Semillas al viento
El austríaco David Steindl-Rast, monje benedictino y pionero del diálogo interreligioso, hace gala de la sencillez y la gratitud como forma de vida. Su reciente paso por la Patagonia quedará registrado en un documental
Frío patagónico. Una solitaria figura se recorta contra el bosque. Su capucha blanca refleja el sol que asoma cada tanto, atenuando apenas el viento gélido. Nacido en Austria, devenido ciudadano del mundo, el hermano David Steindl-Rast podría ser un rasgo más del paisaje: una piedra pulida por los siglos, un leño tapizado de musgo, un árbol.
Pasan las horas, el monje posa. Se suceden las tomas, los ángulos, todos a su alrededor tiritan, y él –87 años y quietud infinita– permanece inmóvil sobre una piedra en un claro del bosque. Pero la quietud es aparente: al mirar de cerca, se advierte que sus dedos no dejan de acariciar el rosario de madera que lleva como anillo. ¿Es posible estar presente para las cosas del mundo sin perder contacto con lo trascendente? Estos días de convivencia darán la respuesta.
¿Qué hace este hombre, nacido en Viena hace casi nueve décadas, doctorado en arte, antropología y psicología, monje de la orden benedictina, pionero del acercamiento entre las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente, primer representante de su fe en ser formado en budismo Zen, sucesor de Thomas Merton, conferencista del Dalai Lama Center for Ethics, interlocutor de las grandes mentes de nuestro tiempo, en un remoto rincón de la Patagonia, rodeado de un cortejo de argentinos que lo escuchan mientras las cámaras filman?
Esta historia se remonta a su primera visita a Buenos Aires, a mediados de 2013, cuando había llegado a presentar su libro La gratitud, corazón de la plegaria. Entonces, el hermano David dio conferencias, entrevistas y debates. Habló de lo que él habla: de agradecer como forma de celebrar la vida, de la espiritualidad entendida como un estado de plena vitalidad, de la importancia de habitar el presente. En esas charlas cautivó corazones. Poco después de que partiera rumbo al monasterio austríaco en el que vive la mitad del año (el resto viaja y brinda conferencias y retiros), ya bullían planes y proyectos… Volver a traerlo, invitarlo a volcar sus enseñanzas en un documental, llevarlo a los paisajes más agraciados de la Argentina, ver qué alquimia se producía al acoplar su don para honrar la belleza con la belleza en estado puro.
La invitación fue prontamente extendida, y con idéntica prontitud aceptada. Mucho tuvo que ver en esa aceptación el hecho de que proviniera de Alberto y Lizzie Rizzo, sus anfitriones y amigos. Los Rizzo conocieron a Steindl-Rast durante un retiro en los Estados Unidos, y en un par de almuerzos compartidos (y la fluida correspondencia que seguiría) trabaron con el monje un vínculo que desafía los rótulos: un poco padres, un poco hijos.
Apenas David dio el sí, llovieron las adhesiones: el fotógrafo Diego Ortiz Mugica se pondría al frente de las imágenes y las locaciones, Pedro Aznar donaría la música, se contrataría a un equipo de filmación y un grupo de seguidores de edades y procedencias mixtas aportaría testimonios de la experiencia.
La manera en que se formó el grupo fue misteriosa desde el comienzo. Pedro se había acercado a escuchar a David en una de sus conferencias, y quedó tan encantado que lo invitó a un recital en el teatro Coliseo, unos días más tarde. Al terminar el show, pasada la medianoche, los Rizzo escoltaban al monje a saludar al artista al camarín cuando Diego (quien había hecho las fotos del espectáculo) lo vio pasar de costado. "¿Quién es el hombre de hábito?", preguntó, intrigado. Al escuchar la identidad del extraño, tuvo que volver a preguntar varias veces. Como devoto de una comunidad de benedictinos de Los Toldos, provincia de Buenos Aires, hacía años que leía la obra del hombre que insólitamente se presentaba esa madrugada, entre la fila de fans, a saludar al músico.
Lizzie Rizzo recuerda el vértigo del principio. "¿Y si se cansa o se siente mal? –pensaba–. ¿Y si las rutas del Sur le resultan demasiado? No es un chico, después de todo." El mismo pensamiento le arrancaría risas, semanas más tarde, habiéndolo visto dejar lengua afuera al joven más vigoroso en osadía y aguante.
Así fue como una mañana soleada, el hermano David remontaba el río Limay junto con un variopinto grupo de expedicionarios sobre dos balsas de goma y un bote a remo. El contingente incluía a varios jóvenes –Clara y Panchi, hijos de los Rizzo, Sofía Bensadon, asistente de fotografía– y un puñado de adultos repentinamente devueltos, por obra y gracia del paisaje, a los niños asombrados que supieron ser.
La lección del amancay
Al zarpar hay una explosión de fotos, pero a poco de iniciado el viaje los navegantes se calman y fluyen, distendidos, disfrutando de la paleta cambiante del río.
En un entorno de aguas bajas e islas diminutas, llega el alto para almorzar: pollo deshuesado en estufita de gas. Después, varios se echan a descansar bajo los coihues. Para el hermano David, es tiempo de explorar. "Siempre me gustaron las islas", dice mientras se quita las sandalias y se dispone a cruzar por las piedras hasta un islote próximo. "Vamos a buscar tesoros", invita, y no hace falta más: enseguida todos lo siguen, como a un atávico flautista de Hamelín.
Al día siguiente, David desgranaría frente a las cámaras su filosofía del gozo y la gratitud, aquellas que las religiones parecen haber olvidado entre los pliegues de la doctrina. Pero ya lo dice todo, esta mañana de sol, con cada paso certero sobre las piedras mojadas.
El destino es el valle del Challhuaco, 18 kilómetros al sudeste de Bariloche. El paisaje toma a los visitantes por sorpresa: del pedregoso desierto que rodea la ruta, solo interrumpido por liebres que corretean a la vera del camino, emerge de pronto un bosque poblado de amancay, la flor que pinta los suelos de estas tierras del color del amanecer. Enmarcado por coihues, lengas y radales, el escenario es de una perfección inverosímil.
Para este segundo día de filmación el grupo ya es nutrido. Incluye al Tano (Marcelo) Loffreda, icónico coach de los Pumas, y su esposa, Dolores; a María Soledad Costantini, co-directora de la editorial El Hilo de Ariadna, responsable de publicar en español El ángel de cada hora, uno de los libros del monje, y a Carola Weisz-Wassing, sobrina nieta argentina de hermano David, quien descubrió en ese afable tío que de niña veía de tanto en tanto a un insospechado maestro espiritual. "¿Quién hubiera dicho? –ríe hoy–. En casa siempre le tuvimos un gran cariño, pero casi no se hablaba de lo que él hacía. Lo tuve que descubrir de grande, por medio de terceros."
La idea es filmar a David sentado sobre un centenario tronco de coihue, a cincuenta metros del sendero que lleva al refugio Neumeyer. Para llegar hay que atravesar un arroyo y varios troncos caídos. Se agolpan los ofrecimientos de ayuda, pero ninguno prospera. "Voy solo –dice–, así pisamos menos de esos hermosos amancay."
Ya instalado sobre su tronco, David abre su alocución con una pregunta: "¿Qué los hace sentir vivos?" No será la primera vez que lo pregunte, ni la última. "Algunas personas están más vivas a la mañana, al despertarse –continúa–; a otras les toma un rato. Algunos se sienten vivos haciendo deportes, cocinando, haciendo alfarería, cantando, pintando… A mí, trabajar con las plantas me hace sentir muy vivo. A veces son otras personas las que nos hacen sentir vivos: nuestros amigos, hijos o nietos. Pero lo cierto es esto: todos querríamos sentir esa vitalidad en todo momento. ¿Es esto posible?"
"Lo es –responde–, y la receta para sentirnos plenamente vivos es vivir agradecidos."
¿Y en qué consiste, para él, este concepto clave de su teología y de su vida, la gratitud? "Dos cosas deben ocurrir para que la gratitud nazca espontáneamente en nuestros corazones –explica–. Tenemos que recibir algo que nos resulte importante, y tiene que ser un regalo. Si tenemos que trabajar por ello, o pagar por esa cosa valiosa, la apreciamos, pero no sentimos agradecimiento. Y luego, debemos darnos cuenta de que en cada momento se nos da algo muy valioso, y gratuito: el momento presente. Este momento que estamos viviendo es un regalo, y el próximo también lo será. No hay dinero que pueda comprarlo, no hay nada que podamos hacer para traerlo; cada momento es siempre un regalo, porque trae oportunidad. Y la respuesta ante un regalo es, siempre, la gratitud."
Se impone la pregunta: ¿qué ocurre con todas aquellas cosas que resultan difícil agradecer? Él mismo la formula y la contesta: "No podemos sentirnos agradecidos por la violencia, la explotación, la corrupción. En lo personal, por la infidelidad, la maldad, la traición. Pero aun ante estas situaciones, podemos estar agradecidos por la oportunidad que presentan: oportunidad de crecer, de aprender, de levantar la voz y protestar, de servir y ayudar".
"Solemos pensar que las personas felices son agradecidas porque son felices –dice–. Pero es al revés, las personas agradecidas son felices sin importar lo que les suceda. Conozco a muchas personas que tienen todo lo que necesitan para ser felices y son muy infelices. Y también a otras personas que enfrentan muchos problemas y desafíos, y que irradian agradecimiento."
No todo ha sido luz en la biografía de Steindl-Rast. Cuenta, por ejemplo, cómo fue perder a sus compañeros en los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, a la que él y sus amigos no esperaban sobrevivir. Aquel día estuvo a punto de morir bajo una avalancha de escombros, cuando una bomba cayó en la iglesia en la que había entrado a guarecerse. Esperó hecho un ovillo bajo un pupitre y, al terminar el estruendo, salió para ver que ya no quedaba nada en pie en cuadras a la redonda.
Cuenta esto con la emoción intacta, y deja entrever que la gratitud de la que habla no es un sentimiento almibarado. Más bien, es un acto de voluntad que refuerza con la práctica. En todas sus charlas, el benedictino comparte su método para acceder a esta peculiar cualidad de la conciencia. Se trata de tres sencillas acciones que exhortan a un cambio de vida profundo. Stop (detente), look (mira), go (actúa). La fórmula invita a frenar, todas las veces que uno sea capaz de recordar, para tomar en cuenta los regalos del momento. "A la mañana, antes de abrir los ojos, cabe recordar el regalo de la vista. Al servirse el primer vaso de agua, tomar conciencia de que no todos disponen de ese líquido precioso. Al encender la llave del auto, recordar la gracia de tener un medio de transporte. Puede no ser el vehículo que uno quisiera, puede que ni siquiera arranque, pero es un vehículo y por él corresponde dar gracias. Si vivimos apurados, las oportunidades se desperdician delante de nuestros ojos."
Antes de despedirse del bosque encantado, el benedictino oficia un pequeño ritual aprendido de un guía nativo norteamericano. Siguiendo sus movimientos, toda la comitiva da gracias al bosque por lo recibido, y pide perdón por el daño causado. Muy especialmente, por las amancay estrujadas al pasar.
Gracias por el fuego
En los países nórdicos, los cristianos celebran Candlemass (o fiesta de la luz, conocida en el mundo hispano como fiesta de la candelaria), que conmemora la presentación del niño Jesús en el templo. Es costumbre, ese día, bendecir las velas que se utilizarán durante todo el año. El hermano David invita a la pequeña comunidad reunida en torno a la filmación a compartir la ceremonia.
La cita es en una estancia al pie de las montañas. Afuera llueve; en la chimenea de piedra crepita una fogata. El hermano David sostiene un momento las miradas, y comienza. Habla de la luz de la vela que tiene entre sus manos, se remonta a nuestros antepasados e imagina el momento en que aprendieron a hacer fuego, y luego a trasladar ese calor con ellos adonde fueran. "Cómo habrán cuidado de ese fuego…", musita. Luego explica que, a diferencia del alimento, por ejemplo, la luz se multiplica cada vez que es compartida. Invita a los asistentes a pasar de a uno a encender su vela con el velón que él sostiene, y luego a compartir un momento de silencio, contemplando cada uno su luz.
Al final de la meditación, David toma la palabra: "Miran a su alrededor. La llama que tengo entre mis manos es ahora un montón de llamas. Miren más allá de las velas, a los ojos que brillan por detrás, en todos los rostros. Vean cómo la luz engendra luz. Salgan hoy y contagien luz a todas las personas con quienes se crucen, permitan que siga creciendo la llama".
Se oyen los primeros acordes de la cantata Agnus Dei (de la Misa en Si Menor), de Johann Sebastian Bach, interpretada y grabada ahí mismo por Pedro Aznar como regalo para David y banda sonora oficial del documental. La melodía inunda la sala; la voz, diáfana, escalando cumbres. Cuando se apaga la última nota, dice el monje, conmovido: "Hay sonidos que rompen el silencio, y hay sonidos que nacen de él. Esta música nace del silencio, como la luz de la oscuridad".
Pero, hay que decirlo: no todo es celestial en la aventura patagónica. Concluida la filmación, el último día invita a relajarse y disfrutar de la camaradería intensamente acuñada. En casa de los Ortiz Mugica, las empanadas se calientan en la chimenea, y Gaby, la esposa de Diego, desenfunda una guitarra y entona una canción. El fogón ya es un hecho, y pronto desfilan melodías del góspel como Amazing Grace y Swing Low, Sweet Chariot, varios infaltablesde los Beatles, y hasta un canon en alemán que alguien recuerda del colegio y entona con David en impecable canon. Inevitablemente (dada la nacionalidad del monje), una voz de pronto tararea el estribillo de Edelweiss, aquel himno de La novicia rebelde que hizo llorar de fervor patriótico al más cínico (cuando los Von Trapp la cantan como repudio a la ocupación nazi de Austria). Todos se suman, y más de una mirada vuelve a empañarse.
Tras la nota final se eleva la voz del monje: "Sólo les pido una cosa: que esto último no entre en el documental". Los cantantes se miran azorados: ¿tan mal sonó el coro? David pone fin a las dudas: "Esa canción es puro Hollywood. No hay un solo austríaco que la conozca". La solemnidad muta en carcajadas.
Todos saben que se van distintos de cómo llegaron. Un poco más livianos allí donde no se sabían pesados. Un poco más abiertos a la música del silencio, al destello en el corazón de la oscuridad.
Comunidad en el país
Vivir Agradecidos es una comunidad formada en 2013, con motivo del viaje anterior del hermano David Steindl-Rast a la Argentina y Chile, en agosto de 2013. Inspirados por el mensaje del monje, este grupo de argentinos se reúne en torno del deseo de cultivar la gratitud como forma de relacionarse con la vida y de abrirse a todo aquello que brinda alegría. Un buen punto para conocer mejor de qué se trata es el video Un buen día, narrado por el monje, con subtítulos en español:
www.viviragradecidos.org/un-buen-dia/
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