Ser parte del viaje de otros puede transportarnos a nuevos universos
Si nuestra casa es, como dice Bachelard, nuestro primer universo, entonces el mío estuvo siembre bastante poblado y, sobre todo, muy compartido con seres de otros lugares.
Después de un capricho de adolescencia tardía con Couchsurfing, con mi pareja de aquel momento, con quien viví en Londres, decidimos entregarnos al mundo del intercambio comercial y publicamos nuestra hermosa habitación con vistas a un jardín inglés, cantos de pájaros por la mañana y la cuota de fauna y entretenimiento de parte de zorros y ardillas, en lo que a mediados del año 2009 era todavía uno sitio Web novedoso para ofrecer alquileres temporarios. Se llamaba Airbnb.
No nos resultaba raro pensar en compartir con un completo desconocido nuestro departamento de tres ambientes, pero sí nos incomodaba pensar que, habiendo dinero de por medio, la gente podía quejarse, reclamar o, la peor pesadilla del mundo tecnológico, dejarnos un review negativo.
Meses después, justo entre Navidad y Año Nuevo, recibimos a nuestra primera huésped, Anabelle. La experiencia fue tan buena que decidimos continuar. Anabelle había sido encantadora y sugerir paseos, mostrarle nuestro barrio y compartir lo que teníamos para decir de Londres, nos hizo tomarnos muy en serio nuestro rol de buenos hosts: nos profesionalizamos comprando una cama nueva, sábanas y toallas, y un par de guías de la ciudad. Con los meses se fueron multiplicando las habitaciones ofrecidas en nuestro barrio universitario, pero también creció la cantidad de pedidos de personas que querían quedarse con nosotros.
En nuestra casa se alojaron abuelos que venían a conocer a sus nietos, una pareja que había decidido viajar por seis meses alrededor de Europa a modo de luna de miel y una estudiante alemana que se encariñó tanto con el lugar que se quedó casi nueve meses.
Incluso nos animamos a alquilar la habitación cuando no estábamos en la casa: algún amigo nos hacía el favor de abrirnos la puerta, entregaba nuestro pack de bienvenida, dejaba los teléfonos de emergencia sobre la heladera, y unos días después venía a chequear que todo estuviera bien.
Hoy mi vida es muy diferente y ya no está más aquella habitación del fondo. Me quedan las 44 recomendaciones positivas, la experiencia de haber conocido 70 personas de todos los continentes y un par de buenas amistades.
En definitiva, puedo decir que recibir gente pasó a ser, después de esta experiencia, algo que realmente disfruto: en cierto modo, ser parte del viaje de otros también me transporta a esos nuevos universos tan diferentes.
La autora es fotógrafa