, tres temporadas), la serie que tiene como protagonista a la familia Rayburn, ofrece la economía familiar como centro de la escena, y la culpa, cuándo no, condimento fundamental. De la pesadilla de una criminalidad soberana a lo diáfano de la cotidianidad, la serie recorre todo el espectro compuesto por gruesos hilos y revelaciones demoradas.
Si todo drama constituye un viaje interno, el de los Rayburn es a través de un laberinto. La serie nos habla desde la voz de John (Kyle Chandler), policía. Sabemos que algo pasó, pero el misterio flota en el aire. Un repaso: Bloodline se desarrolla en Los Cayos, en Florida, donde los Rayburn viven y administran negocios ligados al turismo. Robert (Sam Sheppard, el típico padre rígido) y Sally (Sissy Spacek, la clásica madre negadora-contenedora) tuvieron cinco hijos: Danny, John, Kevin, Meg y Sarah. Esta última murió de pequeña ahogada y la historia rescata su presencia mediante flashbacks, un vagón de cola que acumula tensiones. La familia arroja la responsabilidad de esta muerte sobre el mayor de sus hijos, Danny (Ben Mendelsohn), el barrilete, que regresará a la posada familiar para hacer algunos negocios oscuros.
El mayor impacto de este regreso se observa en el funcionamiento interno del cerebro de John, que usa a Danny como una caja de resonancia humana para su propio proceso de pensamiento. El personaje de Danny, como un chivo expiatorio, parece reflejar la contracara oscura de esa vida idílica familiar en un paisaje soñado, y deja aflorar lo peor de cada uno. Pero ¿es Danny realmente la oveja negra que carga con toda la amoralidad de la familia, o simplemente un detonante que da rienda suelta a la ambición y la falta de escrúpulos de todos esos personajes en apariencia tan perfectos?
Para Cecilia Absatz, escritora, periodista de TN y analista de la cultura popular (autora además de un blog excelente, viejosmoking.com.ar), la familia siempre fue el eje de las ficciones, que cambiaron a la par de los cambios sociales. “Durante mucho tiempo la ficción mostró las familias como lugares de amor incondicional, protección y pertenencia. Con excepciones, por supuesto, desde Shakespeare hasta Dostoyevski. Hacia la década de 1970, con la decadencia del movimiento hippie y el flamante protagonismo del dinero cambió radicalmente el concepto del héroe. Comenzó con J.R. Ewing en la serie Dallas: por primera vez el héroe era un canalla. La familia ahora operaba como una monarquía. Un rey indiscutido, un príncipe heredero o alguien que se consideraba el príncipe heredero, pero se iba a llevar una sorpresa, una esposa cómplice por el solo hecho de desentenderse y otros aspirantes al trono. Cuando hay mucho dinero y poder toda la familia está involucrada. Con la excepción tal vez de Breaking Bad, donde Walter White deja fuera a su mujer durante todo el tiempo posible, las familias en general se convierten en una empresa, por ejemplo, la de los Corleone. Como en todas las familias poderosas o criminales prosperan vestidas de seda las grandes pasiones: la codicia, los celos, la envidia y la traición, solo por nombrar algunas”.
Esto algún día no será tuyo
Succession (en 2020 estrenó su segunda temporada por HBO) es protagonizada por la familia Roy, que maneja un imperio mediático cuyo líder, Logan Roy (Brian Cox), es un anciano despiadado que desconfía de sus cuatro hijos para delegarle el control de los negocios. Si algo distingue a Logan de otros jefes de familia es su ceguera para cumplir con las metas del trabajo. Si de la inmensidad de los negocios a gran escala puede esperarse cualquier excentricidad, por momentos pareciera que para Logan esas cosas son, todas, minucias. Su expresión cínica, desafectada de sentimientos, acaso solo reflejados por uno de sus hijos, Kendall (Jeremy Strong), transforma a Succession en una narración descarnada. La mansión de los Logan es un campo regado con ambición y competencia, fichas que los personajes recogen de a poco. La serie subraya la sinuosidad del terreno. La cámara se mueve como si filmara un videoclip e incluso con las escenas consumadas permanece titubeante unos segundos como si aún esperara algo. ¿Acaso más maldad?
Succession parece decirnos que, de última, todas las canalladas pueden sobrellevarse con alguna gracia. Pero la serie se muestra más atractiva cuando posa sobre la comedia. Son los momentos en los que se lucen Tom (el marido de Shiv, la única hija de Logan) y Greg, el sobrino provinciano que le cayó como un paracaídas al grupo familiar. Un tándem que le debe más a la ingeniería defectuosa del Coyote y el Correcaminos, la serie animada de Looney-Tunes, que al soap-opera de este estilo, deudor de Dallas y Dinastía. Poco importa que la televisión siempre nos hable con la claridad que desearíamos. Está ahí y nos convoca.
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