Sergio De Loof. “Soy autodidacta, mis caminos fueron la belleza y el amor”
A través de una propuesta de Lucrecia Palacios, del equipo del Museo Moderno, se encendió la chispa para que Sergio De Loof (Buenos Aires, 1962), uno de los grandes creadores de lugares como obras de arte, ambientador de la noche porteña por décadas y diseñador de una moda evocativa y piquetera, tuviera su primera muestra antológica en una institución pública. Si bien ¿Sentiste hablar de mí? fue ideado como un recorrido por diferentes núcleos de la obra deloofiana, el término "muestra" no alcanza para describir lo que se transforma en una experiencia donde conviven la melancolía, la audacia y el humor, y que se deja leer como un manifiesto sobre las posibilidades y los límites del arte en un país del tercer mundo. "Sabía que Victoria Noorthoorn, la directora del museo, hacía mucho que quería organizar una muestra de Sergio. Trabajaron juntos en la Bienal del Mercosur en Porto Alegre y en una muestra en Miau Miau que se llamó Bolita. Me dijo que si me animaba, lo hacíamos, y nos animamos. Desde enero, empezamos a armarla", cuenta Palacios mientras De Loof regresa de la vereda del museo, adonde había ido a fumar un cigarrillo. "¡Yo jamás trabajo tanto por algo!", dice. Al parecer, por la satisfacción que expresa, esta vez valió la pena. En la planta baja del museo se pueden ver videos de desfiles y fiestas, fotografías, vestidos y accesorios de materiales insólitos, la colección completa de la revista Wipe, escritos, pinturas e intervenciones del artista de Berazategui sobre copias de obras de maestros rococó del Viejo Continente.
–¿Habías guardado todo ese material en tu casa?
–Los Mondongo me recomendaron donar todo, todo, todo a Fundación IDA (Investigación en Diseño Argentino), hasta una zapatilla, todo, sin fines de lucro. No sabés lo que me costó firmar eso. En mis distintos ranchos donde anduve viviendo, se me mojaron las notas de los diarios y los VHS tenían humedad. Eran cientos de VHS y ellos lo convirtieron a digital. Sin IDA, no hubiera podido conservar nada.
–Cuando se recorre la exposición surge el interrogante de qué es obra y qué es registro.
–Para mí es todo obra. La palabra registro no sé qué significa. Aunque las fotos o los videos sean de otros, también es arte. Arte de otro.
–Vos siempre hiciste arte con otros.
–Queríamos crear. Por ejemplo, una vez propuse ir a un barrio ferroviario en Remedios de Escalada y sacarnos fotos. No tenían ningún sentido comercial, no sé para qué las hicimos. Son fotos como de linyeras, las llamé Los harapos de la réalité de la machine de la couture. Se había hecho en Recoleta un desfile de todos esos harapos juntos. No me acuerdo para qué lo hacíamos, para quién, pero el fotógrafo Gustavo Di Mario siempre estaba dispuesto, las modelos y yo también. Nadie me cobró nada, capaz se agarraban los vestidos, las bufandas de lana, ¿qué me importaba a mí? Está todo hecho gracias a gente que no me cobró. ¡Imaginate a Di Mario cobrándome! Nunca me cobró en mi vida. Si me cobraba, estaba perdida.
–¿Con la muestra en el Museo Moderno te sentís por fin reconocido por las instituciones artísticas?
–No. Ayer vi una foto que atrás del vestido decía "Decoración". No soy diseñador de moda, soy todo. Soy un guacho, porque lo primero que dije cuando llegué fue: "Por favor, necesito que me tapen esas columnas". No podían estar en la muestra sino como están ahora.
–Si no es como diseñador, ¿cómo te definirías?
–Creo que soy más ambientador, una especie de hostess. La noche de la inauguración se demostró que nadie vio nada. Solo se encontraron los muertos que salieron de las catacumbas. Nadie vio una sola obra. Por ahora, la obra está para verse. La muestra va a durar cuatro meses. Pero para la noche de la inauguración, la señora Noorthoorn dijo: "Quiero fiesta". Entonces llamé a un disc jockey y le dije qué temas pasar. Y fue eso, fue una fiesta, no una muestra. Ahora estará entrando la gente para mirar.
–Recién llegó Juan José Sebreli.
–No lo conozco, solamente de nombre. A mí, cuando no lo conozco, no me importa. Soy reorgullosa.
–¿No te parece reduccionista que digan que sos el artista que retrató los años noventa?
–Hoy hubo un titular en una nota: "Arte efímero". Es raro. Es como que estás y no estás. Me pareció rara la palabra efímero. No me cae bien.
–Algunos de tus vestidos son efímeros porque, al ser de papel, se rompen en el mismo desfile. Duran poco.
–Ahora parece que vamos a San Pablo y para mí no sé si es más fácil romperlos que volverlos a hacer. No sé en qué vamos a ir ni si los vamos a llevar en la caja. [Ese proyecto aún se está gestionando]. Tengo un reality filmado en Río que se va a presentar, si Dios quiere, en el Bafici. Lo filmamos cuando fui al Belmond Copacabana Palace. En mi vida pude sentir algo parecido. All inclusive, el número 0 era la recepción y el 7, room service. Y a mí me alcanzaba para todo. Lo dirigió Fernando Portabales. Estaba siempre adentro de la habitación. Nunca me moví. Yo fui a Río ochocientas veces, con distintos presupuestos, a distintos barrios, a distintas locaciones, no me interesa más. Solamente me interesa el Belmond Copacabana Palace, que lo compró Louis Vuitton ahora. Por favor, averigüen quiénes durmieron ahí. Ni el Waldorf Astoria, ni el Ritz, ni el Plaza, ni los hoteles de Dubái, ninguno me esnobea, solo el Belmond Copacabana Palace. Los que fueron ahí en los años cincuenta, Frank Sinatra, Walt Disney, Lady Di. Es muy divertido, muy vintage. Tiene color blanco y dorado, y tenés que atravesar la avenida Atlántica, y ya estás en la playa. Yo igual ni la pisé.
–¿Y qué hacías entonces?
–Salía a mi balcón, tenía vista a la piscina, volaban unas gaviotas negras rarísimas, los pombos. ¡Conocí a Jean Paul Gaultier! Había invitado a una amiga, la Cristian Dios, hicimos dos viajecitos de cinco días cada uno, dos horas y media de vuelo; las dos estuvimos todo el vuelo tocando el timbre, pedíamos agua, cualquier cosa, estábamos nerviosísimas. A mí no me pueden encerrar más de ese tiempo en ningún avión, salvo que esté absolutamente medicado. Por eso ya me despedí del mundo. Tengo problemas de pulmón, y a la vez ya quiero irme a fumar un ratito.
–¿Es verdad que tu formación está basada en revistas de moda y en películas?
–La edad de la inocencia y El arca rusa son dos películas que me educaron. Soy autodidacta, iba a Bellas Artes e hice primer año por tres años. Era cualquiera. Nos íbamos todos al cine a ver Visconti, a la Cinemateca Hebraica, a la Leopoldo Lugones, al Cosmos. No íbamos a la escuela. En YouTube vi que Edith Piaf, cuando una periodista le pregunta qué le recomendaría a una persona, ella le contesta: "A mí". Mis caminos fueron la belleza y el amor.
–¿Ahora hay lugares que son obras de arte?
-Se terminó todo. Me da vergüenza que en Buenos Aires no haya un lugar de vanguardia. El otro día salí de un barsucho en la calle Arroyo. Entraban turistas. Y yo pensaba: "Qué papelón que esto sea una cervecería igual a las que existen en cualquier parte del mundo". Porque yo me lo tomo a Buenos Aires como mío. Y yo no soy una cervecería como cualquier cervecería de cualquier parte del mundo. Ni cerveza había, solo champán y sidra.
–¿Vas a escribir un libro?
–Sí, sobre mi vida. Quiero escribir mi vida entera. Lo que pasa es que quiero escribirlo en el Copacabana Palace con una secretaria.
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