“Seré de los últimos hombres en verla”: el testimonio de un piloto nazi antes de bombardear Londres
La Batalla de Inglaterra fue el intento que hizo Alemania para someter a las islas luego de su rápida avanzada al comienzo de la Segunda Guerra Mundial; la capital bajo fuego y la mirada de los soldados nazis
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La primera vez que Gottfried Leske vio Londres fue antes de bombardearla. Era julio de 1940 y el joven sargento de la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi, contempló la imagen del centro urbano que traspasaba el cristal de su cabina mientras su avión descendía hacia el ataque.
Quedó impactado: “No puedo olvidarla. La vi por primera vez, y apuesto a que también será la última. Fue durante el segundo viaje. El cielo estaba sin una nube, aunque al anochecer se formó una pequeña neblina. Pero a pesar de ella pude ver los tejados de Londres”. Este instante fue descripto por el aviador en su diario, que apareció publicado como el libro Yo fui un piloto nazi.
Leske fue parte de las primeras misiones de la Batalla de Inglaterra, campaña aérea en que la Luftwaffe procuró preparar las Islas Británicas para la invasión nazi a través de bombardeos sobre bases militares, objetivos navales y centros urbanos.
Su objetivo era la destrucción, y por eso observó con fines históricos la ciudad que le habían encomendado destruir: “He tratado de fijar su imagen en mi mente, porque estoy seguro de que seré uno de los últimos hombres que vean Londres”.
La atracción espontánea por la ciudad milenaria se combina con su fanatismo nazi, que lo lleva a proyectar conquistas que sintió al alcance de la mano: “Por un momento, pensé que había hecho muy mal en no haber ido nunca a Londres, ya que ahora no tendría ocasión de ir, porque hoy, cuando volaba sobre la ciudad mayor del mundo, supe con absoluta certeza, como si pudiera predecir el futuro, que todo aquello sería destruido”.
Guiado por la fe fanática en la causa nazi, Leske buscó infligir el mayor daño posible en aquella ciudad que, por otra parte, lo cautivaba: “No pasa una noche sin que provoquemos un incendio en el corazón de Londres. ni una sola noche sin que su cielo se tiña de rojo sangriento por el resplandor de las llamas (...) Ayer parecía como si el Támesis estuviera ardiendo. Así llevamos ya un mes”, y concluye: “Londres está agonizando”.
La ciudad entera ardió como no lo había hecho desde el gran incendio de 1666. Más de 27.000 civiles británicos murieron en los bombardeos, que generaron desplazamientos masivos hacia la campiña inglesa. Pero la RAF resistió y la Luftwaffe nunca consiguió su objetivo de dominar el aire.
Detrás de la historia personal de Gottfried Leske, se desenvolvía una de las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial, uno de los momentos que revirtió la primera tendencia de victorias alemanas y generó la esperanza de una victoria aliada que se concretaría casi cinco años después.
“Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”
Julio es uno de los mejores meses para volar sobre las islas de Gran Bretaña. El verano despeja lo más posible el cielo nublado de la costa, y los acantilados del Dover marcan los primeros signos de tierra visible desde la costa continental del estrecho de Calais. En julio de 1940, los pilotos de la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe, aprovecharon estas condiciones para llevar a cabo la primera etapa de la Operación “León Marino”: la invasión nazi sobre el suelo inglés.
La pesadilla solo era posible por una serie de factores previos como la caída sucesiva de los Países Bajos, Bélgica y Francia ante las tropas mecanizadas de la Alemania nazi en 1940. Los mismos británicos habían protagonizado una evacuación accidentada de tropas a su isla desde las ciudades francesas de Dunkerque y Calais, la más cercana al imperio, bajo dominio inglés hasta 1558.
El 10 de mayo, el ejército alemán había invadido los Países Bajos y, desde el 22 de junio, París se convirtió en la capital de un estado de ocupación alemán sobre Francia. Además, las pequeñas islas de Jersey, Guernsey, Alderney y Granville, los territorios más orientales del Reino Unido sobre el canal de la Mancha, estaban ocupadas por los nazis desde fines de junio.
Los primeros bombardeos fueron el 10 de julio y tuvieron como objetivo las defensas costeras en el lado inglés del canal de la Mancha. El comienzo de la guerra en las islas coincidió con una propuesta de armisticio entre las máximas autoridades del Tercer Reich y la oficina del Primer Ministro británico.
Pero para Winston Churchill no había otra opción que la rendición de Alemania. Ya había advertido tras la capitulación francesa: “La Batalla de Francia ha terminado. Presiento que la Batalla de Inglaterra está a punto de comenzar”. No había alternativa posible: el Reino Unido debía resistir.
El plan de Hitler para invadir Gran Bretaña implicaba el dominio del aire; la Luftwaffe, entonces la fuerza aérea más grande del mundo, debía anular a la Royal Air Force para exponer las playas del sur de Inglaterra a un ataque de tropas anfibio. Luego de los bombardeos, especulaban con lanzar el desembarco en septiembre: una forma de aprovechar las altas mareas y la luna llena.
Parecía un plan posible: el historiador Abraham Rothberg recuerda en su Historia Gráfica de la Segunda Guerra Mundial que “los alemanes contaban con 2.670 aviones contra los 1.475 de la RAF”.
Los bombarderos Heinkel o Stukas alemanes (con la cruz teutónica pintada bajo sus alas) eran acompañados por los cazas Messerschmitt, tecnología de punta para la época, que buscaban infringir el mayor daño posible a las aeronaves aliadas que salían a repelerlos.
El Comandante Supremo de la Luftwaffe, Hermann Göring, decidió comenzar el ataque aéreo por las defensas costeras de Inglaterra. Los pilotos británicos respondieron a estos avances con sus cazas Hawker Hurricane y Spitfire, en una resistencia contra todo pronóstico que hizo que, entre julio y octubre de 1940, los alemanes perdieran 1.733 aviones y la RAF, 915. Esta primera victoria llevó a Churchill a decirle al pueblo que lideraba: “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”.
Al encontrar mayor resistencia de la esperada, los planes nazis cambiaron su eje, y fueron de las defensas costeras hacia las ciudades más importantes. En septiembre, los bombardeos llegaron a Londres. Las sirenas antiaéreas sonaron lo antes posible para alertar a la población del ataque inminente. Las bombas incendiarias de la Luftwaffe barrieron la ciudad hasta mediados de noviembre.
Mientras los londinenses pasaban noches enteras en las estaciones del subte para protegerse de las bombas, los pilotos alemanes realizaban vuelos casi diarios a las islas. Los territorios ocupados en Europa ya comenzaban a padecer las medidas de segregación nazis, pero el Reino Unido se mantenía como el único obstáculo en el objetivo alemán de dominación continental. El 25 de agosto de 1940, los ingleses bombardearon Berlín.
Insatisfecho, Hitler retrasó varias veces los planes de invasión sobre Gran Bretaña, y los pospuso indefinidamente en junio de 1941, cuando comenzó su ofensiva hacia la Unión Soviética.
A pesar de grandes pérdidas, el Reino Unido había vencido la batalla por su existencia. Desde entonces sirvió de base occidental para el ataque sobre el Tercer Reich. Casi cuatro años después del comienzo de la Batalla de Inglaterra, el 6 de junio de 1944, los puertos del Imperio británico serían el punto de partida para la flota que desembarcó en las playas francesas de Normandía y dio una estocada casi definitiva a la pesadilla del Tercer Reich en Europa.
Una vez que creció el empuje aliado, los bombardeos también sucedieron sobre las ciudades alemanas: entre el 13 y el 14 de febrero de 1945, la RAF y la Fuerza Aérea estadounidense dejaron caer 4.000 toneladas de bombas sobre Dresde, dejando tras de sus hélices la muerte de al menos 25.000 civiles, casi dos meses antes de la capitulación alemana.
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