¿Ser bisexual es no saber elegir o todo lo contrario?
“No entiendo a las bisexuales”, me dijo una chica lesbiana con la que chateaba y me encontré de nuevo en esa situación horrible en la que la otra persona espera que le dé explicaciones sobre mis gustos sexuales y amorosos. De nuevo, frente a un otro, yo tenía que justificar mis deseos.
No es la primera vez. Sucedía con el mundo cuando salí del clóset pero, además, me pasó varias veces en el mundo lésbico. Una, que fue la primera en la que me topé con este problema, fue cuando me abrí Tinder. Puse que solo buscaba chicas y empecé a chatear con una que, apenas me dijo “hola”, me preguntó si era lesbiana. Le respondí que no, que era bisexual, aunque no entendía bien por qué elegía esa como primera pregunta. Al toque me di cuenta, no le gustaban las bisexuales. Me desorientó. Terminamos discutiendo al respecto. “No me copan ustedes, no se deciden”, dijo y me bloqueó.
Esa secuencia me dejó recalculando pero nunca más volví al tema hasta que me crucé tiempo después con dos chicas en menos de una semana que ¡pumba!, de nuevo la bendita pregunta: ¿sos lesbiana o sos bi? Y otra vez la misma reacción: molestia al escuchar mi respuesta. Una de ellas me dijo que no nos entendía, otra me preguntó si había estado de novia con alguna mujer y, cuando le dije que sí, que con tres y con un varón, lanzó: “ah, pero entonces sos lesbiana y los chicos te gustan para pasar el tiempo”.
Otra vez yo desorientada.
¿Por qué hay que ser una cosa o la otra? ¿Por qué cuesta aceptar otra categoría que no sea varón-mujer o hetero-gay? Para responder a estas preguntas me puse a charlar de este tema con Charo Márquez, socióloga, feminista y disidente, que me intentó explicar un poco por qué nos cuestan tanto las etiquetas pero, a su vez, nos vienen tan bien para acomodarnos.
El "problema" de no decidirse
Cuando le conté lo que me pasaba, ella compartió también situaciones similares porque, claro está, lo que sucede con este tipo de elección sexual, no es excepción sino una regla y hete aquí esta nota. “Durante unos años colaboré con una ONG que llevaba adelante una agenda LGTB. Yo era la única bisexual y en esa época mi pareja principal era un varón heterosexual y cis (hombre cuya identidad de género y género biológico coinciden) y tenía amantes, que en general eran mujeres. No había reunión formal o informal en la que no me preguntaran por lo menos una vez si ya me había definido. Me lo decían en tono de chiste, como en la primaria cuando me burlaban por gorda o por judía. La misma mueca risueña y punzante que va directo al nervio que me hace llorar”, me cuenta.
¿De dónde viene ese comentario? ¿Qué pasa con esta elección que genera tanto en los otros? “Me parece que la bisexualidad incomoda porque pone el deseo sobre la mesa nuevamente. Si antes, en los ochenta y noventa, las lesbianas y gays representaban la promiscuidad (al decir de esa época, hoy diríamos cosas más copadas como ´el fluir del deseo´), hoy representan a la familia, al baby-les-boom, a Marley criando a su hijo a través de Instagram”, responde Charo y muestra ahí un punto clave. Lo que hace unos años generaba preguntas ya no las genera. Pero lejos estamos de tranquilizarnos porque siempre, y menos mal, hay algo que sí.
Aún así, los números inclinan la balanza hacia la bisexualidad- dándole tal vez la derecha al padre del psicoanálisis Sigmund Freud que dijo que “todos en potencia éramos bisexuales”- en un estudio publicado en la revista Archives of Sexual Behaviours que sostiene que el porcentaje de adultos que tuvo experiencias sexuales con personas del mismo sexo se duplicó desde los 90 hasta el 2010. Y no sólo eso, otro estudio hecho por la Facultad de Psicología de la Universidad de Essex, sugiere que la mayoría de las mujeres, aunque digan que son hetero, son homosexuales o bisexuales. De las 235 chicas que participaron, un 82% sintió excitación tanto con hombres como con mujeres. Sorpresa.
Cuando al final acepté que también me gustaban las chicas, dejé de tener mambos con eso, pero cada vez que se plantea esta cuestión a veces pienso que, tal vez, debería decir que soy lesbiana y ya. Pero no soy la única, a Charo le pasa lo mismo: “Yo misma me discrimino, que tengo la bifobia internalizada y pese a que efectivamente tengo vínculos sexoafectivos con varones cis o trans, me digo lesbiana. Lo digo públicamente porque es un problema, es algo para pensar. ¿Cuál es el límite del lesbianismo? Una golondrina no hace verano, pero ¿un encuentro con un varón te hace bisexual? ¿y a la inversa?”.
Ni sí, ni no, ni blanco, ni negro
Hay muchas aristas para analizar sobre este tema porque no es sólo el colectivo, sino el afuera, quien ejerce un poder sobre nuestras decisiones, en este caso, sexuales. “Cualquier cosa que rompa con la dicotomía de sí o no, blanco o negro, masculino o femenino, cis o trans, heterosexual u homosexual, molesta. Nuestra sociedad sigue pensando en estos términos y la bisexualidad se corre de ahí. Es un constante correrse incluso dentro del movimiento”, dice Charo.
Pero hay una clave de por qué dentro del mundo lésbico, las bi somos miradas con recelo y tiene que ver con las muchachas que quieren “probar” pero no se animan. “A las chicas lesbianas a veces les pasa que las bisexuales o 'peor' aún, las heterocuriosas (chicas que son heterosexuales pero les gusta cada tanto una chica), son histéricas, vuelteras, que seguro las van a dejar. Son mujeres que no se identifican como bisexuales, pero un poco sí. Como un híbrido, o un paso previo, como si las identidades fueran un juego de la oca. Lo cierto es que si bien una puede intentar protegerse por experiencias dolorosas previas, juzgar a la gente por sus identidades sexoafectivas es igual de demodé que hacerlo por cualquier otra cosa. Para mí las categorías sirven para la lucha política, para la pelea por el reconocimiento, para ponerle palabras a las cosas que nos pasan, pero no se si para la vida sexoafectiva real sirven, creo que no”, detalla Charo.
Igual, no son sólo las mujeres tienen conflictos a la hora de enfrentarse con un deseo fluido, claro que no. Los hombres también se confunden. “¿Cuando vas a un bar, mirás chicas o chicos?”, me preguntó la otra vez un amigo. “Miro todo”, le respondí y me quedé pensando en por qué genera tanta curiosidad y confusión. “A los varones cis hetero en general les están pasando un montón de cosas con el universo del deseo de las mujeres y como la bisexualidad pone en la mesa el deseo explícito, activo y fluido, los saca de las casillas; sobre todo cuando piensan que una mujer bisexual no va a respetar la tan sagrada monogamia porque va a tener que ir a buscar a una mujer para satisfacerse porque algunos piensan que ser bisexual es sinónimo de necesitar una cantidad infinita de amantes. Todos delirios, obvio, una persona puede ser bisexual y respetar un acuerdo monogámico o no, no sé, depende de la persona, del vínculo”, sostiene Charo.
Para la fantasía masculina y nada más
Y así como el machismo impera y es transversal a nuestra existencia como seres sociales, acá también juega fuerte y no falta el hombre que escucha que una es bisexual y ya se imagina una fiesta con dos chicas alabando su masculinidad. “Otra cosa que puede pasar con los varones es que se les llene la cabeza de fantasías en las que las mujeres están juntas para el disfrute de él y surgen cosas como propuestas de hacer tríos a la primera salida. Es machismo, claro, es pensar que todo, incluido nuestro deseo, tiene que girar en torno a sus expectativas y cuando se chocan con la realidad de que no, es un problema, se ponen densos, agresivos” agrega.
Pero dejemos eso de lado, porque en realidad lo que al final importa es otra cosa. Es que cuando tomás un decisión, cuando finalmente cerrás la idea y te das cuenta de que todo lo que te enseñaron no va con lo que sentís y que, lo que sentís, te alivia, te hace bien y está lleno de cosas buenas, la perspectiva del mundo cambia por completo. Y no importa si a las chicas, los chicos o al planeta tierra en general le dan muchas dudas sobre lo que a vos te copa o no.
Una vez en terapia le pregunté a mi psicólogo por qué me gustaban las chicas y él respondió, “Si fueras heterosexual, ¿te preguntarías por qué te gustan los hombres?”. Me pareció un gran argumento para terminar de resolver el tema. La próxima vez que me cruce con alguna chica que no entienda mis deseos, le diré que no debería importarle y que, con que yo los entienda, es suficiente.
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