¿Señalar o incluir? La evolución de la cultura de la cancelación
Las últimas semanas fueron un hervidero para el escarnio y señalamiento en las redes sociales. Los casos de señalados y cancelados en torno a escándalos o "deslices" (tanto de figuras públicas como de ignotos) son cada vez más frecuentes y de ahí que muchos empiecen a preguntarse por la necesidad de nuevas estrategias y enfoques. Si bien el debate por la diversidad, la libre expresión y los límites de lo que es aceptable no es algo nuevo, la cultura digital se ha vuelto un caldo de cultivo que presenta una gran complejidad a la hora pensar cómo proceder en cada caso.
"Para hablar de la cultura de la cancelación hay que hacer una salvedad porque no es lo mismo cancelar a alguien porque tiene denuncias de abuso o acoso, que cancelar a alguien porque tuiteó cosas nefastas hace 10 años, no es lo mismo Maradona o un chico de sistemas. Son cosas muy diferentes. Se habla de la cultura de la cancelación como algo monolítico y son cosas distintas. Podemos citar por ejemplo lo que pasó con el rock nacional hace unos años y los escraches a raíz del caso de El Otro Yo. Hay que separar las denuncias feministas por acoso en las que la justicia que es deficitaria de la cancelación al hablar de opiniones o ideas de personajes influyentes (como Martín Cirio, Nati Jota) u otros, que también estuvieron pasando estas semanas", puntualiza la periodista especializada en género Paula Giménez.
Si bien no todas las cancelaciones son iguales, y de hecho algunos matices ya han sido reconocidos y teorizados, es importante señalar los contextos culturales en los que se suceden las cancelaciones. En este sentido el #MeToo y el #Ni una Menos han sido dos grandes catalizadores, y a veces el escrache –muy discutido dentro del feminismo– se constituye como única manera de mostrar violencias ante la ineficacia institucional. "El feminismo a partir de movimientos de impacto global absolutamente necesarios también ganó conciencia de su poder para ‘dar de baja’, e instalar agendas. Entonces en una era donde se carece cada vez más de pensamientos que ponderen los matices, cuando se habla de la cultura de cancelación se "engloba" a movimientos legítimos, políticos, con el hecho de cancelar a alguien por un tuit. Esa falta de matiz no es ingenua: si todo es cancelable, el poder político de repudio frente a algo realmente grave pierde valor y poder", advierte Cintia Gonzalez Oviedo, directora de la ONG Bridge The Gap.
El medio y el mensaje
La confusión entre roles y responsabilidades (no es lo mismo un comunicador, que un civil, que una figura pública) y la asignación de distintos grados de culpa, no es la única problemática a evaluar. La cancelación banaliza la reflexión al simplificar contextos, y si a eso le sumamos el poder del efecto contagio resulta difícil arribar a una conclusión, mucho menos producir un debate útil.
El medio hace el mensaje, o dicho de otro modo, no hay que soslayar cómo una plataforma moldea su propia cultura de uso. "Creemos que estamos usando Twitter para decir algo, pero Twitter nos está usando a nosotros. La red genera amontonamiento, velocidad y una esfera que no es ni privada ni pública. Todos sabemos que Twitter es un lugar violento y eso no es simplemente porque la gente es violenta. Esta plataforma tiene un ordenamiento específico que incide en el modo en que la usamos y en que nos expresamos. Con esto me refiero no solo a su algoritmo (cuyo sistema de "premios y castigos" desconocemos), sino también a una serie de reglas como la ausencia de moderación y muy pocas restricciones sobre qué se puede decir, sumado a la posibilidad de anonimato, el citar tuit para burlarse o criticar, las idolatrías, entre otras", sostiene Jimena Valdez, doctora en Ciencia Política a cargo del newsletter #Burofax en Cenital.
También hay que entender que las redes evolucionaron, y con ellas los usos, multiplicando la cantidad de información que se produce sin demasiada consciencia y control (¿acaso podemos hacernos responsables por el 100% de nuestro feed visto en retrospectiva?), y desdibujando la línea entre privado y público.
Hoy algunas posturas nuevas proponen dar un paso hacia atrás y pensar en términos de hacer avanzar el debate, o eventualmente, pensar cómo hacer para que alguien cambie de opinión. Por eso la activista y profesora afroamericana Loretta J. Ross propone dejar de ejercer el "call out" (denunciar, señalar) y pensar en el "call in" (incluir, invitar a pensar). Esto supone devoluciones privadas en vez de escraches públicos y aleccionadores, a la par del desarrollo de modalidades más empáticas e inclusivas. Explicar antes que señalar, sobre todo ante la muestra –especialmente este año– del impacto en la salud mental que los ataques o el ensañamiento online tienen sobre las personas.
"El call out puede ser algo tóxico que aliena a la gente y le produce miedo a expresarse", contaba Ross hace unas semanas en The New York Times, al observar las reacciones y comportamientos de sus estudiantes, que en mucho casos se autocensuran para no ser expuestos en una red o incluso en una clase. Por otro lado, a la hora de pensar cómo operamos mentalmente, existe creciente evidencia que señalar o cancelar públicamente a alguien puede ser contraproducente y hacer a la persona más resistente al cambio.
Algunos consejos
Tomarse un respiro antes de contestar o señalar en una red, una suerte de amortiguador emocional que nos ayude a preguntarnos "¿si algo nos genera sensaciones tan viscerales, es este el mejor canal o manera para debatirlo?", es otro de los consejos que se promueve desde la nueva psicología de redes. "Me pregunto si la gente que se suma a insultar u opinar sobre alguien que ya ha sido juzgado por una enorme cantidad de personas haría lo mismo si lo viera cara a cara. ¿Te sumarías a un grupo de gente que le grita en la calle a alguien que apenas conocés? Yo trato de no opinar negativamente de alguien que ya está siendo juzgado de ese modo por varios otros en mi timeline, porque no puedo distinguir cuánto de mi opinión es propia y cuánto es generada por los demás y además me parece cruel. Las ocasiones donde he cambiado de opinión, no ha sido leyendo cosas en Twitter ni en Internet, sino conversando con amigues al respecto y en todo caso buscando referencias a partir de eso", completa Valdez.
"Por otra parte, un tuit no reemplaza ni un debate público en el Congreso, en una asamblea, o en una clase; ni una conversación en privado, entre personas que se ven a la cara. Estos últimos son posiblemente los intercambios más difíciles, pero también los más productivos. Es importante recordar que tu opinión en Twitter no cambia nada, o cambia poco".
Es posible entonces que cuando hablemos de la evolución de la cultura de la cancelación hoy, tengamos que seguir debatiendo sobre las mejores maneras de discutir. ¿Cómo entablar una cultura más compasiva y verdaderamente comprometida con el diálogo y el intercambio? O, como plantea Ross, "enfatizar que en la discusión aunque una persona quiera levantarse de la mesa, siempre tenga un lugar si desea volver".
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