Hacía tiempo que Sergio le venía pidiendo a varios médicos que le revisaran el pecho izquierdo, porque sentía una dureza y le costaba dormir boca abajo, tal como estaba habituado. Ellos le respondían que se iba a ir solo, que era una bolita de grasa, que tomara antinflamatorios y bajara de peso. Después de insistir, le ordenaron remover la dureza, realizar una biopsia y obtener la opinión de un ginecólogo, el Dr. Vollenwinder, un médico que, a partir de ese día, acompañaría a Sergio en los peores momentos de su vida.
"Retiré los resultados de la biopsia y fui confiado a la consulta", recuerda, "Me sentía muy bien y no hice lo que siempre hago: abrir los informes y leerlos. Cuando el médico leyó los estudios se agarró la cabeza y me dijo: Sergio esto es malo, muy malo. Tenés cáncer de mama. Yo no entendía nada. Mi mujer, Flavia, se puso a llorar. ¿Cáncer de mama? Me explicó que era extraño, pero que se daba en hombres, y que si no se removía rápido corría el riesgo de que hiciera metástasis y complicara más aún la situación".
Para Sergio y su familia, el golpe fue devastador, pero estaba decidido a ganar la batalla. "Aunque sinceramente me sentía dentro de una verdadera pesadilla", confiesa hoy, "De ser un hombre sano a esto, era increíble. Si bien para mí el tiempo se había detenido, empezó a correr en forma desenfrenada y llegaron las preguntas de siempre: ¿Por qué a mí? ¿Yo qué hice? Y la respuesta lógica: ¿Por qué no a vos?".
Luego de la intervención, el estudio de la evaluación de metástasis dio resultado negativo y Sergio comenzó con las quimioterapias. Los efectos físicos no se hicieron esperar y a los 20 días de la primera quimio se le empezó a caer el pelo. "En un turno con la gastroenteróloga, ella me encontró llorando en el pasillo de la clínica, me abrazó, me llevó al consultorio y me dijo: `Llorá todo lo que necesites, vos sabías que esto iba a pasar´. Sabía, sí, pero aun así fue durísimo", continúa Sergio.
La batalla resultó cruel, pero todo había marchado bien y Sergio estaba en la recta final hacia una vida normal. Sin embargo, y en un segundo, su realidad cambió para siempre.
Caer en una fosa
El día que Sergio tuvo el accidente, le faltaban 5 sesiones de rayos y una quimio doble para concluir con su tratamiento.
Todo sucedió en el taller mecánico al que había ido con la simple intención de cambiar las luces de posición. Estaba con su esposa y su hijo menor, al que acababan de buscar de un cumpleaños. "Andá al taller otro día, pa", le dijo el pequeño, pero Sergio no le hizo caso y allí, envuelto en la oscuridad del lugar, cayó en una fosa que no estaba señalizada, lo que le provocó una doble fractura de húmero izquierdo por rotación. Y así, Sergio tuvo que enfrentar otra batalla; una más compleja de lo esperado y que casi le cuesta la vida.
Después de las primeras intervenciones, en noviembre de 2015 le removieron el yeso y le colocaron un cabestrillo que pasaría a ser parte integrante de su brazo y de su vida durante mucho tiempo. Luego, llegó la primera operación para colocar una prótesis y el primer llamado de atención respecto a la idoneidad del médico traumatólogo: "Mi mujer, Flavia, le consultó si no iba a investigar o hacer estudios por mis antecedentes cancerígenos y el tratamiento que había recibido. Él le contestó que no tenía ninguna importancia", rememora.
Sin más, en diciembre de 2015, Sergio se sometió a la intervención para colocar la prótesis que supuestamente corregiría su fractura. "Ese día sufrí el dolor físico más grande de mi vida. Realmente quería que me sacaran el brazo. Tuvieron que darme morfina y dormirme, porque no podía soportar tanto", revela hoy.
Pero lo que Sergio jamás imaginó, era que esa sería la primera de una larga serie de operaciones dolorosas que no lo llevarían a ningún lado y terminarían por completo con el hueso del húmero y lo dejarían al borde del abismo.
Nada más que hacer
Para enero de 2016 la zona de la operación se infectó. "Mi mano estaba tan hinchada que parecía un sapo. Noches despierto sin poder dormir de dolor, llorando de impotencia, durmiendo sentado, con mi señora al lado apoyándome, porque otra cosa no podía hacer y Santiago, que preguntaba por qué lloraba, me traía agua y me acariciaba", cuenta Sergio, conmovido. Por aquellos días, y ante semejante dolor, intervino el Dr. Lucas Stefanini, el infectólogo que en ese momento lo salvó de una amputación segura.
"En mis 53 años de vida siempre fui y seguiré siendo una persona que le gusta proveerse de las cosas solo. Puede que sea un gran error, pero es mi forma de ser. No estaba acostumbrado a que me bañen, me corten la carne, me vistan, me ayuden a ir a hacer mis necesidades... Todo pasó a girar en torno a mis tiempos y eso me ponía muy mal. Entre tanto, ya había pasado un año del cáncer. El tiempo volaba, pero para mí se había detenido hacía mucho", continúa.
Una cirugía tras otra, Sergio siguió confiando en las directivas del médico con la esperanza de recuperar su brazo. Sin embargo, sus huesos tenían algo que rechazaba todo lo que ponían. "Y mientras tanto, toda mi familia ya concurría al psicólogo. Nos habíamos convertido en cualquier cosa menos justamente eso, una familia", explica.
Para junio de 2016, después de sumar operaciones fallidas y nuevas heridas en el cuerpo, la mujer de Sergio recibió la peor noticia por parte del traumatólogo: no lo iba a atender más, porque ya no le quedaba hueso después de tantas intervenciones. No había nada más que hacer.
"En algún momento, el médico me expresó que había sentido nombrar a un tal Dr. Segura, que se dedicaba a huesos oncológicos", cuenta Sergio, "Cuando lo dijo, me pregunté por qué me mencionaba la posibilidad de ver a ese médico, si teóricamente mi húmero no había sido afectado por el tratamiento ni por el mismo cáncer. Tiempo después, supe que ese médico que había `sentido´ nombrar, había sido su profesor".
Una nueva esperanza
Como consecuencia de las operaciones, Sergio, que tenía inconvenientes cardíacos, terminó con 3.500.000 de glóbulos rojos y una anemia extrema, lo que lo llevó al límite de una embolia pulmonar y un infarto. "Quedé internado, destruido en la cama, con mi fe hecha añicos y con mi esperanza de ver el brazo recuperado y mi vida normalizada cada vez más lejos. Pero nunca bajé los brazos. Activaron todo el protocolo para transfundir sangre y gracias al cielo aparecieron donantes; la que faltó la compró la empresa para la que trabajo en el Banco de Sangre de Córdoba y la envió", continúa.
Y un buen día, de la mano de una tía, Sergio consiguió un turno con el Prof. Dr. Florencio Segura, el especialista en huesos oncológicos. "Jamás olvidaré esa primera visita", recuerda, "Me dijo que me habían dejado parado al borde del abismo".
El médico le dio dos opciones: o le amputaba el brazo, que ya no servía porque todo estaba suelto y roto, o le realizaba un trasplante de húmero. "Sergio, las probabilidades de éxito son de un 80% contra un 20%, porque en medicina nada es absoluto, todo es relativo. Si se infecta o tenemos algún inconveniente tendríamos que amputar, pero estarías en la misma situación que ahora", le dijo. Sergio no tenía nada que pensar e hizo uso de aquella última esperanza. Así, el Dr. Segura se tomó el trabajo de hablar con todos los actores importantes y obtener luz verde total. Adoptó el caso como su gran desafío.
La primera parte de la operación se llevó a cabo el día 11 de octubre de 2016. "Dentro de la sala de operaciones me cantaron el cumpleaños feliz, porque era mi 15ª operación", recuerda Sergio emocionado. "Ese maravilloso día todo salió más que bien. No puedo expresarles la felicidad que sentí cuando me levantaron el brazo y comprobé que estaba unido a mi cuerpo. No lo podía creer, después de tanta lucha, tanto sufrimiento el Dr. Segura me lo había devuelto. Me comentó que a mi húmero lo tuvo que sacar de a pedacitos. Para los especialistas, los resultados fueron un milagro. Y realmente lo era. No tenía más el hueso roto, destrozado. En su lugar tenía un hueso, fabricado, pero era un hueso".
"El milagro es tuyo"
Para Sergio, el milagro había sido su médico y se lo dijo. "No Sergio, no te confundas", le respondió, "Yo solo puse la ciencia y mis conocimientos. El milagro es tuyo, vos pusiste todo el resto. Vos pusiste el cuerpo, las fuerzas, la fe, peleaste esta operación como el mejor. Era tu última oportunidad y pusiste todo".
El 1 de diciembre de 2016, luego de más 14 meses, Sergio volvió a su trabajo. Aún le faltaba colocar la endoprótesis y no podía levantar peso, pero de a poco, volvía a sentirse cómodo en su piel. La prótesis final fue colocada en abril del 2017 con éxito.
"Obviamente tengo mis dificultades por las secuelas, pero escribo en la computadora, manejo, viajo... No puedo explicar lo que siento. Sé que de pronto vi la luz en un túnel negro y oscuro. Esa luz es la que ahora puedo disfrutar. Yo puedo ser una parte de lo que considero mi milagro, pero la otra se la dejo al ángel que se puso en mi camino: el Prof. Dr. Florencio Segura. Un hombre sereno, seguro de sus actos y sobre todo seguro de cómo tratar a una persona que venía de un cáncer y anímicamente destruido por todo lo que me estaba pasando. Hace un tiempo él me hizo esta pregunta: `Nunca me explique lo fantástico de tu recuperación. ¿Vos me la podés explicar?´ Le contesté que me aferré a algo que el ser humano tiene en su interior y se llama instinto. Instinto de supervivencia y acá estoy. Mientras haya vida, nunca hay que rendirse", concluye Sergio con una sonrisa.
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