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La sensación la desesperaba. Estaba perdida y no sabía hacia dónde debía caminar. 2021 se había presentado como un año lleno de obstáculos en todos los ámbitos. Después de muchos años sin contacto, había reaparecido su padre en el contexto de una internación por Covid. En paralelo, su abuela paterna había fallecido en forma repentina. Y su abuela materna, sostén clave en la vida de Julieta Ochagavia, había recibido un diagnóstico devastador: un cáncer de ovario en estado avanzado la estaba obligando a despedirse en forma anticipada de sus seres más queridos.
“Sufrí mucho. Mi cabeza no paraba de pensar y analizar qué hacer para salir adelante. Lo que sí tenía claro era que necesitaba hacer algo diferente. Y eso implicaba tomar una decisión firme en cuanto a mi futuro laboral. Sabía que no quería trabajar en relación de dependencia toda mi vida, porque sentía que no encajaba con ese sistema”.
“Sufrí mucho durante la infancia”
Criada en la localidad de Martínez, desde pequeña había aprendido a buscar siempre opciones diferentes. Quizás en un acercamiento temprano con la moda, a los cinco años había convertido un juego de niñas en un tímido primer negocio: armaba pulseritas y collares con mostacillas y las llevaba a la plaza que había cerca de su casa para venderlas. Sin embargo, cuando a sus seis años sus padres se separaron, tuvo que armar una coraza para atravesar una serie de conflictos entre adultos que, lamentablemente, terminaron por involucrar a los niños.
“Mi vínculo con mi papá nunca fue estable. Yo sufrí mucho durante la infancia todo ese proceso, porque entre había tanto violencia verbal como física y con denuncias de por medio. También continuamente tenían discusiones sobre cuota alimentaria, régimen de visitas, abogados en el medio, entre otros. Mamá se hacía cargo de prácticamente todo. Colegio privado, comida, actividades recreativas”.
Desde la separación, ella, su hermano y su mamá se habían mudado a la casa de sus abuelos. “Me crié con los valores que ellos me inculcaron: el ejemplo del trabajo y el sacrificio siempre dan sus frutos y marcan el camino correcto. Mi abuelo Mario, una persona amante del tango y súper emprendedor durante sus años de actividad laboral, había logrado salir de la pobreza junto a mi abuela Abigail Porto. Mi abuela siempre me contaba que ellos se sentaban en cajones de verdulería, cuando apenas tenían para comer”.
“Chau abu, nos vemos”
Por eso, la abuela había sido como una segunda mamá para Julieta. Pasaban mucho tiempo juntas. Y siempre la ayudaba en todo lo que necesitaba. Su espíritu alegre y emprendedor la empujó a nunca quedarse quieta y su nieta había heredado aquel carácter. Por eso, en cuanto terminó el colegio secundario Julieta no perdió tiempo y consiguió un trabajo en el shopping Unicenter para poder cubrir algunos de sus gastos y ayudar en la economía familiar. Las ganas de crecer la llevaron a hacer experiencia en toda clase de rubros: desde promociones y eventos; como coordinadora de viaje de egresados, secretaria administrativa; vendedora de ropa, de fragancias, cosméticos y cremas; moza; en marketing y comunicación; como tripulante de cabina de pasajeros y en diseño y confección.
Pero la realidad era que nada de todo lo que hacía le garantizaba la estabilidad que necesitaba. Y en medio de esa incertidumbre personal, ocurrió el reencuentro con su padre y el diagnóstico de la enfermedad de su querida abuela. “Su enfermedad avanzó tan rápido que a los pocos meses falleció. Recuerdo el último día que la vi. Fue un día antes de que partiera de este mundo. Estuve como seis horas sentada al lado de ella, charlando de mil cosas de la vida y aunque parezca loco, yo sentía que ese iba a ser nuestro último momento juntas. Cuando me fui, la saludé con un beso en la frente y le dije: Chau abu, nos vemos. Pero por dentro sabía que ese sería el último adiós”.
La partida de su abuela desató una crisis personal. Sin su contención, los días transcurrían entre estados de tristeza, melancolía y atisbos de depresión. “Fue súper frustrante y angustiante, no era yo. Siempre había sido muy activa en todos los aspectos y sobre todo lo mental. Pero esa situación me había devastado anímicamente. Tenía solo dos caminos por elegir: quedarme en ese estado, seguir sufriendo o empezar a hacer algo por mí misma y darme el amor propio que me merecía en ese entonces. Obviamente elegí la segunda y lo primero que hice fue reconocer mi problema. Así que busqué ayuda en una profesional de la salud mental y comencé a hacer terapia”.
El deporte, una escuela de vida
Además de la terapia, se propuso conectarse con su cuerpo y con el movimiento, algo que sabía que funcionaría en el camino hacia el bienestar. En un gimnasio de Martínez encontró su cable a tierra. “Lograba poner la mente en blanco y ningún problema se me cruzaba por la cabeza. Hacía boxeo y crossfit y complementaba esas actividades con running y caminatas al aire libre. “Intentaba pasar la mayor parte del tiempo en movimiento para canalizar mi laguna mental de alguna forma”.
Dos meses más tarde, pudo dar forma a un proyecto propio, una marca de ropa deportiva femenina, llamada Lovfit. “Pero yo no quería únicamente comercializar productos, sino que buscaba transmitir una actitud positiva para mantener el cuerpo en movimiento cuando los problemas aquejaban -como me había pasado a mi en el momento de crisis-. En pandemia, hice trabajos en conjunto con profesores de educación física, para dar a conocer su trabajo en un momento tan difícil. Lo mismo con profesionales de salud mental y nutrición”.
Tiempo después llegó la posibilidad de abrir un local a la calle. Y, más adelante, el deseo y las ganas de expandirse hacia otras latitudes y evalúa la apertura de puntos de venta en Miami. Sobre el proceso, reconoce que no fue fácil y que tuvo que sortear obstáculos de todo tipo. “Aprendí a levantarme la cantidad de veces que sean necesarias. También entendí que necesitaba ser realista y aceptar que cuando algo no funciona, es importante tener la capacidad para cambiar eje y mantener el foco en el objetivo final. También aprendí a ser paciente, a disfrutar del proceso y celebrar cada pequeño logro que uno va dando con el paso del tiempo. A mi abuela la extraño muchísimo pero la siento más presente que nunca en cada paso que doy. Es mi guía, mi verdadera luz. Es como que las dos partimos juntas de alguna manera”.
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