Coco, como firma sus dibujos, recuerda el día en que salía de su trabajo y fue interceptada por dos terroristas que la obligaron a abrir la puerta y asesinaron a 11 compañeros suyos
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El 7 de enero de 2015, a media mañana, la dibujante Corinne Rey (Annemasse, 39 años) salía de la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, en París, donde trabajaba, cuando llegaron dos terroristas islamistas. La encañonaron. La obligaron a subir e introducir el código para abrir la puerta de la redacción. Mataron a once dibujantes, redactores y empleados, además de un policía durante la huida.
Coco, nombre con el que firma en Charlie Hebdo y Libération, lo cuenta en Seguir dibujando (Bang), uno de esos libros de los que no se sale igual que se entró. Lo mismo le ocurre a quien la entrevista.
-¿Perdió las ganas de reír?
-Sí y no. Siempre he considerado el dibujo como una burbuja en la que podías salir de la gravedad y las desgracias del mundo. Reír es lo que nos queda cuando estamos en lo más bajo. Es la posibilidad de remontar y de elevarse.
-¿Cómo logró usted seguir riéndose, y riéndose del mundo?
-Después del atentado, lo que nos mantuvo fue continuar escribiendo y dibujando para decir que los terroristas no nos habían ganado, que no había matado el periódico ni el espíritu que hace que Charlie Hebdo sea lo que es: la risa, la sátira.
-¿Sigue pensando en el momento en que llegaron los terroristas y la encañonaron?
-Con menos regularidad. Hubo un trabajo con el psicólogo. El tiempo ayuda, pero no lo hace todo. A veces vuelvo a pensar en ello. En momentos de soledad.
-En momentos de soledad.
-Sí, porque me siento particularmente sola desde aquello. Convulsionó el orden de las cosas. Yo tenía 33 años entonces. Acababa de ser mamá por primera vez. No imaginaba que iba a morir así. Todo se desgarró. Estaba sola en la escalera ante dos terroristas. Sentí culpabilidad. Cuando los hermanos Kouachi me dijeron: “O tu o Charb”, durante tiempo, en mi cabeza, tenía la sensación de haber elegido entre yo y Charb [Stéphane Charbonnier, director de Charlie Hebdo], cuando realmente no era una elección, sino una no-elección. No se elige cuando se tienen unos kaláshnikov apuntándote.
-¿Se siente sola porque nadie de verdad puede comprender lo que vivió?
-He intentado compartir cosas, cosas que puedo decir, y otras que están en mí, en mi interior. Vivo mejor ahora. He vuelto a aprender a ir de fiesta. Durante tiempo sentía que no tenía legitimidad para vivir, para hacer esto o aquello. Estaba viva y no entendía muy bien por qué.
-Dibuja a los terroristas como sombras.
-Para mí eran unas masas negras, pesantes y amenazantes. Como ve yo soy pequeña. Ellos aparecieron con sus trajes negros, el pasamontañas negro, las armas negras, el chaleco antibalas negro. Imponentes y determinados, aplastantes.
-En el libro hay una imagen que regresa una y otra vez: usted bajo las olas del mar.
-La imagen me vino porque no lograba expresar lo que sentía y me venía una palabra que vivía como una sensación profunda: sumergida. Me sentía sumergida. Como soy un poco púdica y no quería que en el libro hubiese demasiado pathos, usé la metáfora de la ola. El dibujo me permitía evocar los movimientos en mi interior: a veces estás fatal, otros vas mejor. Es un vaivén incesante, remolinos.
-Las páginas sobre el momento del asalto a la redacción son todas negras.
-No verdaderamente todas negras. Es imposible representar esto. Phillipe Lançon (sobreviviente del atentado contra Charlie Hebdo) hizo un gran relato sobre ello. Pero la escritura es distinta del dibujo. En el dibujo, representar frontalmente la muerte de Cabu [dibujante de Charlie Hebdo y maestro de Coco], tal como la vi, era imposible. Y eran imágenes que quería guardar, que no podía compartir. Se quedarán en mi cabeza. Estas páginas negras son tachaduras. Las tachaba tarde en la noche, como en un de cara a cara con el silencio. Quería representar el silencio de muerte que se abatió sobre aquel lugar. Quería representar un ruido. Era un silencio tan fuerte que era como un silbido, una crepitación. Las páginas vibran, porque son como los últimos sobresaltos de la vida.
-“¿Y si yo hubiese gritado auxilio? ¿Y si hubiese intentado escaparme? ¿Y si les hubiese empujado escaleras abajo?”, se pregunta en el libro. ¿Se plantea todavía esta pregunta?
-No. He salido de los “y sí”. Pero fue algo absorbente durante dos o tres años. Hoy he aprendido a reforzarme cuando veo, por ejemplo, observaciones muy violentas, como es habitual en las redes sociales, del tipo: “Abrió la puerta a los terroristas, fue cobarde”. He aprendido a blindarme ante esto. Y hace tiempo que entendí que nadie estaba en mi lugar en aquel momento. ¿Decir “en tu lugar hubiese hecho esto o aquello”? Es una pregunta que no existe ni puede existir, porque yo estaba completamente sola. Y porque no es posible figurarse la fulguración del acontecimiento: las armas, su violencia, su determinación, cómo hablaban. He aprendido a vivir con esto. A veces duele volver a pensar en ello, seguro. Es verdad que le digo que he salido del bucle de los “y sí”, pero en mi cabeza lo habría querido hacer todo para detener aquello. Pero estoy segura de que incluso el militar más entrenado quizá no podría hacer nada ante unas kaláshnikov. Pero el inconsciente trabaja todo el tiempo. Así es.
-¿Tras el atentado de Charlie Hebdo, o la decapitación del profesor Samuel Paty en 2020, hay más autocensura o se vigila más lo que se escribe o dibuja?
-Por mi parte, no. Tras los atentados seguí haciendo dibujos sobre la religión o sobre temas divisivos. Nuestro trabajo también consiste en molestar. El dibujo de prensa no es ilustración, no se hace para complacer o para que quede bonito. Ahora la gente reacciona ante cualquier cosa con el pretexto de respetar. Soy atea y laica, no tengo por qué respetar las religiones. Mi trabajo es buscar el debate, ser irreverente.
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