Selva Almada. “El canon de las universidades sigue copado por los varones”
Para Selva Almada (Villa Elisa, 1973), autora premiada en Edimburgo en 2019 por su novela El viento que arrasa, el verano es el tiempo ideal para trabajar en la propia escritura. Durante el año, los talleres literarios que coordina, la organización del ciclo de lecturas Carne Argentina, que comparte con los escritores Julián López y Alejandra Zina; los textos por encargo y los viajes alteran ese espacio íntimo de concentración en las palabras, los personajes y el tono narrativo que reclama cada nueva historia. A partir de enero, descansa en la localidad de Abasto, en las afueras de La Plata; allí, rodeada de amigos y naturaleza recupera "horas-libro". Este verano trajo una novedad en la bibliografía de la escritora entrerriana. La Editorial de Entre Ríos, dirigida por Fernando Kosiak, publicó su primer libro de relatos para chicos y adolescentes, Los inocentes, con ilustraciones de la artista Lilian Almada, su hermana. "Me propusieron publicar algo en Entre Ríos porque no había salido nada mío en la provincia –dice–. Son relatos con niños como personajes. En realidad, no los había pensado como relatos estrictamente para niños, sino que los había escrito jugando con la idea de que los que llevan adelante las situaciones y las historias son niños". El libro, que se distribuirá en escuelas públicas entrerrianas, se puede conseguir en librerías porteñas.
–¿Estos relatos están ambientados en las zonas del norte del país, propias de tu literatura?
–No hay una cosa muy definida en cuanto a la zona, pero hay un par que transcurren en el campo, otros dos transcurren en ambientes más cerrados, como en la ciudad o en un pueblo. Es un poco más indefinida la geografía. Hay un par de cuentos nuevos, que escribí para este libro, que son "Las luces" y "Benita y los gatos". Otros habían aparecido en medios gráficos y en antologías.
–¿Escribís novelas y cuentos de manera simultánea?
–Soy bastante dispersa y lenta para escribir. Cuando empecé, escribía cuentos, y durante muchos años solamente escribí cuentos. En el tiempo en que escribí las novelas, no escribí ningún cuento. La novela que estoy terminando ahora la estoy escribiendo hace muchos años. La escribía y la abandonaba, fui y vine durante años. El viento que arrasa la habré escrito en dos años; Ladrilleros también, pero pasó bastante tiempo entre una y otra. En el medio escribí Chicas muertas, el diario de la filmación de Zama y algunos cuentos. Estoy escribiendo en simultáneo varias cosas, porque hago muchas pausas en el medio.
–¿Dónde transcurre la nueva novela?
–En una isla del Paraná. Con esta novela digo que cierro la "trilogía de los varones". Es un grupo de amigos que van a pescar a una isla del Paraná, y en ese fin de semana de pesca pasan diferentes cuestiones relacionadas con el mundo de la masculinidad.
–¿Qué aspectos de la masculinidad te interesan?
–Aparecieron espontáneamente en El viento que arrasa, con esto de los varones criando a los hijos y las mujeres ausentes por distintas circunstancias. Esa historia me atraía y nada más, era autónoma. Cuando empecé a escribir Ladrilleros, aparecen otra vez los varones. Aunque hay más presencia de mujeres y las madres son personajes más fuertes, se dirimían, a lo largo de la novela, cuestiones que tenían que ver con la masculinidad: el erotismo, la hermandad, la relación padre-hijo. En esta última novela, surge el tema de un grupo de amigos donde uno se ahoga y los otros se hacen cargo del hijo que tiene este amigo, y aparecieron los personajes que viven en la isla, los pescadores que viven de la pesca, y qué pasa con esa vida ahí, tan inestable, y la importancia que tienen la isla y el río para estas personas, en contraposición con los que vienen por el fin de semana. Se juega el tema del forastero que "toma" la isla y el monte y del río como si le pertenecieran, cuando en verdad pertenecen a otros.
–¿Qué es lo más difícil cuando escribís una novela: la creación de personajes o la continuidad de la trama?
–No planifico mucho la trama antes de empezar a escribir, porque en realidad, lo que más me interesa en un primer momento es encontrar el tono a ese universo, a esos personajes y el modo de contarlo. La trama se va revelando mientras voy escribiendo. Eso a veces me complica, porque no siempre se revela tan rápidamente la trama; otras veces no se revela, y hay que empezar a buscarla. Por ejemplo, con esta novela nueva había un conflicto entre este grupo de amigos, pero no sabía exactamente qué había pasado hasta casi el tramo final. No lograba resolver qué era, tenía distintas ideas de lo que podría haber pasado esa noche fatal, pero no sabía qué. En un momento pensé que no importaba: no lo sé, no lo sabe el lector, no lo va a saber nadie y la trama puede armarse igual. Cuando ya me había resignado a no saber, de repente apareció y me dije: "Es esto". Alberto Laiseca diría que me suceden estas cosas por no haber planificado una trama antes de empezar a escribir. Él no escribía una palabra si no sabía cómo iba a terminar la novela y si no tenía un esquema mínimo. Estuve muchos años con él en su taller y eso era algo por lo que siempre discutíamos.
–¿Y vos qué método recomendás en tus talleres?
–La gente cuando viene a mis talleres siempre quiere saber cómo se hace, tener el "manual". Y siempre les cuento las discrepancias que teníamos sobre el tema con Laiseca. En realidad, cada uno tiene que encontrar su propio método, que puede ser tener un esquema, pensar primero en el final para saber adónde vas o empezar a escribir en las tinieblas y ver qué aparece, entre otros tantos métodos que debe haber. Mis talleres son grupos de cinco personas, donde cada uno trae su proyecto, que puede ser una novela, series de cuentos, ensayos, no ficción, y con ellos trabajo durante todo el año. También hago talleres para principiantes que duran cuatro o seis clases, y esto es para cualquiera que quiera venir a escribir aunque nunca lo haya hecho.
–¿Te parece que el canon de la literatura argentina sigue siendo machista?
–El canon de las universidades todavía sigue estando copado por los varones; se siguen estudiando más los libros de los varones. Sin embargo, con los premios del año pasado a distintas colegas mujeres, y la visibilidad, esto empieza a cambiar. Una amiga que estuvo en un festival de Portugal me dijo que habló con escritores varones españoles y latinoamericanos, y ellos le dijeron que, cuando les preguntaban sobre escritores argentinos, los primeros nombres que se les venían a la cabeza eran de mujeres. Incluso los lectores varones están rompiendo el prejuicio y animándose a leer literatura de mujeres.
–¿Qué opinás de la literatura contemporánea argentina?
–La veo muy variada, hay mucha gente escribiendo y publicando. Por un lado, celebro la cantidad y la diversidad, y por otro, que haya tanto no quiere decir que todo sea de buena calidad. Parece que se publica sin filtro, sin editores; por eso valoro mucho el trabajo de mi editora. Las redes sociales fomentan el runrún alrededor de un libro, y después vas y te lo comprás porque lo escuchaste nombrar mucho. Del año pasado me gustó Las chicas no lloran, el libro de cuentos de una autora joven, Olivia Gallo. No tenía ninguna idea de antemano, ninguna referencia de ella, y me encantó. También me gustó Tres truenos, de Marina Closs, otra escritora joven. Es importante mencionar a los autores nuevos; en mi caso, fue Beatriz Sarlo la que habló mucho de mi primera novela y atrajo a un público que no hubiese reparado en el libro si lo veía en la librería.