Señoras decentes
Hay una clave en el cine de Armando Bo que vale la pena explorar más allá de su peculiar mirada del erotismo, la iteración de sus temas y los abusos múltiples de los que era objeto Isabel Sarli
Armando Bo (1914-1981) fue un cineasta argentino muy controvertido, denostado en su momento, perseguido por la censura, despreciado por la Academia, luego reconocido y profusamente estudiado, y por último convertido en un mito generador de leyendas. Su protagonista estable ha sido Isabel Sarli, mujer de gran belleza y voluptuosidad, con quien realizó una filmografía de difícil calificación, que navega entre la crudeza y el humor, con un concepto sin duda original de los presupuestos de producción.
Si bien los estudiantes de cine comienzan a reírse en la sala antes de tener en claro qué es lo gracioso, hay una clave en el cine de Bo que vale la pena explorar más allá de su peculiar mirada del erotismo, la iteración de sus temas y los abusos múltiples de los que era objeto la pobre Sarli en muchas de sus películas.
Bo apuntaba sin sutilezas al corazón de las fantasías masculinas más populares y recónditas, las que apenas se pueden expresar en palabras, pero anidan –todavía, quizás– en un oscuro rincón del cerebro de los muchachos de la esquina. Así, su idea del ardor de una mujer (Fiebre, Insaciable) rescata un mito que el folclore barrial llamaba entonces fiebre uterina e imagina a una mujer tan estragada por el deseo que se erotiza incluso en el consultorio de un ginecólogo durante la más incómoda de las prácticas médicas. Como extremo de la depravación y en el mejor estilo de Catalina la Grande, en algún caso se llega a involucrar, créase o no, un caballo.
Con algunas excepciones, como El trueno entre las hojas, sobre un libro de Augusto Roa Bastos, los argumentos de Bo eran de una candorosa sencillez. La provocación consistía en tomar una idea impronunciable y expresarla con brutal literalidad: la carne de una mujer contra las reses de un frigorífico, la pasión desnuda en la nieve, el deseo del varón como un veneno y el de la mujer como pura perfidia.
Otra idea incrustada en los arrabales de esta filosofía, frecuente también en las letras de tango, indaga en el pasado dudoso de las señoras decentes ubicadas en lugares prominentes de la sociedad. En Intimidades de una cualquiera –escrita en colaboración con Dalmiro Sáenz– es precisamente ese pasado dudoso, encarnado en el mismísimo Jorge Barreiro, quien va a desenmascarar a nuestra heroína y revelará quién fue, en realidad, la esposa del rico terrateniente que hoy vive amada y respetada por todos en su mansión del sur patagónico.
Con su propia estética y estilo narrativo, Bo dibujó un perfil que con sutiles cambios prospera en la actualidad, aunque de un modo más abierto, es decir, exhibido con claridad. Hoy muchas señoras decentes, lejos de temer al truhán resentido que revele su pasado, son ellas mismas quienes lo cultivan románticamente en las tapas de las revistas y a través de sus propias cuentas de Twitter. La caída moral que en las películas parecía inexorable ahora a nadie interesa. Está claro que el colectivo popular ya no juzga en estas damas otra cosa más que su actual estilo de vida, sin exigir otra producción que la de figurar.
Armando Bo fue un creador difícil de digerir, porque expresaba ideas inconfesables sin la protección de luces acarameladas o diálogos ingeniosos. También fue un autor difícil de olvidar, porque se animó a mostrar un costado guarango de la vida, que hoy resplandece en horario central.